sábado, 24 de octubre de 2020

Más educación, menos problemas

No solo como consecuencia de los lamentables espectáculos que nos brindan sus señorías en el Congreso deberíamos de salir de esta pandemia con una lección aprendida: Resulta muy rentable invertir en educación. Buena parte de las crispaciones sociales, no pocos de los groseros enfrentamientos políticos y lo que es más importante, muchas vidas, se hubieran ahorrado si todos fuésemos un poco más respetuosos, más responsables, más serios, en definitiva, más educados. La educación inculca pautas morales que son fundamentales para construir sociedades más cívicas y democráticas. 
En España el gasto en educación es del 3,97% del PIB. Los países nórdicos invierten prácticamente el doble que nosotros, un poco menos del 6% Estonia o Letonia, Francia un 5,42% y Portugal el 5%. Todos tienen menos contagios por coronavirus que España. Sin duda habrá otros factores que incidan en que sea así, pero no cabe duda de que aquí nos tienen que obligar por la fuerza a tomarnos en serio lo del distanciamiento social y el uso de medidas de protección. Ni siquiera las leyes y la policía nos retienen. Somos poco respetuosos. Nos saltamos a la torera la cuarentena, burlamos el confinamiento, insultamos a los agentes si nos obligan a disolver un botellón y se abren clandestinamente los locales fuera del horario permitido. Un ciudadano ejemplar no nace, se hace. Si hay una inversión rentable, es la educación. Deberíamos doctorar a toda la población en convivencia, en empatía, en solidaridad. Jóvenes bien formados, solidarios y educados en valores son la mejor garantía de éxito futuro para un país.

domingo, 18 de octubre de 2020

El efecto mariposa

Tratando de explicar los vaivenes de la economía española y con ánimo de hacer patente la interdependencia en los mercados de la economía global, dije en cierta ocasión que “si hace frío en Nueva York se resfrían los murcianos”, pretendiendo evidenciar así las interrelaciones inevitables en este mundo nuevo cada vez más conectado. La frase llamó la atención, hubo muchos comentarios. Los más comedidos dijeron que era un exagerado y me tacharon de alarmista. En el fondo venía a ser la aplicación del llamado efecto mariposa del matemático Edward Lorenz que, en los años 60, al hacer involuntariamente una modificación de milésimas en una de las variables que utilizaba para sus estudios de predicción climatológica, llegó a resultados diametralmente opuestos a los originales. Aquello dio lugar a la teoría del caos (los resultados siempre son impredecibles) y remataba el trabajo con una sentencia que hizo historia: “el aleteo de una mariposa en Brasil puede provocar un tornado en Texas”. Hoy, en medio de esta locura pandémica actual, podemos pensar razonablemente que Lorenz se ha quedado muy corto y que realmente un aleteo imperceptible puede llegar a producir un tsunami mundial de catastróficas consecuencias. ¿Con qué frase hubiera concluido Lorenz el estudio si comprobase que el pequeño salto de un bichejo imperceptible en China llegaba a provocar la muerte de millones de personas a miles de kilómetros de distancia, destrozaba las previsiones económicas de todos los países, imponía hábitos impensables a los terrícolas y volvía completamente locos a todos los políticos del planeta?  

viernes, 16 de octubre de 2020

Ahora, adueñarse de la ciencia

La ciencia nunca nos ha interesado. Jamás los telediarios se han preocupado de los avances en física cuántica, ni de la situación en la que se encuentra la biomedicina, ni de los problemas laborales de los químicos en los laboratorios. Ahora sí. La gran marginada en las noticias ha pasado a ser clave en los editoriales de prensa y no hay tertulia que se precie si no cuenta con tres o cuatro científicos, médicos, biólogos, epidemiólogos o investigadores. Es bueno. Para encontrar vías de solución a los grandes problemas dependemos de la ciencia. Hoy la ciencia es el árbitro, el juez, la luz que ilumina esta oscuridad en la que nos ha sumido la maldita pandemia. 
Incluso se pide a gritos que se callen los políticos y que hable la ciencia. Necesitamos como nunca de la ciencia para desenmarañar el caos en el que el coronavirus nos ha envuelto y así clarificar el momento y el horizonte. Es un discurso fácil, oportunista, pero tampoco es cierto. También los árbitros tienen su corazoncito y también los focos pueden deslumbrar. Las ideologías buscan el apoyo de la ciencia para amparar sus argumentos, el sustento para las medidas (políticas) que quieren aplicar. Estamos en las mismas. No nos engañemos. Las conclusiones científicas añaden información que sirve para la toma de decisiones, pero resulta que  eso, precisamente la toma de decisiones, es la política. 
¿Son 500 nuevos contagios razón suficiente para confinar a la población? ¿Cuántos focos son necesarios para limitar la movilidad social? ¿Cómo hacerlo? ¿En el barrio? ¿Hay que hacerlo igual si es un barrio rico o uno en el que viven hacinados? ¿En toda la ciudad? ¿Cerrar a las 10 o a las 12? ¿Seis o diez personas? ¿El comité de científicos del Estado es más fiable que nuestros consagrados expertos? 
Es muy lógico buscar argumentos científicos para dar solidez a las decisiones, pero pretender que la ciencia sea apolítica es un tremendo error. La ciencia es política porque crea nuevos conocimientos que redefinen nuestros criterios, entre ellos los éticos y morales. No se pueden separar, siempre irán juntas. La ciencia tiene que servir de guía, la política tiene que decidir.

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...