miércoles, 22 de abril de 2020

La injusticia de la ley

El otro día, en pleno encierro pandémico, mi admirado Jesús Torralba nos hacía llegar a través de un chat colectivo un mensaje (como siempre certero, escueto e interesante): Buenos días. Os invito a una breve reflexión con esta frase del libro de Manuel Rivas: “La ley conducida al extremo puede causar una extrema injusticia” (Jesús está leyendo “Contra todo esto”, la última publicación del comprometido escritor coruñés). Tras el envite de mi entrañable amigo briocense lo primero que se me viene a la cabeza es que a mí, por experiencia propia, no me encaja bien una relación amigable entre ley y justicia tras haber sido condenado en cierta ocasión a pagar los daños de un accidente de tráfico porque no tenía seguro, cuando en realidad lo había pagado ¡dos veces! Al margen de (y teniendo en cuenta) esta ingrata sensación puntual, pienso al respecto que la ley solamente sería justa si pudiera personalizarse (aunque así, evidentemente, ya no sería ley). A renglón seguido pienso que en la situación actual es injusto que me tengan por decreto ley confinado en mi casa si yo atiendo escrupulosamente las recomendaciones que me hacen llegar los expertos y en la calle me comporto con responsabilidad, con sensatez, con prudencia y con respeto. La ley —pienso— es una imposición que hay que utilizar cuando la educación es insuficiente para conseguir que las cosas se hagan como se debieran hacer (¡otra vez sale a relucir la enorme importancia de la educación!). Pero la ley es imposible que contemple todos las circunstancias que pueden concurrir al tener que aplicarla. Está claro que no es lo mismo saltarse un semáforo en rojo cuando no viene nadie y circulo en una bicicleta que si lo hago con una camioneta y teniendo que esquivar a los peatones que cruzan. Por eso, al universalizar la ley, al pretender que llegue con la misma fuerza a todos los extremos, se puede convertir en algo  extremadamente injusto.

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