martes, 26 de noviembre de 2019

Diario y cáncer

Estos días leo el diario último de Ignacio Carrión, un hombre sabio al que admiro y respeto con sana veneración. Tuve la suerte de entrar en contacto puntual y casual con él en el año 2015 y me enamoró. Me gusta cómo se ha enfrentado a la vida (y todavía más a la muerte), me gusta lo que piensa, cómo lo piensa y admiro la forma íntegra en la que escribe lo que piensa, su atrevimiento para plasmar caligráficamente durante 55 años (desde 1961), con absoluta lealtad, impúdicamente y sin autocensura alguna, todo lo que le ha ido empapando de goces y amargura el alma, en su contacto cotidiano con el mundo que le ha rodeado a él y a su mundo. Convencido de que la escritura le ha dado la vida, en este caso (Diario último, 2016), con una valentía sorprendente y una entereza realmente envidiable, va escupiendo sin red y descarnadamente sobre el cuaderno de sus días, todos los miedos, los retos y las huellas que van modelando el avance macabro hacia un final inevitable y predecible, destripa sin rencor los pormenores sangrientos de la batalla que con toda dignidad día a día ha ido librando contra el cáncer durante ese 2016, el último año de su vida.

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