Lunes, 18 de febrero de 2013. Tenía la sensación de que no comprendía bien a
la gente cuando me hablaba. ¿Por qué ese cambio? Parecía que murmurasen, como que tuvieran miedo a que alguien les escuchase decir algo
improcedente. Ahora que se ha destapado el cotarro del espionaje político y las
escuchas, me empiezo a aclarar. Al final, todo es lo mismo. No es ningún
problema de oído, es que se habla más bajo. Por si las moscas. La gente tiene
miedo. Hay que andar con tiento y tener mucho cuidado con lo que se dice. Me van
encajando las cosas. Esto también es parte de la misma historia. Cuesta
creérselo pero, en el fondo, todo está relacionado. También podría pensarse que
lo de los autobuses no tiene nada que ver, pero sí tiene. Me di cuenta el otro
día. Es verdad que últimamente ya no corría detrás del autobús. Me daba la
sensación de que iban ahora más rápido, pero lo que pasa es que se detienen
menos tiempo en las paradas. Todo deprisa. Y eso, no cabe duda, es culpa de los
recortes. Hay menos autobuses y tienen que andar más apurados. Es así. Por eso no llego. Y lo de
los pantalones también es lo mismo. Claro que he engordado algo, pero no es
porque me mueva menos, es que comemos más patatas y menos carne que antes por
culpa de la crisis. ¡La puta crisis ésta! ¡Va a acabar con nosotros! Sí, ahí
está realmente el quid de la cuestión. ¿Por qué ahora me cuesta más subir las escaleras o por qué me
parece que tardo más en llegar al portal? ¿Son acaso los peldaños más altos
ahora? ¿Han alargado la calle? No, señor, ¡es la crisis! Es el cabrón de Rajoy
el que tiene la culpa. O Zapatero. O su puta madre. O la bruja esa de la Merkel,
que es de armas tomar y sólo piensa en lo suyo. Me da igual. Lo único que sé es
que nos están hundiendo y que esta situación es la auténtica clave de nuestras
desgracias, incluso de las que parece que no tienen relación. La crisis está
causando estragos. Estoy seguro de que alguna razón oculta hace que la gente de
mi edad se haya avejentado tanto y que ahora todos parezcan mucho mayores que
yo. Lo triste es que nos engañan. Tienen engañado a todo el mundo. Hasta a mi médico. Yo estoy convencido de que la depresión que
me produce ser consciente de todo esto es la que provoca la pérdida de
apetito sexual que tengo de un tiempo a esta parte. Para mí no hay vuelta de hoja,
no tengo ninguna duda. Pero mi médico insiste en que la crisis no tiene nada
que ver, que es porque los 62 años empiezan a pasar factura. ¡Vamos, anda!
Un rincón amigo en el que ir soltando pensamientos variados, desvaríos circunstanciales y otras tonterías mil, al objeto de ahorrame la pasta gansa que, de no ser por este refugio, tendría que pagarle al psiquiatra
domingo, 24 de febrero de 2013
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