viernes, 14 de febrero de 2020

Es mi enfermedad

Sabía que estaba enfermo. No tenía ninguna duda pero no sabía de qué ni cómo se llamaba mi enfermedad. Los síntomas los venía percibiendo desde hace tiempo, posiblemente desde que me jubilé o desde poco después. Era un cambio de ánimo lo que me alertó, un malestar impreciso y desconcertante que me producía una especie de hormigueo por todo el cuerpo, una inquietud permanente que me despertaba por las noches y no me permitía descansar.
Hoy y por casualidad he descubierto de qué se trata. Es una enfermedad rara y posiblemente incurable, una especie de esquizofrenia que te lleva a la sensación de tener dos identidades diferentes, una más superficial y otra más profunda, un trastorno que te va hurgando las tripas hasta hacerte daño. Le llaman extimidad. Fue un psiquiatra, un tal Jacques Lacan, el que empezó a darle vueltas. No tiene nada que ver con exhibir la intimidad aunque pudiera parecerlo. Realmente lo éxtimo es lo más íntimo. Es algo así como una inspección constante en la intimidad extrema, en tu yo más profundo, que te obliga a trasladar fuera del cerebro tu esencia para buscarle un alojamiento externo. Los efectos vienen a ser como si tuvieras saturado el disco duro de la conciencia y tuvieses que trasladar tus sensaciones a una memoria externa, un cuaderno o un usb para dejar un poco de holgura que te permita respirar. En síntesis lo que provoca es una externalizacion de la intimidad. Y por eso siento que me relajo y encuentro cada vez más placer en plasmar por escrito lo que me sale del alma. 

sábado, 8 de febrero de 2020

Me rebelo

Me ha parecido fatal. Hoy me he dado cuenta y me resisto a aceptarlo. Cuando esta mañana he abierto los ojos me ha dado por reflexionar. Una locura. Me puse a cavilar acerca de qué es lo primero que hacemos cuando abrimos los ojos. Sé que mucha gente se levanta y hace unas cuantas flexiones para poner el cuerpo en activo. Otros lo primero que hacen es ir al servicio, prepararse el desayuno o abrir las ventanas para que el aire fresco les ayude a aligerar la modorra. Muchos se plantean qué les espera a lo largo de la jornada y cómo lo van a afrontar. También algunos tienen por costumbre hacer acto de conciencia acerca de cómo les ha ido en lo que llevan consumido de vida. Pero todos, antes que cualquiera de esas cosas habituales, lo primero que hacemos es mirar el reloj. Él es el capataz, el que nos dirige, el jefe. Él se convierte en nuestro puto amo desde el primer momento del día, él es el que nos da permiso para acurrucarnos otro ratito o el que nos echa a cajas destempladas de la cama porque ya es tarde para todo lo que tenemos que hacer. ¡Me cabreo! ¡Me resisto! ¡Me rebelo! A partir de hoy voy a replantearme muy seriamente mi relación de dependencia con el reloj. ¡Ya está bien de tanta tiranía! 

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...