sábado, 19 de febrero de 2022

Los gallegos, Ayuso y Rosalía de Castro

    Es verdad que los gallegos tenemos fama de desconfiados. Siempre he pensado que era a causa de la orografía. En un pueblo de la meseta castellana puedes descubrir con tiempo suficiente al que se acerca, en un terreno sinuoso, quebrado y lluvioso como el gallego no ves al que llega hasta que lo tienes encima. 
    Yo no desconfié de Ayuso cuando nos contó aquella novela rosa de la crueldad de los espías genoveses. En la distancia y con el cuidadoso glamour de la puesta en escena parecía creíble. La cosa se complicó en la distancia corta cuando se fue levantando la niebla y se acercó a nosotros con los papeles en la mano. El gallego es observador y desconfía cuando las cosas no le cuadran. Y a la luz del contrato al gallego y a cualquiera algo le chirría. Chirría que la Administración ponga un millón y medio de euros en manos de alguien que no conoce y mucho más chirría que la presidenta no conozca casi nada de la relación fraternal y sustanciosa que mantiene su hermano con la Comunidad de Madrid. Bajando a lo mundano, no cuadra nada que al contratante no le extrañe que el precio de la mascarilla sea exactamente cinco euros. El gallego piensa que conocidos el precio de coste y el margen de beneficio es muy sorprendente que el resultado matemático sea una cifra redonda. Tampoco cuadra bien que al contratante no le importe que sean mascarillas FFP2 o FFP3 porque no cuestan igual y al gallego no todo le da lo mismo. 
    Decía Rosalía de Castro que la desconfianza nace del desconocimiento. Es verdad, los gallegos somos desconfiados, pero solo cuando no conocemos todos los datos y, sobre todo, cuando tenemos la sensación de que nos los ocultan.

viernes, 4 de febrero de 2022

"Señorías, váyanse a la mierda"

    Era una ley importante, la mejor reforma laboral posible, sin un solo punto que no supusiese una mejora para los trabajadores y el mayor avance en décadas para la recuperación de sus derechos frente a la precarización. Además, la reforma estaba visada por la Comisión Europea y conseguida gracias al diálogo entre el Gobierno, los representantes del empresariado y los sindicatos de trabajadores. Un éxito total, un ejemplo, una ley para aplaudir con entusiasmo por cualquier fuerza política interesada en el bien de la ciudadanía. 
    Pero no, España siempre es diferente y el bochornoso espectáculo de ayer en el Congreso no deja dudas de ello. Un partido llamado del pueblo (popular) que no apoya que el pueblo mejore, una izquierda republicana para la que el voto o el rechazo dependen de quiénes compartan su posición y no del contenido de la misma, un partido que prefiere darle una colleja al Gobierno aún a costa de que cientos de miles de trabajadores salgan malparados, dos rufianes navarros que mienten como bellacos ante su propio partido y ante el mundo para ocultar su felonía y dinamitar la reforma, otro ilustrado representante del pueblo que no distingue el si del no y quiere vendernos la moto de que no es su estupidez sino la informática y el Gobierno socialcomunista los que han robado su intención de voto. Para terminar el espectáculo teatral lamentable, la presidenta de la mesa suma con los dedos y da por ganadores a los vencidos. Un desastre total, una vergüenza, una impresentable clase política, una locura. Ayer echamos en falta un poco de cordura, echamos en falta a Labordeta: "Señorías, váyanse a la mierda".

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...