Es preocupante. La ultraderecha, hasta ahora marginada, se ha ido adueñando de parcelas cada vez más notables de la política española y europea. Concretando, en nuestro país era hasta hace poco impensable que un partido tan radical como Vox tuviese cabida. Posiblemente la situación de la que hoy puede presumir esté muy propiciada por los movimientos llevados a cabo por los partidos democráticos de la derecha política (y más concretamente por el PP). Casado ha visto como Vox le ha ido robando clientela y su reacción ha sido la de radicalizarse tanto o más que su compañero político. Si alguien no hace mucho hubiera vaticinado que la extrema derecha tendría cabida en la política de nuestro país no nos lo hubiéramos creído. Estábamos orgullosos de que nuestra madurez, el respeto y la consideración del adversario político, lograrían que todo extremismo quedase fuera del tablero y arrinconado en nuestro planteamiento democrático. Pero lo cierto es que hoy se ha extendido la maldad en el hemiciclo hispano, ha bastado extender el discurso del odio para infectar el debate público y generalizar la idea de que todos los políticos son iguales para que se afiance entre la ciudadanía el convencimiento de que es imprescindible un caudillo que nos salve del desastre. Ya no resulta fácil distinguir entre los pronunciamientos de Vox y los del PP. Y lo más trágico es que tanto Abascal como Casado litigan para disputarse ese dudoso título de redentores de la patria y ya se solicita abiertamente un golpe de estado. Para salvar al país hay que acabar con Sánchez y este gobierno socialcomunista, que ya nadie recuerda hemos elegido democráticamente (aunque eso ahora sea ya lo de menos).
Un rincón amigo en el que ir soltando pensamientos variados, desvaríos circunstanciales y otras tonterías mil, al objeto de ahorrame la pasta gansa que, de no ser por este refugio, tendría que pagarle al psiquiatra
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