jueves, 12 de diciembre de 2019

Palabras y fotos

Durante muchos años estuve liado con una cámara. Era una pasión sincera, una enfermedad incurable, un vicio invencible, un amor platónico. Quería que no se me escapasen los momentos, los lugares, las situaciones, las personas que se acercaban a mi vida, quería que nada pasase de largo por mi lado. Los quería capturar y llevármelos conmigo. Después, con la universalización de la fotografía, cuando todos nos hicimos fotógrafos, me pareció que era necesario un paso más. Además del qué, hacía falta el porqué. Tenía que aparecer por algún sitio la intención, la sensación, la cabeza y el corazón. No siempre era evidente y se me hacía imprescindible que las instantáneas dijesen lo que el fotógrafo había sentido ante aquella situación fotografiada, qué era lo que se le coló en el alma al vivirla, qué le obligó a disparar la cámara en el momento que lo hizo. Mis "Fotos escritas a mano" me ayudaron. Gracias a ellas podía completar lo que quería decir. Ahora, hace algún tiempo —y no tengo ninguna duda de que Ignacio Carrión tiene buena parte de la culpa—, tengo necesidad de ir escribiendo lo que vivo. De alguna forma he pasado del "la foto demuestra que es penalti" al "lo que no está escrito no existe". Cada loco con su tema, cada momento con su locura.

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