martes, 26 de noviembre de 2019

Diario y cáncer

Estos días leo el diario último de Ignacio Carrión, un hombre sabio al que admiro y respeto con sana veneración. Tuve la suerte de entrar en contacto puntual y casual con él en el año 2015 y me enamoró. Me gusta cómo se ha enfrentado a la vida (y todavía más a la muerte), me gusta lo que piensa, cómo lo piensa y admiro la forma íntegra en la que escribe lo que piensa, su atrevimiento para plasmar caligráficamente durante 55 años (desde 1961), con absoluta lealtad, impúdicamente y sin autocensura alguna, todo lo que le ha ido empapando de goces y amargura el alma, en su contacto cotidiano con el mundo que le ha rodeado a él y a su mundo. Convencido de que la escritura le ha dado la vida, en este caso (Diario último, 2016), con una valentía sorprendente y una entereza realmente envidiable, va escupiendo sin red y descarnadamente sobre el cuaderno de sus días, todos los miedos, los retos y las huellas que van modelando el avance macabro hacia un final inevitable y predecible, destripa sin rencor los pormenores sangrientos de la batalla que con toda dignidad día a día ha ido librando contra el cáncer durante ese 2016, el último año de su vida.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Crecer, ¿hasta dónde?


Tanto que nos hablan de crecer y crecer y con estos porcentajes de crecimiento encima de la mesa lo primero que uno piensa es que, o nos andamos con tiento o a este paso no se sabe cómo habrá que hacer para fabricar coches, construir viviendas y crear nuevos puestos de trabajo al mismo ritmo que crece la población. Es más, dentro de poco no habrá en la Tierra ni agua ni comida suficiente para todos. 

¿Hasta dónde vamos a crecer? ¿Qué volumen máximo de población podría soportar el mundo? Dicen que, en el mejor de los casos, con un menú casi vegetariano de 2500 calorías, no podrían vivir en esta casa más de 100.000 millones de personas. A partir de ahí la Tierra colapsaría, no habría sitio para todos y nos tendríamos que empezar a comer unos a otros.

En los últimos 30 años la población mundial ha crecido un 50%. A este ritmo (que se incrementará sin ninguna duda), sesenta años antes de que la Tierra salte por los aires, habría todavía 45.000 millones de habitantes y quedaría más de la mitad de la Tierra por explotar. Si alguien tratase de alertar del peligro sesenta años antes del desastre le tacharían de loco porque aún habría muchos recursos potenciales. (¿Cuánto queda ahora?) 

Quizás algún visionario, anticipándose al desastre, podría tratar de producir en otro planeta alimentos para toda la población terrícola. pero pronto se daría cuenta de que le harían falta cuatro planetas para aguantar el envite de los primeros sesenta años. Para los siguientes le haría falta otros 16 nuevos planetas. Y por ahora, solo disponemos de este planeta habitable. 

El hombre ha empezado a moverse por la Tierra hace 3,5 millones de años y en cien podemos dejarlo listo para el cerrojazo final. Tenemos más o menos un segundo para decidir algo.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

No cabemos más

Desde que con su voz de alarma me ha alertado David Suzuki, un ecologista canadiense, pienso que el gran problema de la humanidad, lo que pronto va a acabar con el planeta, es el crecimiento desorbitado de la población. Nos reproducimos a una velocidad exponencial, somos una plaga implacable y a este ritmo muy pronto no habrá sitio, ni agua, ni comida para todos en esta aldea.  

En los últimos cien años la población mundial se ha multiplicado por cuatro y nadie se asusta. Parece poco importante, pero entran escalofríos. Es mucho crecimiento un 400%. Si en 1900 éramos 1500 millones de personas, cada 25 años hemos fabricado otros tantos para llegar al 2000 con 6000 millones de personas. Estamos aquí tranquilamente pero en estos 25 años que vienen hay que duplicar los campos de cultivo y trabajar muy fino para producir recursos, porque en breve nos llegan otros tantos habitantes como hay en el poblado. Y cuando acabemos la faena, empezamos otra vez a duplicar.

Llevamos meses hablando de Cataluña. Elecciones, acuerdo, pactos, desgobierno. No entiendo cómo no se habla de esto, cómo los políticos no sacan el tema en las campañas, cómo no se dice abiertamente que hay que ser conscientes porque es el problema más grave que tenemos. Parece como si el asunto no fuese con nosotros, como si el desastre estuviera lejos. Y no está tanto.  El hombre ha empezado a moverse por la Tierra hace 3,5 millones de años y en cien podemos dejarlo  listo para el cerrojazo final. Tenemos algo menos de un segundo para decidir algo.

domingo, 3 de noviembre de 2019

Votar con Saramago


Sé que ser de izquierdas o de derechas es una clasificación manida, pero la esencia no. La razón de ser de la izquierda sigue siendo el cuestionamiento del sistema en el que vivimos y su  transformación en algo más igualitario, más justo y más digno. Así de fácil. Y eso, está claro, no se arregla solamente cambiando los nombres de los titulares del poder, hay que cambiar el poder. Únicamente así se puede pensar en configurar un Estado radicalmente distinto. El problema surge cuando la izquierda se olvida de lo que significa ser de izquierdas. Desde hace muchos años el monopolio de la izquierda española ha estado en manos del PSOE, pero el PSOE de hoy deriva vertiginosamente hacia el centro. De repente, aquel Sánchez progresista de antaño pierde el norte y se apaga. Aquella tan necesaria revisión de la Constitución, la derogación de la reforma laboral, aquellas críticas iniciales a los poderes económicos, la entrevista valiente con Jordi Évole, todo queda escondido bajo las alfombras de la Moncloa. Ahora no toca. Ni Cataluña, ni monarquía, ni poderes fácticos. Estamos en otra guerra. Ahora el objetivo es la mayoría, la búsqueda desaforada de esa tranquilidad absoluta para poder gobernar sin tener que dialogar. A la búsqueda del ansiado relajo, se arañan los lados derechos de las urnas y se mimetiza uno con los aromas del centro. Puede dar resultado. El problema es que cuando la izquierda se mueve de su sitio deja de ser de izquierdas y empieza a hacer política de derechas. Decía un hombre sabio llamado Saramago que cuando un gobierno de izquierdas hace política de derechas llega un momento en que la derecha le dice: "Ya no me haces falta, sácate de ahí". No tengo duda de que los que votamos en busca de una transformación profunda que permita avanzar hacia un progreso más armónico, tenemos que votar con Saramago a la izquierda del PSOE.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Voy a votar mañana

En su día pensé muy seriamente que no votaría cuando llegase este momento, pero oyendo lo que oigo ya se me quedó atrás el berrinche de aquel día y mañana he decido que voy a votar. Por encima de todo voy a votar. Y voy a hacerlo porque me da miedo comprobar lo fácil que avanza el retroceso, porque no quiero oír sin mi oposición discursos racistas incendiarios ni arengas contra la gente que quiera ser como quiera, porque no me gusta la gente que se pone de perfil, porque me apetece que en el Congreso alguien diga ¡Basta! cuando se escuche que no siempre un no es un no, porque quiero que se haga algo para evitar que la gente se siga muriendo en el Mediterráneo, porque aspiro a que nos gobierne gente con sensatez suficiente, porque creo en los que creen que la fuerza no es el mejor argumento para convencer y en los que en vez de buscar tanques buscan encontrar una solución dialogada con los independentistas catalanes. Y también iré a votar mañana porque no quiero que de nuevo los coches arrinconen a las bicicletas en Madrid y porque no quiero que algunos nos sigan llamando a votar siempre que en las votaciones no salga lo que ellos quieren. Por eso voy a votar mañana.

viernes, 1 de noviembre de 2019

10-N. Otra vez: a votar

Empieza la campaña sin mucho fuelle y en un clima descarado de pereza electoral. En unos días vamos a votar por cuarta vez en cuatro años para intentar ahora ponérselo un poco más fácil a los elegidos, que han dicho abiertamente que hay que repetir el examen, que no saben qué hacer con nuestros votos, que ha debido haber alguna equivocación en la consulta anterior porque no son capaces de traducir correctamente lo que queremos decir con lo expresado en las urnas. Todos pensamos que lo habíamos hecho bien y que nos han suspendido injustamente, por eso vamos a repetir con pocas ganas. Hay mucho desencanto con la calidad de los evaluadores de resultados, los políticos, y también somos conscientes de que el futuro de España no depende en sí de nuestro voto sino que está en manos de otros poderes poderosos, de los controladores de los medios, de los sesgos televisivos, de la manipulación de las redes sociales y de las habilidades que sean capaces de desplegar los confirmadores/deformadores de opinión. Pero con todo y con eso tenemos que y vamos a ir a votar. Aunque nos tengan hartos, aunque las calles de Madrid se hayan empapelado con carteles de "No contéis conmigo" o "10-N. Yo no voto", (una campaña engañosa encaminada al desaliento de los votantes de izquierdas promovida desde la derecha), vamos a votar. Mientras vemos que en un lado se pelean por sacar la mejor tajada del malherido C's y en la otra esquina luchan para no cargar con el muerto del desacuerdo progresista, nosotros pensamos en pasar de nuevo por las urnas para decirles otra vez lo que queremos. Y esperemos que en esta ocasión sean ya capaces de leer bien el examen y nos entiendan la letra porque de lo contrario habrá que pensar en otras medidas. Ahora no hay más remedio que hacerlo así, al menos mientras no encontremos otro sistema mejor para seleccionar a quienes queremos dirijan nuestros destinos. 

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...