miércoles, 16 de junio de 2021

De cumple

Hoy cumplo setenta y uno. Son muchos ciertamente, tal vez una barbaridad, pero es un número bonito y me encuentro bien, casi diría que muy bien. Bueno, vale, es verdad, bien relativamente. Tengo que tomar pastillas a diario para combatir los arrebatos del colesterol y para que no se me desmelene la tensión. Además, estoy obligado a controlar periódicamente el crecimiento de la próstata, el nivel de coagulación de la sangre y el ritmo al que cabalga la fibrilación auricular que me acompaña hace años. Pero la verdad es que nada de eso me impide hacer una vida normal, que es de lo que, en el fondo, trata esta curiosa película que protagonizamos desde que nacemos. 
Tengo poca memoria. Me olvido de muchas cosas y la gente cercana se preocupa. Piensan si tendrá algo que ver con el Alzheimer. Yo estoy convencido de que no. Es otro de los aprendizajes que he ido puliendo con la edad. Atravesar la vida con el pasado a cuestas siempre me ha parecido un error. Es un fardo muy pesado del que hay que desprenderse para avanzar. 
Añorar eternamente lo que has perdido, seguir dándole vueltas a las cosas que salieron mal, mascullar resentimiento contra amigos que te decepcionaron o seguir soñando con el amor de juventud que no pudo ser, es algo estúpido que nos impide movernos con soltura. Yo me olvido de todo con facilidad. Desde pequeño tuve claro que cargas de ese calibre roban mucho espacio al presente, que realmente es el único tiempo que tenemos. 
Ahora me entero de que la fórmula mágica que maneja el director del Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas para alcanzar una felicidad razonable consiste en tener buena salud y mala memoria. ¡Como yo! ¡Qué suerte tengo! ¡Estoy de cumple y hasta sin querer soy feliz! 

martes, 8 de junio de 2021

Oponerse al indulto

Toca ahora y durante un tiempo escuchar a los partidos de una parte del  abanico —e incluso a algunos del otro lado— gritar una serie de emocionales tópicos incendiarios contra el indulto que el Gobierno baraja para con los encarcelados independentistas. Se ha descubierto que puede resultar un arma arrojadiza interesante para lanzar a las sienes del amenazante gigantón socialcomunista que nos gobierna y descabezarlo. 
Parece relativamente fácil conseguirlo, aunque ese desenfreno furibundo de nacionalismo españolista contribuya directamente a un mayor convencimiento acerca de la falta de sensibilidad en el resto de España para con la situación catalana y, en consecuencia, al crecimiento del tramo ascendente en la curva de ansias separatistas. 
Algo va muy mal en nuestra sociedad cuando resulta intolerable hablar de tolerancia, cuando se condena cualquier iniciativa que abra una puerta a la conciliación, cuando irrita las conciencias la palabra diálogo, cuando se desoye la búsqueda de entendimiento o cuando resulta imperdonable pensar en perdonar. 
Estamos decididos a apagar con gasolina el incendio independentista. Es bien cierto que las airadas manifestaciones antiindulto pueden proporcionar interesantes réditos a la derecha española, pero no parece la mejor manera de reconducir el problema, de rebajar la tensión antiespañolista o de ensanchar espacios para la sintonía entre los catalanes y el resto de los españoles. 
Cabe la posibilidad de que en breve y gracias a la venta visceral de posturas radicales, la derecha consiga recuperar el poder y hacerse sin urnas con las riendas de España, pero casi seguro que también logrará incrementar la fiebre rupturista, hasta el punto de convertir en irreversibles las ansias de independentismo total en Cataluña.

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...