jueves, 30 de abril de 2020

Al fin el fin

La salida siempre es más turbulenta que la entrada ("antes de entrar dejen salir"), por eso se da preferencia a los que salen. Por eso tenemos que ir preparándonos, porque en breve van a abrir la puerta de toriles. Ya nos han dicho que se pone en marcha un plan para el desconfinamiento, una estrategia para el gran momento de la verdad. Vamos a ver cómo se maneja de cerca la famosa y ansiada desescalada. Con muchas dudas, con muchas críticas, titubeante, pero ya se empieza a mover. Al fin el fin. En fases diferentes, a distintas velocidades, verificando controles de cumplimiento, asimétricamente, salvando distancias y no pocas amenazas nos van a permitir abrir poco a poco la reja, conseguiremos colarnos entre los barrotes invisibles que han tenido aprisionados nuestros cuerpos en cárceles caseras. Pronto podremos entresacar la cabeza de esa nube oscura en la que hemos estado envueltos tanto tiempo. Cautelosamente vamos a empezar a caminar hacia la realidad nebulosa que nos espera, esa tierra imprecisa a la que dicen nueva normalidad, una realidad desconocida, ambigua e inhóspita que iremos inventando conforme la vayamos pisando.

Atrás queda la noche suspendida, un manto de amarguras estrelladas, un encierro de rabia interminable, eterno. Atrás quedan las sombras inquietantes, un mundo de distancias despiadadas y el miedo. Amanece la tierra prometida.

lunes, 27 de abril de 2020

Te quiero Andrés por el interés

Es un final triste para una historia bonita. Da pena comprobar que el amor que irradiaba una buena relación se sustentaba en el interés de una de las partes por conseguir algo de la otra. Desgraciadamente no hemos tardado en comprobar que en el amor que se ha pretendido rodease toda esta historia del coronavirus ha habido bastante de eso. "Este virus los paramos unidos". "El aplauso de toda España a nuestros sanitarios". "El comportamiento ejemplar de los españoles". Todo muy bonito pero todo mentira. Somos muy hipócritas. Mucho interés y poco amor. Por parte del Gobierno, el diario e infinito agradecimiento televisivo al personal sanitario que se ha estado jugando (¡y perdiendo!) la vida de forma heroica, se ha materializado en una carta de felicitación por el trabajo realizado. Por parte de los ciudadanos, el incondicional aplauso solidario desde los balcones se convierte fácilmente en hostilidad, insultos y rechazo desde la distancia corta ante el miedo a ser contagiados cuando en el bloque se enteran de que el vecino del quinto trabaja en un hospital. Y de comportamiento poco ejemplar, cuando no xenófobo, hay que catalogar el de aquellos pueblos que no hace muchos días rechazaban, incluso con agresiones y violencia, la llegada de otras personas al lugar y ahora, con la desescalada en la puerta, corren suplicando que se les declare libres de virus para facilitar el acceso de gente de fuera que les ayude a recuperarse del descalabro económico sufrido a causa de la pandemia. ¡Seamos serios! No vale seleccionar las maduras, hay que comer también las duras. Para rematar, recordar que estamos continuamente echando pestes contra la llegada de emigrantes porque no queremos que nos quiten el trabajo y ahora los llamamos a gritos para que desembarquen a toda prisa porque se va a perder buena parte de las cosechas si no hay quien recoja la fruta. ¡Qué triste y qué cierto es que te quiero Andrés, pero sólo por el interés! 

viernes, 24 de abril de 2020

La torpeza hispana y el milagro alemán

La gente se echa las manos a la cabeza por la elevada tasa de letalidad del coronavirus en nuestro país. Ha habido errores en las decisiones adoptadas, pero me indigna que se diga que es porque en España no tenemos ni idea, lo hacemos todo fatal, somos muy torpes y este país no tiene arreglo. No me parece serio. Uno de los factores a tener en cuenta (y no tiene mucho que ver con nuestra inteligencia o con nuestra mediterránea esencia anárquica), es la composición demográfica de la población. Los ancianos son más vulnerables al Covid-19 y esto explica una mayor tasa de mortalidad en nuestro país (o en Italia) que en otros. Pero no es válido para compararnos con Alemania, con una composición demográfica similar a la nuestra y una tasa de mortalidad mucho menor (un 3,3% frente al 10,4% de España). Para explicar lo del milagro alemán tiene que haber otras razones y "haber, haylas". Una, nada despreciable, es la del personal, los servicios sanitarios y las dotaciones de material disponibles. Mascarillas, batas, guantes, respiradores o camas en las unidades de cuidados intensivos juegan un papel fundamental. Y en este aspecto claramente nos ganan. Alemania destina a Sanidad el 9,58% del PIB mientras que en España (con un PIB mucho menor) es del 6,26%, después de haber caído un 1,7% entre 2009 y 2017 (unos 13.000 millones de euros menos, que no es poco dinero). Nuestras mayores tasas de mortalidad y de propagación del contagio tienen mucho que ver con que en España el gasto público sanitario sea mucho menor que el de Alemania y esté entre los más bajos de Europa, un problema que se ha acentuado gravemente a causa de los recortes que los gobiernos anteriores, fieles a su ideología neoliberal, adoptaron para salir del crack provocado por la crisis financiera de 2008. No, no es que seamos más torpes ni más tontos que el resto del mundo, es que hemos tenido dirigentes políticos que entendieron en su momento que el gasto en Sanidad costaba mucho dinero a los españoles y no quisieron escuchar a las mareas blancas de médicos y enfermeras que al grito de "¡Los recortes matan!" trataron en la calle de evitar el desastre que se nos venía encima. Ahora parece que todo el mundo ha comprobado en sus carnes que sí matan.

miércoles, 22 de abril de 2020

La injusticia de la ley

El otro día, en pleno encierro pandémico, mi admirado Jesús Torralba nos hacía llegar a través de un chat colectivo un mensaje (como siempre certero, escueto e interesante): Buenos días. Os invito a una breve reflexión con esta frase del libro de Manuel Rivas: “La ley conducida al extremo puede causar una extrema injusticia” (Jesús está leyendo “Contra todo esto”, la última publicación del comprometido escritor coruñés). Tras el envite de mi entrañable amigo briocense lo primero que se me viene a la cabeza es que a mí, por experiencia propia, no me encaja bien una relación amigable entre ley y justicia tras haber sido condenado en cierta ocasión a pagar los daños de un accidente de tráfico porque no tenía seguro, cuando en realidad lo había pagado ¡dos veces! Al margen de (y teniendo en cuenta) esta ingrata sensación puntual, pienso al respecto que la ley solamente sería justa si pudiera personalizarse (aunque así, evidentemente, ya no sería ley). A renglón seguido pienso que en la situación actual es injusto que me tengan por decreto ley confinado en mi casa si yo atiendo escrupulosamente las recomendaciones que me hacen llegar los expertos y en la calle me comporto con responsabilidad, con sensatez, con prudencia y con respeto. La ley —pienso— es una imposición que hay que utilizar cuando la educación es insuficiente para conseguir que las cosas se hagan como se debieran hacer (¡otra vez sale a relucir la enorme importancia de la educación!). Pero la ley es imposible que contemple todos las circunstancias que pueden concurrir al tener que aplicarla. Está claro que no es lo mismo saltarse un semáforo en rojo cuando no viene nadie y circulo en una bicicleta que si lo hago con una camioneta y teniendo que esquivar a los peatones que cruzan. Por eso, al universalizar la ley, al pretender que llegue con la misma fuerza a todos los extremos, se puede convertir en algo  extremadamente injusto.

domingo, 19 de abril de 2020

La victoria es "nunca mais"

Encerrados esperando la vacuna, doblegando curvas, mareando datos de muertos y contagiados, cantando aplausos y criticando mascarillas, emocionándonos con los desconfinados de los hospitales y todo el día contando días. Es importante. Sin duda lo es. Pero lo realmente importante es saberse bien la lección aprendida, ser conscientes de lo que no tenemos que olvidar. Esta guerra no trata únicamente de vencer al coronavirus, ni tan siquiera de superar la pandemia económica que se avecina, que para los más vulnerables será terrible. La verdadera victoria consiste en desescalarnos para siempre de las prisas innecesarias para ir a ninguna parte, en establecer medidas excepcionales para dejar de consumir banalidades como posesos, en hacer tests diagnósticos para la detección y el aislamiento de los corruptos, en apreciar que lo público es lo nuestro y que la unión hace la vida, en prescribir recetas obligatorias para disfrutar como locos de la libertad, en seguir respirando el día a día, en paladear el sol y los abrazos, en pagar justamente lo que debemos a barrenderos, cajeras o agricultores, en prorrogar el distanciamiento frente a futbolistas y tertulianos para acercarnos un poco más a científicos y enfermeras, en quitarle los respiradores a los que recortan la sanidad para pasárselos a los pacientes críticos que no llegan a final de mes, en anteponer ante todo el interés colectivo y generar anticuerpos contra la acumulación indiscriminada de capital, en mantener el estado de alarma permanente frente a la devastación del planeta y en que los facultativos de guardia impulsen órdenes ministeriales contra la plastificación de los mares. Aunque no sea fácil, ese es el camino. Así sí ganaremos al virus. En el fondo, la verdadera victoria la conseguiremos si no caemos "nunca mais" en los errores de nuestro viejo modo de vida.

martes, 7 de abril de 2020

Planetización

El virus lo ha dicho claramente: "Pensar en los demás ha dejado de ser una cuestión de caridad, es una cuestión de inteligencia". Hay un ente superior que se llama colectividad sin cuya ayuda no nos podemos salvar. Por eso tenemos que preocuparnos más de él, tenemos que empezar a mimarlo, a quererlo. Hay que hacer crecer una conciencia colectiva, un ánimo común, hay que entender que en el respeto hacia los otros y en la suerte de los demás está la clave de nuestro futuro, hay que fomentar desde lo más íntimo el cariño hacia ese ente colectivo superior que se llama humanidad. Y eso no tiene mucho que ver con la globalización. Se ha hecho obligatorio pensar socialmente en el conjunto, no económicamente. Hay que avanzar en la necesidad de una planetización no una globalización de movimientos y de consumo, un sentimiento real que una y defienda al planeta en su conjunto. Ya hemos visto que la Europa pretendida era mentira y que cuando suena la alarma desaparecen los lazos de hermandad e impera el sálvese quien pueda. Ya hemos comprobado que la política que hemos venido practicando ha ido eclipsando el bien común y que la globalización que hemos incubado ha venido acompañada de unos efectos nocivos de individualismo y de una fragilización progresiva de los vínculos sociales. Tal vez estemos ante la gran oportunidad para dejar a un lado el hedonismo social que hemos creado e instaurar una nueva ética. Ojalá.

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...