Viernes, 9 Agosto 2013. Mucha gente no sabe dónde está Benín. Confieso que hasta el año pasado yo tampoco. Después me di cuenta de que este país que iba a visitar, era el mismo que en el instituto había conocido como república de Dahomey (yo, todo hay que decirlo, hice el bachillerato antes de 1975, que fue cuando Dahomey dejó de ser Dahomey para empezar a ser Benín). Mirando en el mapa pude comprobar que es un pequeño país situado en el golfo de Guinea, entre Togo, Nigeria, Níger y Burkina Faso. Hace nada era un desconocido para mí y mañana vuelvo por segunda vez. La gente me pregunta por qué. Yo también. Podría responder que se trata de un país amable, acogedor, tranquilo, con una naturaleza privilegiada y una gente encantadora. Todo ello es verdad, pero yo creo que la razón última está en el corazón. En Benín muchas cosas te tocan el alma. Te recuerda tu infancia y no hay duda alguna de que se trata de una sociedad menos desarrollada y por tanto menos especulativa, más sana. También pienso que en el fondo es una cuestión de carácter, de forma de ser. Siempre he preferido los pueblos a las ciudades, desplazarme por carreteras secundarias antes que hacerlo por autopistas y durante mi vida laboral dedicada a la docencia me he sentido más cercano de los “balas” que de los “listillos” de la clase. Debe ser una cuestión hormonal. No hay que darle más vueltas. Por eso vuelvo a Benín. Por eso y porque es un país mágico, sin estridencias, cariñoso, humilde, que no fuma y que sonríe. Son razones importantes. De nuevo Benín.
Un rincón amigo en el que ir soltando pensamientos variados, desvaríos circunstanciales y otras tonterías mil, al objeto de ahorrame la pasta gansa que, de no ser por este refugio, tendría que pagarle al psiquiatra
lunes, 7 de octubre de 2013
jueves, 18 de abril de 2013
Con retraso
Jueves, 18 de abril de 2013. Nos habíamos levantado más tarde de lo previsto. A la mayor parte nos gusta llegar a
tiempo a las citas, pero no siempre lo conseguimos. A veces es imposible. Los
hados están entretenidos mirando para otro lado y, por mucha voluntad que le
eches, las circunstancias te enredan y no logras llegar a tiempo. No pudimos ponernos en pie a la hora convenida, estábamos muy cansados. El viaje por el desierto nos había dejado para el arrastre. En esos casos, cuando el mundo y el cuerpo se empeñan en que no, es mejor no contrariarles, simplemente hay que dejarse llevar por la corriente y
asumir que no vamos a llegar a tiempo. Además, otras veces llegas a la hora en punto con una sonrisa de oreja a oreja pero el
protocolo dice que deberías de haberte presentado con una antelación con la
que no contabas. Y aunque llegues a tiempo también llegas tarde.
Aunque no es ésta la peor época del año, en
África ahora hace calor. El pasado día 9, en pleno abril, la temperatura en Sudán
era bastante dura. Estábamos en Karima. Atravesábamos esas horas asesinas del centro del día. Acabábamos de visitar las ruinas de los templos de Jebel Barkal, la montaña
sagrada del reino de Napata y el sol nos castigaba sin compasión. Caminábamos a duras penas, sedientos. Sufríamos por darnos un respiro, suplicábamos unos minutos de
clemencia, daríamos lo que fuera por un ratito a la sombra para recuperar el
aliento. Alguien habló del bosque petrificado y nos sonó a música celestial. Pensamos que cualquier
bosque puede ser adecuado para paliar algo la desazón que nos embargaba con aquel sofocón. Nos ilusionamos, pero ya desde la distancia comprendimos que no había nada que hacer,
que tampoco allí íbamos a remediar el acaloramiento. Vimos claramente que no era el momento adecuado para poder gozar de una sombra bajo aquellos árboles. Llegábamos con doscientos millones de años de retraso. Tarde.
domingo, 10 de marzo de 2013
Aunque el desierto sea eterno
Domingo, 10 de marzo de 2013
Aunque el desierto sea eterno
Hay que afrontarlo con ganas
Porque el norte está en la arena
Porque infinito no es nada
Aunque tiemble el horizonte
Hay que redoblar las ansias
Porque aguantar es la esencia
Porque el camino es la hazaña
Aunque sólo una vez sea
Hay que escalar la montaña
Porque el cielo está en las nubes
Porque una luz nos reclama
Aunque nos fallen las fuerzas
Hay que dejarse hasta el alma
Porque morirse es la vida
Porque respirar se acaba
miércoles, 6 de marzo de 2013
Amiga, Carmen
Viernes, 1 de marzo de 2013. Nadie sabe definir
lo que es un amigo pero posiblemente tenga mucho que ver con esa persona que en
algún momento de la vida ha conseguido rescatarte de las garras de la soledad. Quizás un consejo atinado, o una fortaleza especial o una sensibilidad extraordinaria
por parte de esa persona cercana, te hayan permitido escabullirte de la asfixia
puntual que te atenazaba.
Carmen Elías se acaba de ir. Era una compañera de naturaleza generosa y
optimista como pocas, una compañera siempre dispuesta a apreciar el lado bueno de las cosas sin necesidad de abandonar la
objetividad de su juicio. Pero Carmen era, sobre todas las cosas, una amiga y
una persona fiel, una persona terriblemente fiel a su familia, a su entorno y a
ella misma.
Cuando se pierde a
una amiga de verdad, a una amiga como Carmen lo era, es
imposible no tener miedo, es imposible no sentirse desamparado, no inundarse de
sombras, no querer escapar del pánico que nos invade al tener que mirar de frente
al infinito, no sentirse tambalear al borde del precipicio.
Aquí así nos quedamos
a tu pesar, Carmen.
Ahora que temprano levantó la muerte el vuelo, ahora que a
traición un empujón brutal te ha derribado, ahora, todavía te echamos más de
menos.
Gracias, Carmen,
por estar siempre cerca y siempre atenta. Descansa en paz. Te lo mereces como
nadie. Y quédate tranquila porque a nosotros tu recuerdo nos seguirá alentando. Por suerte. Por siempre.
domingo, 24 de febrero de 2013
Si yo hubiese nacido en Benín
Domingo, 24 de febrero de 2013. No hace mucho he estado en Benín, un país africano muy pobre y para muchos españoles desconocido. El viaje ha sido enormemente generoso conmigo, aunque inicialmente, cuando empecé a pararme en el país, llegué a concluir que tenía mucha suerte por no ser de Benín. Incluso pensé que, de ser así, es muy probable que no existiese. Le he oído contar a mi madre que cuando yo tenía seis meses padecí una neumonía muy grave. Una atención cuidadosa impidió definitivamente que fuese uno de esos 4 niños españoles que, de cada 1.000, fallecen antes de los cinco años. Si el azar hubiese querido que yo viniera al mundo en Benín, la probabilidad de haber muerto se habría multiplicado por 30. Allí no son 4 sino 123 niños de cada 1.000, los que fallecen sin superar los cinco años.
Ahora me acabo de jubilar con 62 años y esto también sería totalmente distinto si hubiese nacido en Benín. De hecho, no podría dejar de trabajar porque me habría muerto hace algún tiempo. Allí la esperanza de vida al nacer está en 57 años. Frente a los 78 de los españoles supone 21 años extra que nos regalan por el mero hecho de haber nacido aquí.
Sin embargo, Benín te puede aportar muchas cosas que no puedes encontrar en España. En la escuela más pública del país, la de la calle, se imparten clases gratuitas de fraternidad inmensa, disponen de cualificados catedráticos en honradez contrastada, en alguno de los estupendos doctorados te enseñan a andar por la vida con los ojos bien abiertos y puedes incorporarte en cualquier momento a algún curso especializado de solidaridad de los muchos que se ofrecen. Si hubiese nacido en Benín habría aprendido mucho acerca de la relatividad de los deseos o del peso de los caprichos y sabría que la felicidad es mucho más barata de lo que parece y que me lavo más de lo que necesito. Sería especialista en saber todo lo que vale lo que malgasto y habría dejado de mirarme al ombligo para entender lo que pasa a mi alrededor. No son pocas las ventajas que tienen los que han nacido en Benín. También habría aprendido que la mayor parte de las cosas de las que se rodea la gente no sólo no le sirven para estar mejor, sino que no le sirven para nada. Y además, si hubiese nacido en Benín no tendría que jurar en voz alta todos los días por culpa de los impúdicos tejemanejes del mal llamado señor Bárcenas y de los reales desmanes del señorito Urdangarín.
Ahora lo entiendo todo
Lunes, 18 de febrero de 2013. Tenía la sensación de que no comprendía bien a
la gente cuando me hablaba. ¿Por qué ese cambio? Parecía que murmurasen, como que tuvieran miedo a que alguien les escuchase decir algo
improcedente. Ahora que se ha destapado el cotarro del espionaje político y las
escuchas, me empiezo a aclarar. Al final, todo es lo mismo. No es ningún
problema de oído, es que se habla más bajo. Por si las moscas. La gente tiene
miedo. Hay que andar con tiento y tener mucho cuidado con lo que se dice. Me van
encajando las cosas. Esto también es parte de la misma historia. Cuesta
creérselo pero, en el fondo, todo está relacionado. También podría pensarse que
lo de los autobuses no tiene nada que ver, pero sí tiene. Me di cuenta el otro
día. Es verdad que últimamente ya no corría detrás del autobús. Me daba la
sensación de que iban ahora más rápido, pero lo que pasa es que se detienen
menos tiempo en las paradas. Todo deprisa. Y eso, no cabe duda, es culpa de los
recortes. Hay menos autobuses y tienen que andar más apurados. Es así. Por eso no llego. Y lo de
los pantalones también es lo mismo. Claro que he engordado algo, pero no es
porque me mueva menos, es que comemos más patatas y menos carne que antes por
culpa de la crisis. ¡La puta crisis ésta! ¡Va a acabar con nosotros! Sí, ahí
está realmente el quid de la cuestión. ¿Por qué ahora me cuesta más subir las escaleras o por qué me
parece que tardo más en llegar al portal? ¿Son acaso los peldaños más altos
ahora? ¿Han alargado la calle? No, señor, ¡es la crisis! Es el cabrón de Rajoy
el que tiene la culpa. O Zapatero. O su puta madre. O la bruja esa de la Merkel,
que es de armas tomar y sólo piensa en lo suyo. Me da igual. Lo único que sé es
que nos están hundiendo y que esta situación es la auténtica clave de nuestras
desgracias, incluso de las que parece que no tienen relación. La crisis está
causando estragos. Estoy seguro de que alguna razón oculta hace que la gente de
mi edad se haya avejentado tanto y que ahora todos parezcan mucho mayores que
yo. Lo triste es que nos engañan. Tienen engañado a todo el mundo. Hasta a mi médico. Yo estoy convencido de que la depresión que
me produce ser consciente de todo esto es la que provoca la pérdida de
apetito sexual que tengo de un tiempo a esta parte. Para mí no hay vuelta de hoja,
no tengo ninguna duda. Pero mi médico insiste en que la crisis no tiene nada
que ver, que es porque los 62 años empiezan a pasar factura. ¡Vamos, anda!
lunes, 11 de febrero de 2013
Ciclorrelato
Lunes, 11 de febrero de 2013. ¿Cuántos somos en Madrid? Ni se sabe. Los datos oficiales apuntan que en el núcleo urbano más la periferia nos alojamos unos cinco millones de almas. Algunos dicen que más. Precisamente por eso desplazarse es complicado. Mover esas toneladas de gente diariamente de un lado a otro de la ciudad no es fácil. Un follón de coches, de autobuses, de suburbanos y de metros se afanan por colocarnos en los puntos de nuestros respectivos quehaceres a lo largo del día. Nos llevan a toda prisa al trabajo, a la peluquería, a la compra o al café en el que hemos quedado con los amigos. A mí me gusta hacerlo en bici. Me da mucha autonomía. Además, es sano, es ecológico y es barato. Razones más que sobradas. Por lo menos para mí y para unos pocos más que somos los que andamos en bicicleta. La mayor parte de la gente que utiliza la bicicleta para desplazarse por Madrid son jóvenes. ¿Cuántos seremos? No lo sé. Aunque no he visto ninguna estadística al respecto, yo calculo de una manera creo que no del todo científica, pero posiblemente bastante aproximada, que entre un 3 y un 4 por mil. Lo digo porque en mi instituto somos mil y pico y solamente vamos 3 ó 4 en bici, es decir, el 3 ó 4 por mil aproximadamente. Realmente pocos. Los ciclistas somos un bien escaso, yo diría que somos un tanto raros. La gente nos mira cuando pasamos e incluso, en ocasiones, les molesta nuestra presencia. A mí, desde luego, cuando cruzo el patio, me da la sensación de que muchos cuchichean entre ellos a mi paso. Yo creo que en el fondo les doy un poco de envidia, pero no estoy seguro. A veces me da por pensar que lo que les llama la atención es que soy mayor que ellos. Si los ciclistas escasean en la ciudad, los de 62 años hay que buscarlos con lupa. Otras veces pienso que es porque yo soy el director.
miércoles, 30 de enero de 2013
C'est la vie
A la ida, en Barajas, la inconfundible maestría de Carlos Cano nos contagiaba su embrujo. À París mon coeur s'en va.
Al regreso, para Marina el Sena se había convertido en un estupendo analgésico. El viaje supuso un paréntesis de tranquilidad, arropada por sus amigos del alma, al abrigo del frío del momento. En los días recientes, su contagiosa alegría espontánea se enturbia a ratos con el declinar irremisible de su madre anciana. María, con los pies destrozados, vuelve entusiasmada de París gracias al aroma especial de ese glamour embriagador del que ha podido disfrutar callejeando por el Triangle d'Or, en la Place Vendôme y en otros muchos lugares emblemáticos de la ciudad. Chus, a dos pasos escasos de la prejubilación, regresa rejuvenecida después de haberse extasiado, como una adolescente enamorada, con la noche estrellada de Van Gogh. Margarita lo hace dispuesta a regresar en el momento adecuado a la Place de l'Opéra, para disfrutar a placer de un paso a dos en el escenario incomparable del majestuoso Palacio Garnier. Teresa dejó sus ojos rendidos ante las vidrieras de la catedral de Nôtre Dame y su tiempo francés enganchado entre las imponentes manecillas del reloj gigante que domina la reconvertida estación d'Orsay. Matilde se soltó descaradamente la melena delante de la police, pegando gritos a destajo por el célebre boulevard Saint Germain, en favor de l'égalité de derechos para los homosexuales, Lalo se entretuvo inútilmente buscando razones científicas que avalasen las irregularidades geométricas con las que el reloj de sol del obelisco de Luxor marca las líneas horarias sobre el pavimento de la Place de la Concorde. Lola, por su parte, una vez en tierra, celebra con alborozo su convencimiento de haber ahuyentado definitivamente de su vida el fantasma del miedo a volar. París tiene atractivos sobrados para repartir a espuertas y de todos los colores. Yo, personalmente, de este viaje, sin ningún lugar a dudas, me quedo con Manolo.
Manuel Rodríguez Torres, el hermano menor de Marina, hace años le dio plantón a su trabajo estable y a su vida madrileña organizada, para disponerse resuelto a caminar con sus dudas a la espalda, en pos de su inquietud. Y sus pasos, tras el quiebro vital, le llevaron a París. El tiempo allí le ha ido modelando como experto filósofo callejero, hasta convertirlo en un auténtico parisino de Albacete que sigue, incansable, tratando de encontrar su sombra perdida por alguno de los rincones de la ciudad. Hoy, más sano si cabe, más creativo y más marginado que nunca, con la mirada desafiantemente limpia y una envidiable sonrisa, expone sin tapujos su desarraigo y su atractivo existencial. Durante los fines de semana, rebusca sin desmayo en el marché aux puces de Montreuil, el llamado "rastro de los ladrones", películas potencialmente interesantes, música con posibilidades y libros curiosos escondidos entre montañas de cosas inútiles, para luego colocar su tesoro, un par de euros por encima, en casas de reventa y así poder pagarse la habitación de cinco metros cuadrados en la que vive y en la que sigue desenredando, con lucidez envidiable, la maraña en la que se van convirtiendo nuestras vidas. Todas las vidas.
miércoles, 16 de enero de 2013
Un frío de Enero
Miércoles, 16 de Enero de 2013. A eso de la una de la madrugada hacía un frío de muerte. Me tuve que subir el cuello de la cazadora y me encogí todo lo que pude,
porque el escalofrío intenso que me recorrió la espalda nada más salir del metro anunciaba
que no estaba la cosa como para andarse con tonterías. Debíamos de estar a cero grados, o menos. A
los eneros de Madrid no les afecta para nada el cambio climático. Siguen siendo
igual de crudos que siempre. Me consolé pensando que me faltaban solamente cinco minutos para poder
estar en casa calentito. Pero aún había que pasarlos y se presumían gélidos. La
noche te plantaba cara de manera despiadada. No había un alma en la calle. Eché a
andar apurado con las manos en los bolsillos. La verdad es que había sido una cena
divertida, una velada muy agradable. Teresa nos obsequió con un regalito
musical que nos habían traído los Reyes. Estaba desbordante. Al fin embarazada, después de perseguirlo
tanto tiempo. Esther vino con su nuevo chico, simpático a rabiar. Fer nos
dio a conocer detalles de su próximo enlace. No es que le emocionase lo de casarse, era ya su segunda boda y además llevaba tiempo viviendo con su chica, pero
le entusiasmaba hacerlo el 14 de abril. El azar le había regalado una fecha muy
especial a un republicano convencido. Las pisadas apresuradas a mis espaldas me hicieron perder la concentración y enturbiaron
mis pensamientos. Aceleré el paso y traté de recrearme nuevamente en los desenfadados
galanteos de Fran con Flori, pero ya no pude. Al dejar López de
Hoyos, la iluminación se había hecho más vaga y, en un momento, las calles se habían llenado de sombras que, ahora, se me apetecían un tanto siniestras. Por
mucho que apuraba no conseguía distanciarme de aquellos dos chicos encapuchados
que me seguían. Ya estaba llegando. En otro tiempo quizás no hubiera sido así, pero ahora reconozco que tenía miedo. Ni mi barrio es especialmente conflictivo ni yo
soy aprensivo, pero estaba claro que me perseguían. En cualquier momento me asaltarían. Llevaba el llavero agarrado
con fuerza dentro del puño y caminaba a paso ligero. De vez en cuando les oía intercambiar alguna frase
corta, pero no conseguía entender lo que decían. Di la vuelta a la esquina y
eché una carrerilla para subir sin que me alcanzasen las dos escaleras del
portal. El tiempo justo para meter la llave en la cerradura, abrir y volver a
cerrar la puerta. ¡Qué alivio! Una paz desacostumbrada me embargaba mientras
esperaba el ascensor. Respiré hondo. Me daba la impresión de que flotaba, cuando aquel golpe en la cabeza me hizo perder el conocimiento. No lo
sentí. No me dolieron ni los doce puntos de sutura ni los 87 euros que me
mangaron. Lo único que me jodió fue que me quitasen aquel viejo reloj que había sido de
mi padre.
martes, 8 de enero de 2013
Distinto martes de siempre
Martes, 8 de Enero de 2013. 06:30. Mi reloj vital me pone en marcha de manera automática, como todos los martes. Es noche cerrada. A tientas cojo el móvil para comprobar que mi reloj vital no me ha jugado una mala pasada. Me noto el cuerpo con cierta pesadez, parece que no he dormido demasiado bien. Me entretengo acurrucado haciendo un rápido repaso a la hora y cuarto que se me viene encima de manera inmediata antes de salir de casa. Me levanto sigilosamente para no despertar a Lola. Me ducho. Mientras me afeito, la radio se entretiene repitiendo lo mismo. Parece que es ayer, parece que es el mismo noticiario que cualquier día del año pasado. Es como si nunca pasara nada nuevo: Crisis, recortes, privatización, huelga de médicos, Rajoy tratando de vender lo que nadie quiere comprar y Messi recibiendo otra vez más el balón de oro. Lo mismo de siempre. Sólo una noticia me hace pensar que a pesar de las apariencias, las vueltas que da el mundo son cada día diferentes. Seguidores del 15-M y de la cultura libre ponen en marcha un nuevo partido político, el Partido X-Partido del Futuro. Propugnan una forma de hacer abierta, horizontal, transparente, cooperativa y respetuosa. Suena distinto. Esperanzador. ¡Las 07:22! Enciendo la cafetera y voy a vestirme. ¡Cómo corre el tiempo! He dejado la ropa preparada. Mis alumnos estarán ya camino del instituto desde sus respectivos domicilios. Todos los martes hacemos rituales parecidos en momentos similares desde diferentes puntos de la geografía madrileña para confluir en el aula 1.7 del Instituto Clara del Rey a las 08:15. Termino de acicalarme. Sin perder tiempo me preparo el café, tomo las pastillas de rigor, cojo las llaves y el móvil, me pongo la cazadora y cierro la puerta con cuidado. Son las 07:48. Vamos bien. La moto arranca sin problemas y yo soy consciente de que disfruto en el trayecto, a pesar del frío mañanero que, poco a poco, me va calando hasta los huesos. Cojo Padre Xifré, Corazón de María, giro en la rotonda, después a la derecha por detrás del edificio de IBM y a continuación a la izquierda en Padre Claret. Disminuyo la velocidad. Ahí, como todos los martes, al lado de la verja de entrada, están ellos, de charla, frotándose las manos, fumando, contándose los pormenores de las vacaciones. La historia se repite. Paso despacito a su lado. Casi puedo oír lo que hablan. Son las 08:09. Desde el primer momento el psicólogo me ha insistido en que las cosas dejan de ser iguales todos los días. Vuelvo a acelerar. No quiero llegar tarde a la consulta.
miércoles, 2 de enero de 2013
Sin fin del mundo
Al final no acertaron los mayas. Hoy es 3 de enero (3.1.13). Atrás queda, sin
más quebrantos que las expectativas que había creado, el tan esperado 21 de
diciembre (21.12.12). Ya llevamos no sé cuantos intentos fallidos. Cada cierto tiempo
alguien asegura que ha llegado la hora definitiva, que nos preparemos porque el
momento estelar se acerca y vamos a poder ser testigos de un acontecimiento
único, nos convertiremos en privilegiados espectadores del tan esperado fin del
mundo. Pero la Tierra no llega a inmutarse, imperturbable desde hace 4.000 millones de años, no para
de dar vueltas. O bien en el momento definitivo no aparece el encargado de dar el pistoletazo de salida,
o falla el que tiene que encender la mecha de la traca o el presentador del
evento se queda dormido. El caso es que, por unas cosas o por otras, nunca podemos
presenciar el anhelado numerito del gran desastre final. Se ha intentado sin
acierto por diferentes medios, pero no acaba de producirse ese cataclismo
planetario con el que los visionarios nos quieren ilusionar. En su momento se
pensaba que tal vez el gran espectáculo de luz y sonido se podría lograr con un
alineamiento de los planetas que produjese efectos fatídicos al cosmos pero, aunque llegó
a anunciarse a bombo y platillo, ya se comprobó desde los primeros ensayos que
los planetas no tenían las cualidades requeridas para afrontar un reto de esas características.
También se pretendió animar al personal haciéndole ver que podrían presenciar
el gran evento de un asteroide gigante impactando contra la Tierra, pero el
público se cansó de esperar y dejó de prestar atención. Tampoco se han
rematado como se hubiera querido las apocalípticas predicciones de Nostradamus que
nos habrían deparado convertirnos en un montón de añicos repartidos por
el espacio sideral. Un desastre de predicciones. Nada de nada. Ni siquiera los movimientos que con
ahínco hemos inducido en los polos magnéticos han logrado el cambio fatal en el
eje de rotación de la Tierra que nos permitiría salir despedidos de nuestra
órbita hacia los espacios infinitos. Para colmo, la frustración más reciente de
nuestras esperanzas apunta a que los chamanes mayas no han sabido leer adecuadamente
lo que ponía en esa piedra grabada de El Tortuguero (Tabasco), por culpa de lo que el 21
de diciembre no se produjo el black out del planeta ni ningún otro sobresalto
reseñable.
No hay manera, vamos a tener que seguir esperando. Ahora, un
concilio de agoreros, un senado de científicos de renombre quiere que
alimentemos nuevas esperanzas. Asegura con rotundidad absoluta que el cataclismo
cósmico, el inevitable y auténtico fin del mundo se producirá sin remedio
cuando estalle el sol y la consecuente explosión cósmica achicharre el planeta
Tierra y las fincas adyacentes. Ya podemos empezar a sacar las entradas si no
queremos perdernos el nuevo espectáculo. El único problema es que el ansiado
acontecimiento tendrá lugar dentro de unos cinco mil años, siglo arriba, siglo
abajo, y posiblemente la mayoría de nosotros estemos ya entonces demasiado
mayores para seguir interesados en el mundo del espectáculo.
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