Al final no acertaron los mayas. Hoy es 3 de enero (3.1.13). Atrás queda, sin
más quebrantos que las expectativas que había creado, el tan esperado 21 de
diciembre (21.12.12). Ya llevamos no sé cuantos intentos fallidos. Cada cierto tiempo
alguien asegura que ha llegado la hora definitiva, que nos preparemos porque el
momento estelar se acerca y vamos a poder ser testigos de un acontecimiento
único, nos convertiremos en privilegiados espectadores del tan esperado fin del
mundo. Pero la Tierra no llega a inmutarse, imperturbable desde hace 4.000 millones de años, no para
de dar vueltas. O bien en el momento definitivo no aparece el encargado de dar el pistoletazo de salida,
o falla el que tiene que encender la mecha de la traca o el presentador del
evento se queda dormido. El caso es que, por unas cosas o por otras, nunca podemos
presenciar el anhelado numerito del gran desastre final. Se ha intentado sin
acierto por diferentes medios, pero no acaba de producirse ese cataclismo
planetario con el que los visionarios nos quieren ilusionar. En su momento se
pensaba que tal vez el gran espectáculo de luz y sonido se podría lograr con un
alineamiento de los planetas que produjese efectos fatídicos al cosmos pero, aunque llegó
a anunciarse a bombo y platillo, ya se comprobó desde los primeros ensayos que
los planetas no tenían las cualidades requeridas para afrontar un reto de esas características.
También se pretendió animar al personal haciéndole ver que podrían presenciar
el gran evento de un asteroide gigante impactando contra la Tierra, pero el
público se cansó de esperar y dejó de prestar atención. Tampoco se han
rematado como se hubiera querido las apocalípticas predicciones de Nostradamus que
nos habrían deparado convertirnos en un montón de añicos repartidos por
el espacio sideral. Un desastre de predicciones. Nada de nada. Ni siquiera los movimientos que con
ahínco hemos inducido en los polos magnéticos han logrado el cambio fatal en el
eje de rotación de la Tierra que nos permitiría salir despedidos de nuestra
órbita hacia los espacios infinitos. Para colmo, la frustración más reciente de
nuestras esperanzas apunta a que los chamanes mayas no han sabido leer adecuadamente
lo que ponía en esa piedra grabada de El Tortuguero (Tabasco), por culpa de lo que el 21
de diciembre no se produjo el black out del planeta ni ningún otro sobresalto
reseñable.
No hay manera, vamos a tener que seguir esperando. Ahora, un
concilio de agoreros, un senado de científicos de renombre quiere que
alimentemos nuevas esperanzas. Asegura con rotundidad absoluta que el cataclismo
cósmico, el inevitable y auténtico fin del mundo se producirá sin remedio
cuando estalle el sol y la consecuente explosión cósmica achicharre el planeta
Tierra y las fincas adyacentes. Ya podemos empezar a sacar las entradas si no
queremos perdernos el nuevo espectáculo. El único problema es que el ansiado
acontecimiento tendrá lugar dentro de unos cinco mil años, siglo arriba, siglo
abajo, y posiblemente la mayoría de nosotros estemos ya entonces demasiado
mayores para seguir interesados en el mundo del espectáculo.
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