lunes, 30 de noviembre de 2020

Esa ministra atrevida

Es verdad que la ministra no es especialmente carismática y ahora, con la ley que pretende poner en marcha, a Isabel Celáa se le ha echado medio país encima. La mayor parte de las críticas se centran en que va a acabar con la enseñanza concertada, que quiere aniquilar el castellano y que es un ataque directo a la libertad de elección por parte de las familias. Son repetitivas máximas, recomendadas por los dirigentes contrarios a la misma y todo indica que son pocos los que se han leído la ley. 
No parece inconveniente redireccionar el rumbo que iba arrinconando a la enseñanza pública frente a la concertada. Entre 2007 y 2017 el presupuesto de ésta había crecido un 25% mientras el de la pública lo hacía un 1,4%. Cualquiera debería estar de acuerdo en aspirar a una enseñanza pública bien valorada, bien retribuída, con medios adecuados y asequible para todos los ciudadanos. Respecto al teórico aniquilamiento del castellano, la única razón se busca en el apoyo de la nueva ley a las lenguas cooficiales, como exige la Constitución, y no se entiende fácilmente que haya tanta resistencia a que los alumnos gallegos se pueda expresar correctamente en su idioma. 
Por último, la gran crítica a la ley es que atenta contra el derecho de los padres a decidir cómo educar a sus hijos. Se percibe que no se la han leído y en el fondo, se intuye que el ataque feroz no sea contra la ley sino contra la ministra osada que un día tuvo la desfachatez de decir que los hijos no pertenecían exclusivamente a sus padres. ¡Qué osadía! ¡Qué ley se puede esperar de una mujer así! 
Al margen de la mayor o menor fortuna de la frase convendría analizarla sin sonrojo. No es ningún desatino pensar que nuestros hijos no nos pertenecen en exclusiva. Pertenecen también al resto de la familia, a su grupo de amigos, a los centros de formación, a su ciudad, a su país, a la sociedad en la que se desarrollan y al mundo en el que viven. Todo su entorno está implicado en su personalidad y a él también pertenece la criatura. Ese entorno ejerce de entrenador personal de nuestro hijo, le va a guiar en su trayectoria vital para que en la misma actúe y decida entre las diferentes alternativas que se le planteen. Si la escuela ha de educar para convivir, lo razonable sería pensar que los que vayan a vivir juntos se eduquen juntos al margen de su etnia, su sexo, su clase social o la religión familiar. Y no pensando que así se llevarán bien en el futuro, sino con la intención de que así puedan conocer cuanto antes los motivos por los que podrían llevarse mal y llegar a entenderlos. 
Es lógico que los padres quieran transmitir a sus hijos los valores que consideren más interesantes, pero también parece lógico que no debieran negarles la posibilidad de acceder a otras opiniones que no sean las suyas, que les permitan conocer otros criterios diferentes, igualmente respetables. En el fondo, la educación sirve para formar a los niños de manera que puedan elegir si quieren ser como sus padres, si prefieren fijarse en otras referencias o si quieren inventarse su propia vida.

sábado, 21 de noviembre de 2020

Quisiera entender, pero me cuesta mucho

Creo que me he vuelto mayor. Hago esfuerzos por entender lo que pasa pero no lo consigo. La gente habla en el Congreso de "ese Gobierno socialcomunista" en tono amenazador. Parece que han descubierto in fraganti al autor de un delito y quieren que el resto del mundo lo sepa, que no sean ajenos al peligro que entraña su ignorancia. No lo entiendo. Yo estaba convencido de que socialistas y comunistas eran legales desde que Franco desapareció. De eso va a hacer medio siglo y la gente no lo desconoce, creo yo. Tampoco entiendo que considerando una propuesta aceptable se rechace si otros, con los que no nos llevamos muy bien, también la vean interesante. Y esto pasa con Ciudadanos y los Presupuestos Generales del Estado. No los quieren aprobar si Bildu los apoya. Dicen que no quieren colaborar con un gobierno proetarra, y tampoco lo entiendo. Bildu no es una banda terrorista, es un partido político que participa del juego democrático y quiere ser parte activa de las decisiones que se toman en el Congreso. Normal. No se entiende que alguien pretenda que no sea así. Hemos suplicado a la izquierda radical abertzale que dejase de matar, que luchase por sus ideales desde el juego democrático. Ahora, convertida en un partido legal, la rechazamos. Digo yo que con el menosprecio entenderán que les hemos engañado y que les estamos invitando a volver a la ilegalidad. No me resulta fácil entender qué se pretende. Y tampoco entiendo los gritos contra el aniquilamiento del castellano en la ley Celáa porque en ella se dice que  "El castellano y las lenguas cooficiales tienen la consideración de lenguas vehiculares, de acuerdo con la normativa aplicable". A mí, gallego, que adoro Galicia y no puedo expresarme tan bien en gallego como me gustaría, me habría encantado que en mi época se impartiesen clases en gallego. Pero estaba prohibido. Hoy, impulsados por Esperanza Aguirre hay, por suerte, muchos centros bilingües en España, en los que la lengua vehicular es el inglés. Nadie lo consideró inconstitucional entonces. Ahora sí, dicen que esta ley va en contra del artículo 3 del Título Preliminar de la Constitución. Lo busco: "El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla". No parece que la ley Celáa vaya a impedir a los españoles conocer el castellano o usarlo. Lo dicho, quisiera entender lo que pasa en el Congreso, pero me cuesta mucho. Creo que mi mujer tiene razón, me estoy haciendo mayor.

jueves, 19 de noviembre de 2020

Hoy es un día muy especial

Hoy es 19 de Noviembre de 2020 y es un gran día. Pero no lo es para mí (aunque sea motivo de alborozo) porque España le haya ganado por 6-0 a Alemania, ni tampoco porque el mundo por fin se vaya a librar de esa trampa letal para la humanidad llamada Trump. Ni siquiera lo pienso porque tengamos dos vacunas en la sala de espera dispuestas a hacerle frente al maldito bicho, ni porque esté disminuyendo el número de contagios. Lo digo únicamente porque al levantarme me he dado cuenta de que estoy vivo. ¡Qué maravilla! Sí, lo sé, en el fondo es una tontería, pero muchas veces una cosa insignificante nos hace reír, nos proporciona alegría, nos hace felices. Además (después me ha dado por ahí), con la ayuda de la calculadora, he sabido que hace exactamente 25.725 días que he nacido. Suena bien. Un número bonito. Por un momento he pensado que ese número importante de días hacía de hoy un día importante. Normalmente celebramos el cumpleaños porque hace un número determinado de años que andamos dando vueltas por aquí y queremos festejarlo, rescatarlo de la cotidianeidad, quitarle esa carga de monotonía que muchos días llevan consigo.  Incluso, cuando el número es un poco especial queremos hacerlo de una manera más solemne; no es lo mismo cumplir 50 años o tres cuartos de siglo que cumplir 46. Yo pienso que cumplir 25.725 días de vida es algo grande, valioso, solemne, una maravilla. Tengo intención de festejarlo. ¿Por qué no celebrar por todo lo alto mi cumpledías si es un día tan especial?

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...