A la ida, en Barajas, la inconfundible maestría de Carlos Cano nos contagiaba su embrujo. À París mon coeur s'en va.
Al regreso, para Marina el Sena se había convertido en un estupendo analgésico. El viaje supuso un paréntesis de tranquilidad, arropada por sus amigos del alma, al abrigo del frío del momento. En los días recientes, su contagiosa alegría espontánea se enturbia a ratos con el declinar irremisible de su madre anciana. María, con los pies destrozados, vuelve entusiasmada de París gracias al aroma especial de ese glamour embriagador del que ha podido disfrutar callejeando por el Triangle d'Or, en la Place Vendôme y en otros muchos lugares emblemáticos de la ciudad. Chus, a dos pasos escasos de la prejubilación, regresa rejuvenecida después de haberse extasiado, como una adolescente enamorada, con la noche estrellada de Van Gogh. Margarita lo hace dispuesta a regresar en el momento adecuado a la Place de l'Opéra, para disfrutar a placer de un paso a dos en el escenario incomparable del majestuoso Palacio Garnier. Teresa dejó sus ojos rendidos ante las vidrieras de la catedral de Nôtre Dame y su tiempo francés enganchado entre las imponentes manecillas del reloj gigante que domina la reconvertida estación d'Orsay. Matilde se soltó descaradamente la melena delante de la police, pegando gritos a destajo por el célebre boulevard Saint Germain, en favor de l'égalité de derechos para los homosexuales, Lalo se entretuvo inútilmente buscando razones científicas que avalasen las irregularidades geométricas con las que el reloj de sol del obelisco de Luxor marca las líneas horarias sobre el pavimento de la Place de la Concorde. Lola, por su parte, una vez en tierra, celebra con alborozo su convencimiento de haber ahuyentado definitivamente de su vida el fantasma del miedo a volar. París tiene atractivos sobrados para repartir a espuertas y de todos los colores. Yo, personalmente, de este viaje, sin ningún lugar a dudas, me quedo con Manolo.
Manuel Rodríguez Torres, el hermano menor de Marina, hace años le dio plantón a su trabajo estable y a su vida madrileña organizada, para disponerse resuelto a caminar con sus dudas a la espalda, en pos de su inquietud. Y sus pasos, tras el quiebro vital, le llevaron a París. El tiempo allí le ha ido modelando como experto filósofo callejero, hasta convertirlo en un auténtico parisino de Albacete que sigue, incansable, tratando de encontrar su sombra perdida por alguno de los rincones de la ciudad. Hoy, más sano si cabe, más creativo y más marginado que nunca, con la mirada desafiantemente limpia y una envidiable sonrisa, expone sin tapujos su desarraigo y su atractivo existencial. Durante los fines de semana, rebusca sin desmayo en el marché aux puces de Montreuil, el llamado "rastro de los ladrones", películas potencialmente interesantes, música con posibilidades y libros curiosos escondidos entre montañas de cosas inútiles, para luego colocar su tesoro, un par de euros por encima, en casas de reventa y así poder pagarse la habitación de cinco metros cuadrados en la que vive y en la que sigue desenredando, con lucidez envidiable, la maraña en la que se van convirtiendo nuestras vidas. Todas las vidas.
Lo has escrito con tanta intensidad que ha llenado mis poros de cada uno de vosotros por vuestro paso por Paris...
ResponderEliminarFelicidades por dejar que la grandiosidad de esa bella ciudad os haya calado tan dentro.
Gracias por tus comentario, Esther, y por estar siempre tan cerca
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