martes, 8 de diciembre de 2020

Falsos demócratas

Vamos a aceptar que es normal que los diputados conservadores del Congreso no estén de acuerdo con los presupuestos de un Gobierno progresista (por muy interesantes que puedan ser) y que voten en contra de su aprobación, pero no parece razonable que los desprecien por inaceptables si huelen que también les vaya a dar su voto afirmativo otro partido con el que no comulgan. 
Vamos a aceptar que es normal que a algunos, del partido que sean, no les guste que el PSOE se haya aliado con Unidas Podemos para formar Gobierno, pero no parece razonable que de esa alianza se concluya que el Gobierno es ilegítimo, que el sanchismo es fascismo y Sánchez un golpista.
Vamos a aceptar que es normal que haya gente que entienda que el Gobierno no ha estado acertado con la gestión de la pandemia, que se ha acelerado el desconfinamiento y que debía haber hecho pública la lista de expertos que le asesoraban, pero no parece razonable que la conclusión a la que se llegue por ello sea que el presidente del Gobierno es un asesino. 
Vamos a aceptar que es normal que entre los oficiales retirados de las Fuerzas Armadas abunden los conservadores, lo mismo que podemos presumir que entre los profesores de filosofía haya muchos progresistas o entre los agentes forestales muchos ecologistas. Pero no parece ni medianamente razonable que se dirijan al Jefe del Estado instándole a que promueva un alzamiento nacional porque la democracia actual no es como debería ser. 
Vamos a aceptar que es normal ser demócrata, pero lo que no vale es ser demócrata si y solo si los que están ahí hacen la política que nos gusta. O nos regimos por los principios democráticos o (como Groucho Marx) tenemos otros por si acaso. Si los políticos no actúan como tú quieres no les votes, pero no debes concluir por ello que la democracia es algo con lo que hay que acabar. 
Algunos piensan que "si el actual gobierno ha ganado las elecciones es porque ha habido fraude, ya que es metafísicamente imposible ganar unas elecciones siendo enemigos de la libertad, de la decencia, de la democracia y de España". Pueden pretender e incluso presumir de que piensan así porque son demócratas. Pero no. Son otra cosa.

domingo, 6 de diciembre de 2020

De allegados y vacunas


No importa mucho ahora esa cifra de fallecidos diarios que nos regalan los informativos mientras comemos. Ya ha pasado a segundo plano, estamos casi anestesiados. No importan ni los contagios ni los muertos que la pandemia nos pone encima de la mesa, ni las familias que destroza el virus cada día, lo importante es que el Gobierno nos diga si se atreve o no a prohibirnos disfrutar de unas Navidades como Dios manda. Y el Gobierno nos sale con aquello de los allegados. ¡Valiente estupidez! Otra metedura de pata por su parte porque así no podrá impedir que nos reunamos con quien nos venga en gana. Y tampoco podrá comprobar si somos ocho o doce a cenar en Nochebuena porque la ley no les permite entrar en nuestras casas así como así. Es verdad. Este Gobierno comete con frecuencia el error de pensar que los ciudadanos somos sensatos y dueños de una racionalidad suficiente como para actuar éticamente, haciendo caso de las recomendaciones, sin necesidad de que nos impongan por ley ser responsables. 
Sería fantástico esperar que no fuese necesario que nos obligasen por la fuerza a ser honestos, que se hiciesen las cosas adecuadamente sin necesidad de que sean publicadas en el Boletín Oficial, hacerlo bien no por miedo a la sanción sino por disponer de un arraigado sentido ético que nos empuje a actuar con corrección. 
Alguna polémica similar se avecina con el tema de las vacunas. Al margen de los negacionistas, que atentan contra la racionalidad de la ciencia, ya hay muchas personas normales que dicen que no quieren vacunarse o que mantienen reticencias, que prefieren esperar lo máximo posible para saber qué efectos producirán en los que sí lo hagan. Y vuelve a surgir el tema de si imponer por ley la obligatoriedad de vacunarse o anteponer la libertad de elección y que cada cual acuerde consigo mismo si debe o no hacerlo. En definitiva se trata de decidir si se puede permitir o no una objeción de conciencia a la vacunación sabiendo que no hacerlo entraña serios peligros para la salud pública. Nuevamente la ley frente a la moral. Lo ideal sería no tener siquiera que plantearse la obligatoriedad, pensar que somos suficientemente maduros y vamos a actuar éticamente pensando en que no es nuestra vida sino la de nuestro seres queridos y la de miles de ciudadanos lo que está en juego. Que no nos obliguen, que no nos lo impongan, confiemos en nuestra solidaridad. Que sea nuestra conciencia social y nuestra ética las que consigan salvar nuestras vidas y las que se apunten el éxito de acabar de una vez con la pandemia.

viernes, 4 de diciembre de 2020

Aprender a cambiar

 

Al final lo he descubierto. El problema de España no es el coronavirus ni la solución tiene que ver con el allanamiento de ninguna curva. La verdadera pandemia se llama "misoneísmo", una enfermedad que padecemos en alguna medida todos los humanos y la que realmente estamos obligados a superar. Ella es la culpable, la que causa todas esas tropelías en el Congreso y tanta crispación en la calle, la que hace que unos viejos militares pretendan que Franco siga vivo, la que produce los temblores que aquejan a Pablo Casado cuando alguien menta a Bildu, la que explica que Vox declare ilegítimo a un Gobierno salido de las urnas por socialcomunista, filoetarra y bolivariano, la que provoca que a Inés Arrimadas le parezcan aceptables unos presupuestos si y solo si no los apoyan los independentistas catalanes y vascos. 
El misoneísmo hace mucho daño porque genera en el ánimo una resistencia maligna a los cambios, un temor cancerígeno a lo que pueda venir. En román paladino viene a ser el miedo a lo desconocido. Nos negamos a aceptar cualquier cosa que cambie nuestras rutinas, que atente contra nuestros esquemas, no queremos asumir algo nuevo que ponga en riesgo aquello a lo que estamos acostumbrados y que, de alguna manera, nos sirve de apoyo. Nos cuesta aceptar que las cosas dejen de ser como eran. 
Necesitamos sobreponernos al misoneísmo, rehabilitarnos. Puede ser difícil curarse, pero hay que conseguirlo. Puede ser duro aceptar que Otegui hoy ya no sea un terrorista desalmado cuando ayer se dedicaba a matar. Nos crea dudas, nos produce desconcierto, pero hay que ganarle la batalla a la enfermedad. Este mundo global e interconectado  cambia con rapidez. Tenemos que asumir que ahora ya no podemos hacer la misma vida que antes de la pandemia, que los comunistas de hoy ya no dependen de Moscú ni son diablos con cuernos y rabo, que sus majestades los reyes también cometen tropelías punibles, que los jueces se equivocan, que España no es ya una unidad de destino en lo universal y que educar a los ciudadanos en valores éticos es más necesario que sancionarlos. Aceptarlo nos va a permitir sobrevivir. Las costumbres nos proporcionan tranquilidad pero el mundo es cambiante y cada vez a mayor velocidad. Es necesario perder el miedo al cambio, el odio a lo novedoso, librarnos de ese misoneísmo que nos agarrota y nos impide avanzar. Pretender que las cosas permanezcan como eran, es un grave error. 
Todos incorporamos hábitos, creencias y costumbres en nuestras vidas que quisiéramos que duraran eternamente, pero hoy más que nunca la eternidad dura un instante. Ese miedo a lo nuevo produce estancamiento. Más vale aceptar que todo se transforma que pasarnos la vida quejándonos de que las cosas no son como nos gustaría que fuesen. Cuanto más rápido se mueve el mundo más pronta debe ser nuestra respuesta. Para progresar es imprescindible interesarse por lo nuevo, inspeccionar caminos inéditos. O comenzamos ya la terapia para educarnos en esa disciplina del cambio o éste terminará por arrollarnos.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Esa ministra atrevida

Es verdad que la ministra no es especialmente carismática y ahora, con la ley que pretende poner en marcha, a Isabel Celáa se le ha echado medio país encima. La mayor parte de las críticas se centran en que va a acabar con la enseñanza concertada, que quiere aniquilar el castellano y que es un ataque directo a la libertad de elección por parte de las familias. Son repetitivas máximas, recomendadas por los dirigentes contrarios a la misma y todo indica que son pocos los que se han leído la ley. 
No parece inconveniente redireccionar el rumbo que iba arrinconando a la enseñanza pública frente a la concertada. Entre 2007 y 2017 el presupuesto de ésta había crecido un 25% mientras el de la pública lo hacía un 1,4%. Cualquiera debería estar de acuerdo en aspirar a una enseñanza pública bien valorada, bien retribuída, con medios adecuados y asequible para todos los ciudadanos. Respecto al teórico aniquilamiento del castellano, la única razón se busca en el apoyo de la nueva ley a las lenguas cooficiales, como exige la Constitución, y no se entiende fácilmente que haya tanta resistencia a que los alumnos gallegos se pueda expresar correctamente en su idioma. 
Por último, la gran crítica a la ley es que atenta contra el derecho de los padres a decidir cómo educar a sus hijos. Se percibe que no se la han leído y en el fondo, se intuye que el ataque feroz no sea contra la ley sino contra la ministra osada que un día tuvo la desfachatez de decir que los hijos no pertenecían exclusivamente a sus padres. ¡Qué osadía! ¡Qué ley se puede esperar de una mujer así! 
Al margen de la mayor o menor fortuna de la frase convendría analizarla sin sonrojo. No es ningún desatino pensar que nuestros hijos no nos pertenecen en exclusiva. Pertenecen también al resto de la familia, a su grupo de amigos, a los centros de formación, a su ciudad, a su país, a la sociedad en la que se desarrollan y al mundo en el que viven. Todo su entorno está implicado en su personalidad y a él también pertenece la criatura. Ese entorno ejerce de entrenador personal de nuestro hijo, le va a guiar en su trayectoria vital para que en la misma actúe y decida entre las diferentes alternativas que se le planteen. Si la escuela ha de educar para convivir, lo razonable sería pensar que los que vayan a vivir juntos se eduquen juntos al margen de su etnia, su sexo, su clase social o la religión familiar. Y no pensando que así se llevarán bien en el futuro, sino con la intención de que así puedan conocer cuanto antes los motivos por los que podrían llevarse mal y llegar a entenderlos. 
Es lógico que los padres quieran transmitir a sus hijos los valores que consideren más interesantes, pero también parece lógico que no debieran negarles la posibilidad de acceder a otras opiniones que no sean las suyas, que les permitan conocer otros criterios diferentes, igualmente respetables. En el fondo, la educación sirve para formar a los niños de manera que puedan elegir si quieren ser como sus padres, si prefieren fijarse en otras referencias o si quieren inventarse su propia vida.

sábado, 21 de noviembre de 2020

Quisiera entender, pero me cuesta mucho

Creo que me he vuelto mayor. Hago esfuerzos por entender lo que pasa pero no lo consigo. La gente habla en el Congreso de "ese Gobierno socialcomunista" en tono amenazador. Parece que han descubierto in fraganti al autor de un delito y quieren que el resto del mundo lo sepa, que no sean ajenos al peligro que entraña su ignorancia. No lo entiendo. Yo estaba convencido de que socialistas y comunistas eran legales desde que Franco desapareció. De eso va a hacer medio siglo y la gente no lo desconoce, creo yo. Tampoco entiendo que considerando una propuesta aceptable se rechace si otros, con los que no nos llevamos muy bien, también la vean interesante. Y esto pasa con Ciudadanos y los Presupuestos Generales del Estado. No los quieren aprobar si Bildu los apoya. Dicen que no quieren colaborar con un gobierno proetarra, y tampoco lo entiendo. Bildu no es una banda terrorista, es un partido político que participa del juego democrático y quiere ser parte activa de las decisiones que se toman en el Congreso. Normal. No se entiende que alguien pretenda que no sea así. Hemos suplicado a la izquierda radical abertzale que dejase de matar, que luchase por sus ideales desde el juego democrático. Ahora, convertida en un partido legal, la rechazamos. Digo yo que con el menosprecio entenderán que les hemos engañado y que les estamos invitando a volver a la ilegalidad. No me resulta fácil entender qué se pretende. Y tampoco entiendo los gritos contra el aniquilamiento del castellano en la ley Celáa porque en ella se dice que  "El castellano y las lenguas cooficiales tienen la consideración de lenguas vehiculares, de acuerdo con la normativa aplicable". A mí, gallego, que adoro Galicia y no puedo expresarme tan bien en gallego como me gustaría, me habría encantado que en mi época se impartiesen clases en gallego. Pero estaba prohibido. Hoy, impulsados por Esperanza Aguirre hay, por suerte, muchos centros bilingües en España, en los que la lengua vehicular es el inglés. Nadie lo consideró inconstitucional entonces. Ahora sí, dicen que esta ley va en contra del artículo 3 del Título Preliminar de la Constitución. Lo busco: "El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla". No parece que la ley Celáa vaya a impedir a los españoles conocer el castellano o usarlo. Lo dicho, quisiera entender lo que pasa en el Congreso, pero me cuesta mucho. Creo que mi mujer tiene razón, me estoy haciendo mayor.

jueves, 19 de noviembre de 2020

Hoy es un día muy especial

Hoy es 19 de Noviembre de 2020 y es un gran día. Pero no lo es para mí (aunque sea motivo de alborozo) porque España le haya ganado por 6-0 a Alemania, ni tampoco porque el mundo por fin se vaya a librar de esa trampa letal para la humanidad llamada Trump. Ni siquiera lo pienso porque tengamos dos vacunas en la sala de espera dispuestas a hacerle frente al maldito bicho, ni porque esté disminuyendo el número de contagios. Lo digo únicamente porque al levantarme me he dado cuenta de que estoy vivo. ¡Qué maravilla! Sí, lo sé, en el fondo es una tontería, pero muchas veces una cosa insignificante nos hace reír, nos proporciona alegría, nos hace felices. Además (después me ha dado por ahí), con la ayuda de la calculadora, he sabido que hace exactamente 25.725 días que he nacido. Suena bien. Un número bonito. Por un momento he pensado que ese número importante de días hacía de hoy un día importante. Normalmente celebramos el cumpleaños porque hace un número determinado de años que andamos dando vueltas por aquí y queremos festejarlo, rescatarlo de la cotidianeidad, quitarle esa carga de monotonía que muchos días llevan consigo.  Incluso, cuando el número es un poco especial queremos hacerlo de una manera más solemne; no es lo mismo cumplir 50 años o tres cuartos de siglo que cumplir 46. Yo pienso que cumplir 25.725 días de vida es algo grande, valioso, solemne, una maravilla. Tengo intención de festejarlo. ¿Por qué no celebrar por todo lo alto mi cumpledías si es un día tan especial?

sábado, 24 de octubre de 2020

Más educación, menos problemas

No solo como consecuencia de los lamentables espectáculos que nos brindan sus señorías en el Congreso deberíamos de salir de esta pandemia con una lección aprendida: Resulta muy rentable invertir en educación. Buena parte de las crispaciones sociales, no pocos de los groseros enfrentamientos políticos y lo que es más importante, muchas vidas, se hubieran ahorrado si todos fuésemos un poco más respetuosos, más responsables, más serios, en definitiva, más educados. La educación inculca pautas morales que son fundamentales para construir sociedades más cívicas y democráticas. 
En España el gasto en educación es del 3,97% del PIB. Los países nórdicos invierten prácticamente el doble que nosotros, un poco menos del 6% Estonia o Letonia, Francia un 5,42% y Portugal el 5%. Todos tienen menos contagios por coronavirus que España. Sin duda habrá otros factores que incidan en que sea así, pero no cabe duda de que aquí nos tienen que obligar por la fuerza a tomarnos en serio lo del distanciamiento social y el uso de medidas de protección. Ni siquiera las leyes y la policía nos retienen. Somos poco respetuosos. Nos saltamos a la torera la cuarentena, burlamos el confinamiento, insultamos a los agentes si nos obligan a disolver un botellón y se abren clandestinamente los locales fuera del horario permitido. Un ciudadano ejemplar no nace, se hace. Si hay una inversión rentable, es la educación. Deberíamos doctorar a toda la población en convivencia, en empatía, en solidaridad. Jóvenes bien formados, solidarios y educados en valores son la mejor garantía de éxito futuro para un país.

domingo, 18 de octubre de 2020

El efecto mariposa

Tratando de explicar los vaivenes de la economía española y con ánimo de hacer patente la interdependencia en los mercados de la economía global, dije en cierta ocasión que “si hace frío en Nueva York se resfrían los murcianos”, pretendiendo evidenciar así las interrelaciones inevitables en este mundo nuevo cada vez más conectado. La frase llamó la atención, hubo muchos comentarios. Los más comedidos dijeron que era un exagerado y me tacharon de alarmista. En el fondo venía a ser la aplicación del llamado efecto mariposa del matemático Edward Lorenz que, en los años 60, al hacer involuntariamente una modificación de milésimas en una de las variables que utilizaba para sus estudios de predicción climatológica, llegó a resultados diametralmente opuestos a los originales. Aquello dio lugar a la teoría del caos (los resultados siempre son impredecibles) y remataba el trabajo con una sentencia que hizo historia: “el aleteo de una mariposa en Brasil puede provocar un tornado en Texas”. Hoy, en medio de esta locura pandémica actual, podemos pensar razonablemente que Lorenz se ha quedado muy corto y que realmente un aleteo imperceptible puede llegar a producir un tsunami mundial de catastróficas consecuencias. ¿Con qué frase hubiera concluido Lorenz el estudio si comprobase que el pequeño salto de un bichejo imperceptible en China llegaba a provocar la muerte de millones de personas a miles de kilómetros de distancia, destrozaba las previsiones económicas de todos los países, imponía hábitos impensables a los terrícolas y volvía completamente locos a todos los políticos del planeta?  

viernes, 16 de octubre de 2020

Ahora, adueñarse de la ciencia

La ciencia nunca nos ha interesado. Jamás los telediarios se han preocupado de los avances en física cuántica, ni de la situación en la que se encuentra la biomedicina, ni de los problemas laborales de los químicos en los laboratorios. Ahora sí. La gran marginada en las noticias ha pasado a ser clave en los editoriales de prensa y no hay tertulia que se precie si no cuenta con tres o cuatro científicos, médicos, biólogos, epidemiólogos o investigadores. Es bueno. Para encontrar vías de solución a los grandes problemas dependemos de la ciencia. Hoy la ciencia es el árbitro, el juez, la luz que ilumina esta oscuridad en la que nos ha sumido la maldita pandemia. 
Incluso se pide a gritos que se callen los políticos y que hable la ciencia. Necesitamos como nunca de la ciencia para desenmarañar el caos en el que el coronavirus nos ha envuelto y así clarificar el momento y el horizonte. Es un discurso fácil, oportunista, pero tampoco es cierto. También los árbitros tienen su corazoncito y también los focos pueden deslumbrar. Las ideologías buscan el apoyo de la ciencia para amparar sus argumentos, el sustento para las medidas (políticas) que quieren aplicar. Estamos en las mismas. No nos engañemos. Las conclusiones científicas añaden información que sirve para la toma de decisiones, pero resulta que  eso, precisamente la toma de decisiones, es la política. 
¿Son 500 nuevos contagios razón suficiente para confinar a la población? ¿Cuántos focos son necesarios para limitar la movilidad social? ¿Cómo hacerlo? ¿En el barrio? ¿Hay que hacerlo igual si es un barrio rico o uno en el que viven hacinados? ¿En toda la ciudad? ¿Cerrar a las 10 o a las 12? ¿Seis o diez personas? ¿El comité de científicos del Estado es más fiable que nuestros consagrados expertos? 
Es muy lógico buscar argumentos científicos para dar solidez a las decisiones, pero pretender que la ciencia sea apolítica es un tremendo error. La ciencia es política porque crea nuevos conocimientos que redefinen nuestros criterios, entre ellos los éticos y morales. No se pueden separar, siempre irán juntas. La ciencia tiene que servir de guía, la política tiene que decidir.

jueves, 24 de septiembre de 2020

Paladear el tiempo

Nos han educado así, nos han inoculado la fascinación por lo veloz. Para triunfar hay que ir rápido. No vale entretenerse, hace falta apurar para llegar más lejos. La globalización, el ritmo trepidante del consumo, la televisión, el trabajo a destajo, la atención necesaria a las redes sociales, el estar al día en las últimas tendencias, conocer los entresijos de las series de moda o estar pendientes de los vertiginosos vaivenes emocionales de nuestros políticos y nuestros tertulianos lleva mucho tiempo. Somos presos de las prisas. No podemos entretenernos mirando cómo la lluvia cae tras los cristales ni saborear una puesta de sol. Tenemos que correr si queremos llegar a tiempo a ninguna parte. Con la vista siempre puesta en lo que viene es imposible apreciar el ahora. Parece que tenemos que acelerar para poder estamparnos antes contra la nada. Hoy me rebelé contra el apuro. Tiré del freno de mano y puse un poco de música relajada. Miré por la ventana y me fugué con una niña que iba en bicicleta. Me distrajo un vecino que también no hacía más que rascarse la cabeza. Gracias, Serrat. Hoy me has enseñado a disfrutar del recorrido, a canturrear en tránsito, a apreciar el goce de paladear el tiempo. Al final, como tú, también me he dado cuenta de que al techo no le iría nada mal una mano de pintura.  

jueves, 11 de junio de 2020

Se busca un nuevo caudillo

Es preocupante. La ultraderecha, hasta ahora marginada, se ha ido adueñando de parcelas cada vez más notables de la política española y europea. Concretando, en nuestro país era hasta hace poco impensable que un partido tan radical como Vox tuviese cabida. Posiblemente la situación de la que hoy puede presumir esté muy propiciada por los movimientos llevados a cabo por los partidos democráticos de la derecha política (y más concretamente por el PP). Casado ha visto como Vox le ha ido robando clientela y su reacción ha sido la de radicalizarse tanto o más que su compañero político. Si alguien no hace mucho hubiera vaticinado que la extrema derecha tendría cabida en la política de nuestro país no nos lo hubiéramos creído. Estábamos orgullosos de que nuestra madurez, el respeto y la consideración del adversario político, lograrían que todo extremismo quedase fuera del tablero y arrinconado en nuestro planteamiento democrático. Pero lo cierto es que hoy se ha extendido la maldad en el hemiciclo hispano, ha bastado extender el discurso del odio para infectar el debate público y generalizar la idea de que todos los políticos son iguales para que se afiance entre la ciudadanía el convencimiento de que es imprescindible un caudillo que nos salve del desastre. Ya no resulta fácil distinguir entre los pronunciamientos de Vox y los del PP. Y lo más trágico es que tanto Abascal como Casado litigan   para disputarse ese dudoso título de redentores de la patria y ya se solicita abiertamente un golpe de estado. Para salvar al país hay que acabar con Sánchez y este gobierno socialcomunista, que ya nadie recuerda hemos elegido democráticamente (aunque eso ahora sea ya lo de menos).

martes, 9 de junio de 2020

Se acaba el peligro, empieza el desastre

Ya hemos vuelto a la anormalidad. Desgraciadamente esta locura hacia la que caminamos como locos es la ansiada nueva normalidad, una vuelta terca al desatino, a la barbarie cotidiana. Ilusos pensamos al arrancar la cuarentena que el virus podría recomponernos, que tendríamos la suerte de volver a sacar a relucir las mejores esencias del colectivo social, pero pronto han quedado atrás aquellos impulsos iniciales de sensatez, aquellos arranques de sensibilidad, aquel convencimiento de que vivíamos un rebrote de la solidaridad sepultada, un interés espontáneo en aplaudir a nuestros sanitarios y en llorar en silencio a nuestros cercanos perdidos. Todo se ha diluido.

Se acabó el miedo y ahora empieza lo peor. En cuanto se han vaciado las Ucis las calles se han llenado de gritos desaforados, de banderas agresivas y de cacerolas arrojadizas. El silencio de la reflexión se ha roto estrepitosamente con las furiosas acusaciones cruzadas en busca de asesinos  culpables. Le hemos dado una vuelta radical a la sensatez inicial y así nos hemos alejado de la realidad, de la gente necesitada de ayuda para superar el trance. Del manifiesto deseo de no dejar a nadie atrás que ocupaba hasta hace poco buena parte del interés general y todas las horas de nuestros dirigentes, hemos tenido que pasar a centrar nuestra atención en el ruido de sables que se escucha cada vez con más fuerza por todos los rincones.

Vuelve la política triste. Casado acentúa sus ansias por sacar a toda costa rédito político de los muertos del coronavirus acusando al Gobierno de mentir y responsabilizándolo de la crisis. Con la máxima de acabar con un gobierno ilegítimo alimenta alocadamente la fiebre de sus correligionarios diciendo que es una oportunidad que no se puede dejar pasar para liquidarlo. Vox aprovecha la tensión del momento para calentar más el despropósito reinante arrojando gasolina al fuego de la insensatez y a través de una encuesta abierta en una página web pregunta a sus lectores si creen que "el rey debería disolver las Cortes, convocar al Ejército y tomar el mando". Gracias a ellos ya no nos podemos ocupar de lo que nos preocupa. Nos han liado para que desconectemos de la gente que espera que se le ayude a superar la catástrofe que se le viene encima y pasemos a centrar toda nuestra atención en darle vueltas a lo que interesa a esos afortunados que no van a tener que sufrir las consecuencias del confinamiento y la pandemia. Se acaba el peligro, empieza el desastre.

domingo, 7 de junio de 2020

Manipulación malintencionada

En medio de la pandemia surgen voces alarmadas que, vigilantes, nos alertan de que el Gobierno (?) ha aprovechado las trágicas circunstancias que vivimos para instalarnos en los móviles sin que nos demos cuenta, de manera sibilina y con total alevosía, una aplicación que nos vigile, un Gran Hermano camuflado que dará cuenta de todos nuestros movimientos, que hará públicos nuestros intereses, un espía permanente de nuestras opiniones y nuestras amistades. Es muy cierto que cada día es más visible nuestra intimidad, aunque lo es fundamentalmente porque nosotros damos permiso para que se conozca cuando pulsamos un "acepto" en el móvil. Pero también en este caso son precisos matices. Hay mucho alarmismo malintencionado alejado de la realidad.

Es verdad que los teléfonos se están ahora actualizando de forma automática para que se pueda instalar una aplicación de rastreo de personas contagiadas por Covid-19. Lo que sin nuestro permiso nos han instalado (como el resto de las actualizaciones automáticas) es para que en el futuro nuestro móvil pueda avisarnos si entramos en contacto con alguien con coronavirus. Esto no significa que se esté instalando una app nueva, sino que se está actualizando el sistema operativo para que pueda utilizar posteriormente esta aplicación. En su momento, Google y Apple se comprometieron a trabajar para que en los móviles pudiese funcionar una aplicación de este tipo. Estas apps funcionan por bluetooth y había que hacer algunos cambios para poder llevarlo activado y funcionando constantemente sin que se agotase la batería (entre otras cosas). No han creado una aplicación para hacer el rastreo de contactos, han hecho una actualización del sistema operativo para que los que desarrollen esa aplicación sepan que los móviles la van a poder utilizar. Para que esa actualización que se está instalando en nuestros teléfonos sirva para algo se necesita una aplicación. Una vez actualizado el móvil, el usuario decidirá voluntariamente si quiere instalarla y utilizarla.

Pero dicho todo lo anterior, no es menos verdad que una vez lo hagamos, alguien que maneje los derechos de la aplicación (en principio las autoridades sanitarias del país) tendrá conocimiento de los pasos que todos hemos estado dando y de las relaciones que hemos mantenido. Big brother is watching you.

viernes, 5 de junio de 2020

Libertad o intolerancia

Borrón y cuenta nueva. Atrás quedan los noticiarios llenos de calles vacías, los intentos solidarios por doblegar una curva ingobernable, la falta de EPIs, las PCRs y la angustia de unas UCIs desbordadas. Ya no nos persiguen las carreras decisivas a vida o muerte, los rostros desencajados, la falta de aire sin respiradores o la lucha despiadada por las camas. A lo lejos palidecen ya las gestas épicas del reciclado Ifema, se desdibujan los ancianos residentes abandonados a su suerte y pierde brillo el macabro palacio multiusos de hielo, mientras se apaga poco a poco la heroicidad de los ignorados cotidianos y el entusiasmo de  los descomprometidos aplausos vespertinos. Por fin hemos superado la desescalada y las desfasadas peleas por las fases. Muchas imágenes quedan por suerte atrás aunque por desgracia se queden con nosotros para siempre.
Ahora ya no es entonces. Es otro tiempo, un tiempo que invitaría a la reflexión camino de una nueva (a)normalidad que no sabemos qué encierra, un momento propicio para el análisis silencioso inmersos en la duda de un futuro prometido que apunta incierto. Pero no, no estamos ahí. Caminamos aturdidos y deprisa hacia la nada, desbordados, enloquecidos, dando gritos, zancadilleando a los que van a nuestro lado para que no lleguen a no sabemos dónde, con tirones descarnados de uno y otro lado que vaticinan siempre perdedores. Sin sentido.
No hemos conseguido asumir que la madurez no la proporcionan los años ni los cargos, únicamente la adquirimos con la capacidad para adaptarse a los cambios. La sensatez y la inteligencia pasan por  olvidarse de las rigideces conceptuales y el estatismo. La verdadera libertad consiste en desechar las verdades absolutas porque la adaptabilidad a los cambios constituye la virtud clave para conseguir hacer avanzar la sociedad actual. Y está claro que escasea. Se comprueba a diario en el Congreso. Se entiende que para algunos políticos sea una virtud complicada de incorporar a sus temperamentos después de haber sido educados durante años en la intolerancia, el dogmatismo y la intransigencia. Pero no tienen más remedio que aplicarse.
Este tiempo nuevo se aventura nuevamente complicado.

domingo, 31 de mayo de 2020

Imágenes para siempre

No cabe duda alguna de que este año cabalístico, enigmático, este 2020 tan especial, ha venido para quedarse. Quiere dejarnos  un abanico de imágenes con una gran carga emotiva, que marcarán para siempre los recuerdos y la vida de toda una generación. Escenas de hospitales colapsados, de ciudades sorprendentemente vaciadas, de rostros desgarrados sin consuelo, de aplausos sinceros, de llantos incontrolados, de ancianos moribundos secuestrados, de amarga soledad incontenible o con muestras de solidaridad desbordante, imágenes importantes plagadas de intensidad que nunca conseguiremos borrar.
Desgraciadamente y en paralelo también se nos quedarán en la retina otras estampas de impacto, menos emocionantes y tan dolorosas cuando menos, manchadas de crispación, de odio, salpicadas de acaparadoras banderas callejeras tratando de apoderarse de lo que es de todos, fotos impregnadas con los mensajes irresponsables de nuestros responsables políticos, escenas con groseros ejemplos de falta de ejemplaridad, del intratable ruido extremo de la intolerancia, de la ausencia total de autocrítica en momentos tan críticos o de atrincherados delimitadores de fronteras que acentúan las distancias entre las diferentes españas. Todas esas imágenes también se van a quedar con nosotros.
Siempre recordaremos este año como aquel en el que alguien nos robó la primavera. Por ahora no podemos saber si además, detrás de la primavera robada, la llegada de la nueva (a)normalidad traerá consigo un ansiado verano aclimatado en el que nadie se haya quedado atrás o, por el contrario, lo que nos espera directamente es un desesperante invierno como un infierno teñido de inclemencias e incertidumbre.

jueves, 28 de mayo de 2020

O es democracia o es otra cosa

¡Madre mía! Resulta que ahora nos enteramos que en la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados cualesquiera de los presentes —representantes de la ciudadanía elegidos democráticamente por todos nosotros para que sean portavoces de nuestras ideas—, puede decir sin pestañear la mayor animalada que se le ocurra acerca de sus adversarios políticos porque no tiene ningún castigo, no tiene que ser perseguido por la justicia como el resto de los mortales cuando no somos sensatos, cuando se nos calienta el paladar y decimos alguna burrada. Para estos privilegiados de la justicia no importa. (Art. 71 de la Constitución: Los diputados gozarán de inviolabilidad por las opiniones manifestadas en el ejercicio de sus funciones). 

Esto viene  a significar que a un diputado puede ocurrírsele decir —porque se supone que puede ser interesante para captar votos— que su adversario político es un asesino y no es necesario que lo matice, no es imprescindible ni siquiera que le ponga delante el calificativo condicional de presunto —como tenemos que hacer el resto de los mortales si no queremos complicarnos la vida en los tribunales– , no es necesario porque desde la tribuna de oradores del Congreso los diputados tienen bula, son privilegiados, están vacunados, pueden decir la mayor barbaridad que se les antoje con total impunidad. Fatal. 

Ahora vamos entendiendo esa locura en la que se ha convertido el Congreso de los Diputados: descalificaciones, insensateces, brutalidades, insultos sin ton ni son hacia cualquier adversario. Es gratuito, no cuesta nada. Vale todo. Perdónenme, pero esto no tiene nada que ver con la democracia ni con la  libertad de expresión, esto es un cheque en blanco para saltarse la sensatez, la decencia y el juego limpio que se nos exige al resto de la sociedad. El librepensamiento es una doctrina que sostiene que las posiciones de cada uno en relación a su concepción de la realidad deben de  sustentarse en el análisis, la lógica y la razón, pero nunca en la autoridad, en la arbitrariedad, en el sinsentido, en la tradición, en el odio o en alguna casual ocurrencia interesada en particular. Resulta muy curioso que sean aquellos que emplean la irracionalidad y el despropósito como banderas los que se arrogan con orgullo el título de librepensadores, de adalides de la libertad. 

Así, alguien puede soltarle a otro, sin ruborizarse y sea quien sea el destinatario, que su padre es un terrorista, insultarle abiertamente o decirle que es un asesino, como se ha dicho frecuentemente en la Cámara de Representantes. Sin matices, sin medias tintas, sin condicionantes. Así de crudo. Y no pasa nada. ¡¡No pasa nada!! Son sus señorías. Y por eso, por el hecho de serlo, están autorizados a decir lo que les venga en gana. Pues no estoy de acuerdo. Me rebelo. Si usted me difama, sea usted quien sea y lo haga donde lo haga, tiene que responder ante el juez de sus actos y, en caso de no ser cierto lo que dice, tiene que rendir cuentas, tiene que ser castigado por mentir y por difamar. Eso es la independencia real del poder judicial. La tribuna del Congreso no tiene que ser una isla privilegiada, un reducto de impunidad, sino todo lo contrario, debe ser una plataforma de ejemplaridad para la ciudadanía, en la que la falta de ética se persiga y se castigue con rigor. En la Facultad de Ciencias de la Información nos decía un profesor de Derecho Político que, o el listón es el mismo para todos o, le llamemos como le llamemos, a lo que estamos jugando no se le puede llamar democracia. Es otra cosa.  

domingo, 24 de mayo de 2020

¿Título o capacidad?

Durante todo este estado de alarma han sido muchas las voces que, alarmadas, han puesto el grito en el cielo. No se entiende que para controlar este descontrol en el que estamos inmersos se ponga a un hombre que no sabe nada de sanidad, un incapaz, una persona sin experiencia en pandemias ni en salud, sin ni siquiera titulación de médico. Nada menos que un filósofo.

Por su parte, la señora Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, se ha enfadado mucho cuando este ministro filósofo (que sabrá mucho de metafísica, pero no tiene ni idea de desescaladas) le negó el pase que le correspondía a la fase uno. ¡Qué sabrá el ministro filósofo! Los que saben son los expertos del Consejo Asesor del Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, que han asegurado que la Comunidad estaba perfectamente capacitada para dar ese salto.  

A la vista de esto lo mejor que podemos hacer es acercarnos a conocer a este comité de científicos sabios. El Jefe de Gabinete de expertos es Emilio Gonzalo Navarro García. Licenciado en Periodismo. También ha hecho cursos de doctorado sobre Análisis de los Medios de Comunicación Social y Sociedad del Conocimiento.
El resto del comité de sabios lo componen:
- María Ángeles del Molino Olías. Licenciada en Derecho y en Ciencias Económicas y Empresariales UCM. 
- Paula Gómez-Angulo Amorós. Licenciada en Periodismo por la Universidad CEU San Pablo
- Manuel Moreno Escobar. Grado en Ingeniería de organización Industrial.
- Marta Osuna Martín. Formación en Marketing y Dirección Comercial (ESEM).  Master en Protocolo y Relaciones Institucionales.
- Leire Sopuerta Biota. Licenciada en Periodismo por la UCM. 
- Eva Luengo González. Licenciada en Derecho por la UCM.
- Mercedes Vera Vera. Licenciada en Ciencias de la Información. Periodismo (C.E.U. San Pablo).  
- Pilar González Romanillos. Licenciada en Farmacia por la UCM.
- Jesús Ortega Seda. Licenciado en Ciencia Política y Sociología, por la Universidad de Granada,
- Margarita Ansón Peironcely. No figura titulación. Procede del Gabinete de prensa del Grupo Popular en el Congreso. 
- Susana Penedo Jiménez. Licenciada en Sociología por la UCM. 
- Arturo Sánchez Rodríguez. Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la UCM.

Está claro que un licenciado en Filosofía no es nadie capacitado para resolver este tipo de cuestiones, los verdaderamente válidos para resolver estos problemas son los licenciados en Derecho, en Periodismo, en Económicas y en Sociología. ¡Esos son los que realmente saben de inmunidad, de pandemias, de prevalencias y de virus! 

miércoles, 20 de mayo de 2020

Los nuevos revolucionarios

Al principio, cuando nos acababan de alarmar, cuando las calles olían a muerto y las puertas de las casas estaban clausuradas entre un mar de dudas, quise elucubrar sobre alguna cosa interesante que entresacar del pánico ambiental, posibles cambios de cara al futuro, acercamientos amigables entre planteamientos contrapuestos o alguna reflexión acerca de la ideología y la conciencia social. Mi amigo Jesús Torralba, de forma escueta, precisa y premonitoria me contestaba lacónico: “¡Cómo me gustaría creerte! ¡Qué miedo me da cuando se pase el miedo!” Siempre tan perspicaz, de nuevo el tiempo lo confirma. En cuanto dejamos unos metros atrás el miedo, la situación empieza a provocar ya un pánico atroz.

Durante todo el confinamiento se han ido calentando las redes sociales y radicalizando las posiciones. No solamente Vox levanta su dedo acusador contra el Gobierno, al que tacha sin miramientos de geratricida y de asesino, sino que el Partido Popular pasa a desintegrarse en una cadena salvaje de despropósitos (con ánimo de marcar diferencias respecto a Ciudadanos) y se sube al carro de las agresiones sin límite, de los insultos desmesurados y de la crispación. De por sí ya es grave la situación, pero lo peor es que cuando los que nos representan se portan de forma tan poco racional, tan exaltada y tan bruta, sus representados les emulan y la calle se llena de una locura incontrolable que termina en enfrentamientos tan fratricidas como ingratos. Hay forcejeos peligrosos en las caceroladas y se acallan los gritos de los insumisos a pedradas. 

Hoy, los nuevos revolucionarios no reclaman igualdad y fraternidad, lo que les duele es que el tal Simón no lleve siquiera corbata, que el ministro filósofo les obligue a quedarse en casa y que el socialcomunista que preside el país, en vez de preocuparse de ellos como se merecen, que para eso son la clase dirigente, pierde el tiempo empeñado en que los más desfavorecidos sobrevivan a la crisis. ¡Valiente imbécil! Y con esas razones revolucionarias se lanzan, a golpe de cacerola y con amenaza de golpe de estado, a reconquistar España. Un desvarío que da miedo. Avivan el incendio de la pandemia porque piensan que les va a ir mejor con las llamas que con las urnas. Un intento alocado de darle la vuelta a la historia con palos de golf. La revolución pija asalta los cuarteles pidiendo pan y libertad. Es el acabóse.

Para rematar, algunas presidentas cabales, políticas ejemplares donde las haya, arengan a las masas y se prodigan en advertencias amenazantes: “Que esperen a que la gente salga libremente a la calle, lo de Núñez de Balboa les va a parecer una broma”, dice una Ayuso risueña ante los medios. Y así, con esa altura de miras, va llenando de enemigos la acera de enfrente en la que hace un rato solo había gente con distintas opiniones. Es muy triste la imagen que está dando la presidenta madrileña. Más todavía es la bendición que obtiene del gran pilar popular, el ungido señor Aznar: “es una satisfacción que sufras el ataque de los hijos de Chávez”. Va bien la cosa. 

La ira de los partidos más reaccionarios (empezando por la que manifiestan impúdicamente sus dirigentes), desnortada, hambrienta de poder y con ansias de venganza a toda costa, es un grave problema para el país, si cabe —o sin ningún lugar a dudas—más grave que la que padecemos con la maldita pandemia. 

lunes, 18 de mayo de 2020

Protestas insanas


Desde hace unos días salen a la calle cientos de ciudadanos a manifestarse en contra del Gobierno. Se quejan de que los comercios están cerrados y sus dueños necesitan trabajar. Alguien ha dicho que cuando el barrio de Salamanca protesta contra el Gobierno, es que el Gobierno algo está haciendo bien.
- Es muy cierto que en algunos hogares la pandemia supone una pérdida de ingresos, pero en otros muchos significa acudir a los comedores sociales para subsistir. No es lo mismo dejar de ganar que dejar de comer. 
- Es muy lícito que cientos de ciudadanos se congreguen en las calles para hacer una cacerolada de protesta contra el Gobierno. Lo que no es tan lícito es que lo hagan atentando contra la salud de los demás, sin respetar las obligatorias medidas de distanciamiento social.
- Es muy comprensible que cualquier dirigente político se pronuncie en favor de una protesta concreta, lo que no está nada bien es que ni el alcalde de la ciudad ni la presidenta de la comunidad obliguen a que todos, incluso los manifestantes que ellos apoyan, cumplan las leyes en los territorios que ellos gobiernan.
- Es muy sensato que se decida convocar una manifestación contra los desaciertos del Gobierno ante la pandemia, pero dista mucho de ello defenderla como una cruzada antibolivariana contra los bolchevismo soviético que gobierna nuestro país y la pandilla socialcomunista que nos dirige.
- Es muy legal que unos vecinos quieran exigir que no se mantengan más los comercios cerrados, pero no es lógico pensar que si frenar el avance del virus tiene un coste importante para todos, los privilegiados de un barrio o de una ciudad pidan que se les exima.
- Es totalmente constitucional solicitar permiso para manifestarse contra los expertos que dirigen la desescalada, pero no es honrado ni constitucional hacerlo incitando al odio, convocando a la sublevación militar, voceando máximas en favor de Franco y ondeando la bandera de la dictadura.
- Es defendible que esta que se ha dado en llamar la revolución de los cayetanos, arremeta contra un Gobierno que consideren lo ha hecho mal en su intento de salvar vidas humanas, pero que lo justifiquen diciendo que la causa es un gabinete chavista y estalinista es un tanto absurdo.
- Es muy político tratar de aprovechar los errores del contrario para tratar de sacar rédito en beneficio propio, lo que no es político es arengar a las masas para que se lancen a provocar un golpe de estado.
- Es muy cierto que conviene buscar otros canales de participación ciudadana además de acudir a las urnas cada cuatro años, pero no parece muy serio que cuando el resultado de las urnas no es el apetecido la forma de participación ciudadana que se proponga sea anular la votación liándose a puñetazos en la calle.
No vale. O aceptamos las reglas o rompemos la baraja. 

sábado, 16 de mayo de 2020

Cuidémonos o murámonos

Lo normal era "hasta la vista" o "nos vemos pronto". Ahora siempre decimos "cuidaros mucho". Y es que los tiempos son complicados. Hace falta no caminar a ciegas, no despistarnos y mirar con cautela dónde pisamos. En esta andadura que afrontamos tenemos la suerte de haber aprendido bien la lección; todos sabemos cuánto mide un metro y medio y cómo tenemos que lavarnos las manos.

Nos han adoctrinado adecuadamente en la adopción de nuevos hábitos higiénicos pero desgraciadamente no parece que nadie se haya esmerado en darnos un curso intensivo para la adopción de nuevos hábitos morales, que en estas circunstancias delicadas nos pueden salvar la vida. Son pedagogías complicadas, actitudes menos asumibles, hábitos más difíciles de inculcar, pero conseguir introducirlos entre la población y de forma muy especial entre la clase política, sería enormemente beneficioso para afrontar con éxito el tiempo que nos espera y para acercarnos acertadamente al ansiado bienestar social. Avanzaríamos mucho en cordura colectiva si no invirtiésemos tantos esfuerzos en lograr que el mundo se entere de los pequeños errores que ha cometido el vecino y aprendiésemos a aplaudir los grandes aciertos del contrario en beneficio de la colectividad. Pero ni nos lo han inculcado ni predicamos con el ejemplo.

En nuestras manos está el continuar con esta miseria moral en la que nos movemos, esparciendo odio a diestro y siniestro y escupiendo intolerancia a todas horas, o aprovechar para plantearnos otra forma más humana de desescalarnos verdaderamente, buscar algún arrebato de sensatez colectiva que nos permita salir del hoyo inmoral en el que nos hemos metido o promover algún cultivo de lucidez masiva que consiga iluminar este pozo cada vez más siniestro en el que nos hundimos. Sería la única manera de evitar que finalmente nos extermine la pandemia mortal que nos puede venir encima tras el desconfinamiento. Solo así impediremos que nos asfixie definitivamente la cuarentena a la que nos condena ese otro virus maligno, mucho más dañino y más contagioso, que es el odio. Tenemos que conseguir evitar la propagación de la intolerancia, que los otros sean de una vez parte de nosotros, que no nos contamine la crispación, que sean la mesura y la racionalidad las que dominen el debate público. De no ser así estamos sentenciados a comprobar en cuanto salgamos a la calle que la nueva normalidad hacia la que caminábamos ilusionados era totalmente irrespirable, estaba completamente infectada con virus de intransigencia, mucho más letales que el Covid-19.

viernes, 15 de mayo de 2020

La bici en la nueva normalidad

Hasta hace poco tiempo los ciclistas urbanos éramos unos marginales, unos trasnochados incapaces de adaptarnos a los tiempos modernos, unos alocados empeñados en arriesgar la vida entre los coches, unos inconscientes. Pero, como decía Bob Dylan, los tiempos están cambiando y hoy muchos responsables de diferentes países, entre otros el Ministro de Sanidad del nuestro, señalan a la bicicleta como la gran solución, el mejor medio de transporte para afrontar el futuro tras el confinamiento, especialmente en grandes núcleos de población. En las circunstancias actuales la bicicleta se presenta como una fórmula ideal para los desplazamientos en ciudad, ya que permite sin ningún problema mantener la distancia de seguridad con otras personas. El coronavirus está haciendo que nos replanteemos seriamente muchos de nuestros viejos hábitos. La bicicleta se presenta ahora como una buena herramienta y los gobiernos tratan de favorecer su uso como medio de transporte adecuado para empezar a recuperar sin riesgos el tiempo perdido. 

Por suerte el confinamiento y la paralización en el movimiento de vehículos ha hecho evidente que las restricciones al tráfico rodado consiguen disminuir fácilmente los niveles de contaminación en las ciudades. El de dióxido de nitrógeno se había reducido después de tres semanas de confinamiento un 51% en las 80 localidades más pobladas de España. El coronavirus ha conseguido abrirnos los ojos. Es el mejor momento para contrastar las ventajas de un cambio radical en el modelo de movilidad urbana, que ya antes de la pandemia se presumía como necesario aunque no se entendiese de necesidad inmediata. Quizás ahora sea el momento de dar un puñetazo sobre la mesa. A la ventaja que en el camino hacia la nueva normalidad supone el uso de la bicicleta para mantener el distanciamiento social, hay que añadir los enormes beneficios derivados del descenso en los niveles de contaminación urbana que a largo plazo lleva consigo el uso habitual de la bici en la salud de la población. Economía, ecología y salud. No es poco.

En todo el mundo se palpa ahora un interés en  propiciar cambios que nos lleven a ciudades más sostenibles, en impulsar nuevos modelos de movilidad urbana más limpios, con menos coches y menos ruido. Se nos empieza a ver a los bicicleteros de otra forma más amigable. Incluso el alcalde de Madrid,  José Luis Martínez-Almeida, que inició su andadura en el Consistorio eliminando carriles bici en la capital, ahora ya dice que “somos conscientes de que en la situación actual la bici puede ejercer un papel fundamental. Es un medio de transporte muy seguro si se adoptan las medidas adecuadas y además es sostenible”. ¡Hasta el alcalde que quería acabar con el Madrid Central empieza a vernos bien a los ciclistas! Aunque muchos se resistan, hay que reconocer que también tenemos que agradecerle cosas buenas al coronavirus. 

domingo, 10 de mayo de 2020

Pedagogía del virus

Se nos acaba el confinamiento.
- Estar con nosotros mismos no ha sido ningún castigo. / -Ahora sabemos que hacer nada estaba subvalorado. / -Nos hemos convencido de que el futuro es incierto. / -Hemos aprendido a lavarnos bien las manos. / -Siempre andamos con prisas para ir a ninguna parte. / -Salir a la calle puede ser un deporte de riesgo. / -El planeta respira a gusto si estamos un poco más quietecitos. / -Es bonito circular despacio por la vida. Más rápido no es mejor. / -No tiene sentido basar la vida en el placer personal. / -Tener tiempo para pararse a pensar tampoco es ninguna tontería. / -Todo lo que hacemos afecta a los demás y al mundo. / -Encontrarse con uno mismo puede dar mucho juego. / -Los abrazos virtuales emocionan pero les falta calor. / -Este virus (por suerte) no entiende de clases sociales. / -Cuando esto pase podemos empezar a ser de otra forma. / -Tenemos que cambiar algunos hábitos higiénicos y muchos hábitos morales. / -No podemos elegir ni lo malo ni lo bueno que nos va a pasar. / -Ser libre no implica hacer lo que uno quiera. / -Europa, o es algo de verdad o no tiene sentido. / -Tenemos que apreciar en lo que vale el bien común. / -Es triste pensar que la suerte de cada país depende solo de él mismo. / -Lo del teletrabajo era más fácil de lo que decían. / -Cuando llegan las tormentas buscamos cobijo bajo el paraguas del Estado. / -Siempre tenemos proyectos aparcados que vale la pena recuperar. / -Aquello imprescindible que teníamos que hacer no era tan importante. / -La globalización no debería limitarse al desarrollo del comercio internacional. / -Posiblemente las convicciones de cada uno se hayan reforzado. / -Hay que valorar lo mucho que queremos aquello que queremos. / -Debemos de cuidar el sistema sanitario o la próxima será igual de dramática. / -Un aplauso no es suficiente para pagar al que arriesga la vida por nosotros. / -No ha sido interesante privatizar la sanidad y las residencias de ancianos. /- Tener miedo es una estupidez, nada nos va a librar de morir. / -Pensar en los demás ya no es una cuestión de caridad, es una cuestión de inteligencia. / -No llores. Si lloras por haber perdido el sol tus lágrimas te impiden ver las estrellas. / -Tenemos que aprender a pensar en plural. Menos yo y más nosotros. / -La globalización no interesa, hay que plantearse seriamente la planetización. / -El individualismo tiende a fragilizar los vínculos sociales. / -La educación en nuestra sociedad es un bien imprescindible. / -La nueva normalidad obliga a pensar en una nueva ética. / -¿Es posible esquivar la nueva anormalidad?

miércoles, 6 de mayo de 2020

Voceros del odio

Han renacido con el estado de alarma. Son unos siniestros personajes a los que no interesa la realidad ni quieren saber nada de la pandemia, ni del confinamiento y mucho menos del coronavirus, lo que quieren es irradiar miedo para contaminar de rabia a la sociedad, crispar a la ciudadanía. Piensan que cuanto peor, mejor. Son los voceros del odio, venden crispación gratuita y a gritos. Desparraman odio por doquier pero no arremeten contra la desgracia, no se quieren enfrentar al mal. Al virus no lo acosan, no les vale, no le pueden ni siquiera insultar, necesitan un culpable de carne y hueso que cargue con su desprecio, que apechugue con sus iras. Precisan una diana a la que poder disparar abiertamente, alguien o algo concreto contra quien despotricar convirtiéndole en el provocador de todas nuestras desgracias. Alguien habrá que tenga que pagar por todo lo que nos pasa. Y en cualquier caso siempre queda la opción de matar al mensajero. ¡Qué más da! Cualquiera vale como chivo expiatorio de nuestros males. No es cuestión ahora de acordarse de los dirigentes políticos que desmantelaron la sanidad pública y firmaron una apuesta por la privada sin temblarles el pulso. No es eso. Ahora nos vale este que pasaba por aquí o aquel otro que pretendía poner algo de cordura en el embrollo. Y si no, nos volcamos con el entrenador, que siempre tendrá alguna culpa cuando no ganamos.

Dicen los voceros del odio que uno de los odiables puede ser Fernando Simón, ese tipo de voz aguardentosa que no sabe ni cómo se va a comportar  el virus, que tiene dudas acerca de la evolución de la pandemia y que no hace otra cosa que pedir prudencia. O si no, tenemos ahí al filófoso ministro, ese otro listillo que ni es médico ni es nada, un aficionado puesto a dedo en Sanidad que hasta los chinos engañan, ese que nunca tiene certeza de nada, que dice que es un virus nuevo y falta información, que hay que  investigar y  cometer errores porque así es como funciona la ciencia. ¡Vaya lince! O al jefe, el Sánchez, el aprendiz de político, el resistente, el responsable de este gobierno socialcomunista que pretende dominar bolivarianamente España. O tenemos también al Coletas, el ejecutor directo de la eutanasia practicada a todos los ancianos fallecidos en las residencias durante la pandemia. Hay mucho responsable, tenemos muchos a quien culpar de nuestras desgracias. ¡A por ellos!

sábado, 2 de mayo de 2020

Mi bici desconfinada

Después de una eternidad larga me han permitido volver a verla. Cincuenta días confinada, arrinconada en el garaje, desatendida como la gente en los pasillos de los hospitales en pleno pico de la crisis y seguía estando preciosa. No ha necesitado que le hiciesen el test porque en ningún momento ha tenido síntomas de estar contaminada. Es verdad que la encontré algo desmejorada, aparentemente triste y un poco falta de aire, pero con buen aspecto y totalmente asintomática. Me dio a entender que se había sentido abandonada y un tanto desatendida, aunque por suerte no se ha contagiado ni ha perdido su encanto habitual.

La primera sensación al ponerme a pasear con ella es de un disfrute salvaje, de respirar todo el sabroso encanto de la libertad durante tanto tiempo eclipsada, de volver a ser seres completos, de reactivar sensaciones marchitas. Me doy cuenta de que en su compañía vivo con más ganas, siento que estoy más conmigo y con más brío. Un sabor placentero me aleja del maldito virus, del carcelero universal, del enemigo. Allá queda. La mañana es fresquita. Disfruto del roce del aire mientras circulo con mi bicicleta, me estremece esa caricia de aire frío mañanero deslizándose por mi cuerpo y por mi alma. 

Respiro a fondo, arranco muy despacio, paladeo el momento. Avanzo emocionado con las primeras pedaladas. Noto cómo va creciendo mi ánimo con el ritmo, cómo rejuvenece la sangre gracias a mi compañera. Nada nos interrumpe, no tropezamos con nadie, la soledad nos envuelve. Disfrutamos. Soy consciente de lo bien que me encuentro en tan buena compañía y de lo mucho que disfruto con poca cosa (¿o al hacerme disfrutar así ya no es tan poca?). Procuro centrar mi atención en la belleza del silencio que nos rodea. Pienso al final que es una suerte darnos cuenta de lo mucho que queremos todo aquello que queremos.

viernes, 1 de mayo de 2020

Héroes de usar y tirar

Día del Trabajo muy especial. "Trabajo y servicios públicos. Otro modelo social y económico es posible". Un buen lema para después del desastre. Será el momento de hablar en serio de economía, de trabajo o de servicios públicos. Y también de personal sanitario.

Duele que todo el reconocimiento al impagable esfuerzo que ha realizado, al tiempo no escatimado para ganar vidas y al riesgo al que se ha sometido el personal sanitario durante la batalla salvaje contra el coronavirus, sea un aplauso vespertino de los ciudadanos y una loa constante por parte de los políticos en sus intervenciones televisadas. Reconocimiento necesario, justificado, hermoso y claramente insuficiente.

No son pocos los que han vuelto desde los países en los que estaban trabajando y han perdido su empleo por venir a ayudar a su pueblo en la situación de emergencia en la que se encontraba. En la carta que el Gerente Adjunto de Asistencia Sanitaria de la Comunidad de Madrid dirige a los enfermeros y enfermeras reclutados para librar la batalla del hospital de emergencia montado en el Ifema, les agradece la profesionalidad y la entrega demostradas y les dice que los volverán a llamar cuando sus servicios vuelvan a ser necesarios.

Sí, señor, les tratamos como héroes y heroínas, pero de un solo uso. Dioses admirados con fecha de caducidad que cuando acabe el confinamiento volverán a ser simples curritos mal pagados. Héroes y heroínas de usar y tirar. Como las mascarillas.

jueves, 30 de abril de 2020

Al fin el fin

La salida siempre es más turbulenta que la entrada ("antes de entrar dejen salir"), por eso se da preferencia a los que salen. Por eso tenemos que ir preparándonos, porque en breve van a abrir la puerta de toriles. Ya nos han dicho que se pone en marcha un plan para el desconfinamiento, una estrategia para el gran momento de la verdad. Vamos a ver cómo se maneja de cerca la famosa y ansiada desescalada. Con muchas dudas, con muchas críticas, titubeante, pero ya se empieza a mover. Al fin el fin. En fases diferentes, a distintas velocidades, verificando controles de cumplimiento, asimétricamente, salvando distancias y no pocas amenazas nos van a permitir abrir poco a poco la reja, conseguiremos colarnos entre los barrotes invisibles que han tenido aprisionados nuestros cuerpos en cárceles caseras. Pronto podremos entresacar la cabeza de esa nube oscura en la que hemos estado envueltos tanto tiempo. Cautelosamente vamos a empezar a caminar hacia la realidad nebulosa que nos espera, esa tierra imprecisa a la que dicen nueva normalidad, una realidad desconocida, ambigua e inhóspita que iremos inventando conforme la vayamos pisando.

Atrás queda la noche suspendida, un manto de amarguras estrelladas, un encierro de rabia interminable, eterno. Atrás quedan las sombras inquietantes, un mundo de distancias despiadadas y el miedo. Amanece la tierra prometida.

lunes, 27 de abril de 2020

Te quiero Andrés por el interés

Es un final triste para una historia bonita. Da pena comprobar que el amor que irradiaba una buena relación se sustentaba en el interés de una de las partes por conseguir algo de la otra. Desgraciadamente no hemos tardado en comprobar que en el amor que se ha pretendido rodease toda esta historia del coronavirus ha habido bastante de eso. "Este virus los paramos unidos". "El aplauso de toda España a nuestros sanitarios". "El comportamiento ejemplar de los españoles". Todo muy bonito pero todo mentira. Somos muy hipócritas. Mucho interés y poco amor. Por parte del Gobierno, el diario e infinito agradecimiento televisivo al personal sanitario que se ha estado jugando (¡y perdiendo!) la vida de forma heroica, se ha materializado en una carta de felicitación por el trabajo realizado. Por parte de los ciudadanos, el incondicional aplauso solidario desde los balcones se convierte fácilmente en hostilidad, insultos y rechazo desde la distancia corta ante el miedo a ser contagiados cuando en el bloque se enteran de que el vecino del quinto trabaja en un hospital. Y de comportamiento poco ejemplar, cuando no xenófobo, hay que catalogar el de aquellos pueblos que no hace muchos días rechazaban, incluso con agresiones y violencia, la llegada de otras personas al lugar y ahora, con la desescalada en la puerta, corren suplicando que se les declare libres de virus para facilitar el acceso de gente de fuera que les ayude a recuperarse del descalabro económico sufrido a causa de la pandemia. ¡Seamos serios! No vale seleccionar las maduras, hay que comer también las duras. Para rematar, recordar que estamos continuamente echando pestes contra la llegada de emigrantes porque no queremos que nos quiten el trabajo y ahora los llamamos a gritos para que desembarquen a toda prisa porque se va a perder buena parte de las cosechas si no hay quien recoja la fruta. ¡Qué triste y qué cierto es que te quiero Andrés, pero sólo por el interés! 

viernes, 24 de abril de 2020

La torpeza hispana y el milagro alemán

La gente se echa las manos a la cabeza por la elevada tasa de letalidad del coronavirus en nuestro país. Ha habido errores en las decisiones adoptadas, pero me indigna que se diga que es porque en España no tenemos ni idea, lo hacemos todo fatal, somos muy torpes y este país no tiene arreglo. No me parece serio. Uno de los factores a tener en cuenta (y no tiene mucho que ver con nuestra inteligencia o con nuestra mediterránea esencia anárquica), es la composición demográfica de la población. Los ancianos son más vulnerables al Covid-19 y esto explica una mayor tasa de mortalidad en nuestro país (o en Italia) que en otros. Pero no es válido para compararnos con Alemania, con una composición demográfica similar a la nuestra y una tasa de mortalidad mucho menor (un 3,3% frente al 10,4% de España). Para explicar lo del milagro alemán tiene que haber otras razones y "haber, haylas". Una, nada despreciable, es la del personal, los servicios sanitarios y las dotaciones de material disponibles. Mascarillas, batas, guantes, respiradores o camas en las unidades de cuidados intensivos juegan un papel fundamental. Y en este aspecto claramente nos ganan. Alemania destina a Sanidad el 9,58% del PIB mientras que en España (con un PIB mucho menor) es del 6,26%, después de haber caído un 1,7% entre 2009 y 2017 (unos 13.000 millones de euros menos, que no es poco dinero). Nuestras mayores tasas de mortalidad y de propagación del contagio tienen mucho que ver con que en España el gasto público sanitario sea mucho menor que el de Alemania y esté entre los más bajos de Europa, un problema que se ha acentuado gravemente a causa de los recortes que los gobiernos anteriores, fieles a su ideología neoliberal, adoptaron para salir del crack provocado por la crisis financiera de 2008. No, no es que seamos más torpes ni más tontos que el resto del mundo, es que hemos tenido dirigentes políticos que entendieron en su momento que el gasto en Sanidad costaba mucho dinero a los españoles y no quisieron escuchar a las mareas blancas de médicos y enfermeras que al grito de "¡Los recortes matan!" trataron en la calle de evitar el desastre que se nos venía encima. Ahora parece que todo el mundo ha comprobado en sus carnes que sí matan.

miércoles, 22 de abril de 2020

La injusticia de la ley

El otro día, en pleno encierro pandémico, mi admirado Jesús Torralba nos hacía llegar a través de un chat colectivo un mensaje (como siempre certero, escueto e interesante): Buenos días. Os invito a una breve reflexión con esta frase del libro de Manuel Rivas: “La ley conducida al extremo puede causar una extrema injusticia” (Jesús está leyendo “Contra todo esto”, la última publicación del comprometido escritor coruñés). Tras el envite de mi entrañable amigo briocense lo primero que se me viene a la cabeza es que a mí, por experiencia propia, no me encaja bien una relación amigable entre ley y justicia tras haber sido condenado en cierta ocasión a pagar los daños de un accidente de tráfico porque no tenía seguro, cuando en realidad lo había pagado ¡dos veces! Al margen de (y teniendo en cuenta) esta ingrata sensación puntual, pienso al respecto que la ley solamente sería justa si pudiera personalizarse (aunque así, evidentemente, ya no sería ley). A renglón seguido pienso que en la situación actual es injusto que me tengan por decreto ley confinado en mi casa si yo atiendo escrupulosamente las recomendaciones que me hacen llegar los expertos y en la calle me comporto con responsabilidad, con sensatez, con prudencia y con respeto. La ley —pienso— es una imposición que hay que utilizar cuando la educación es insuficiente para conseguir que las cosas se hagan como se debieran hacer (¡otra vez sale a relucir la enorme importancia de la educación!). Pero la ley es imposible que contemple todos las circunstancias que pueden concurrir al tener que aplicarla. Está claro que no es lo mismo saltarse un semáforo en rojo cuando no viene nadie y circulo en una bicicleta que si lo hago con una camioneta y teniendo que esquivar a los peatones que cruzan. Por eso, al universalizar la ley, al pretender que llegue con la misma fuerza a todos los extremos, se puede convertir en algo  extremadamente injusto.

domingo, 19 de abril de 2020

La victoria es "nunca mais"

Encerrados esperando la vacuna, doblegando curvas, mareando datos de muertos y contagiados, cantando aplausos y criticando mascarillas, emocionándonos con los desconfinados de los hospitales y todo el día contando días. Es importante. Sin duda lo es. Pero lo realmente importante es saberse bien la lección aprendida, ser conscientes de lo que no tenemos que olvidar. Esta guerra no trata únicamente de vencer al coronavirus, ni tan siquiera de superar la pandemia económica que se avecina, que para los más vulnerables será terrible. La verdadera victoria consiste en desescalarnos para siempre de las prisas innecesarias para ir a ninguna parte, en establecer medidas excepcionales para dejar de consumir banalidades como posesos, en hacer tests diagnósticos para la detección y el aislamiento de los corruptos, en apreciar que lo público es lo nuestro y que la unión hace la vida, en prescribir recetas obligatorias para disfrutar como locos de la libertad, en seguir respirando el día a día, en paladear el sol y los abrazos, en pagar justamente lo que debemos a barrenderos, cajeras o agricultores, en prorrogar el distanciamiento frente a futbolistas y tertulianos para acercarnos un poco más a científicos y enfermeras, en quitarle los respiradores a los que recortan la sanidad para pasárselos a los pacientes críticos que no llegan a final de mes, en anteponer ante todo el interés colectivo y generar anticuerpos contra la acumulación indiscriminada de capital, en mantener el estado de alarma permanente frente a la devastación del planeta y en que los facultativos de guardia impulsen órdenes ministeriales contra la plastificación de los mares. Aunque no sea fácil, ese es el camino. Así sí ganaremos al virus. En el fondo, la verdadera victoria la conseguiremos si no caemos "nunca mais" en los errores de nuestro viejo modo de vida.

martes, 7 de abril de 2020

Planetización

El virus lo ha dicho claramente: "Pensar en los demás ha dejado de ser una cuestión de caridad, es una cuestión de inteligencia". Hay un ente superior que se llama colectividad sin cuya ayuda no nos podemos salvar. Por eso tenemos que preocuparnos más de él, tenemos que empezar a mimarlo, a quererlo. Hay que hacer crecer una conciencia colectiva, un ánimo común, hay que entender que en el respeto hacia los otros y en la suerte de los demás está la clave de nuestro futuro, hay que fomentar desde lo más íntimo el cariño hacia ese ente colectivo superior que se llama humanidad. Y eso no tiene mucho que ver con la globalización. Se ha hecho obligatorio pensar socialmente en el conjunto, no económicamente. Hay que avanzar en la necesidad de una planetización no una globalización de movimientos y de consumo, un sentimiento real que una y defienda al planeta en su conjunto. Ya hemos visto que la Europa pretendida era mentira y que cuando suena la alarma desaparecen los lazos de hermandad e impera el sálvese quien pueda. Ya hemos comprobado que la política que hemos venido practicando ha ido eclipsando el bien común y que la globalización que hemos incubado ha venido acompañada de unos efectos nocivos de individualismo y de una fragilización progresiva de los vínculos sociales. Tal vez estemos ante la gran oportunidad para dejar a un lado el hedonismo social que hemos creado e instaurar una nueva ética. Ojalá.

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...