jueves, 31 de agosto de 2023

La felicidad y el cáncer

    La felicidad concebida como meta no es solo un error, sino que, además, es algo totalmente utópico. Esa felicidad permanente es mentira. No existe. La vida es una sucesión de circunstancias varias que se mueven en un caos absoluto, con todo el vértigo que eso conlleva. Y tiene que ser así. 
    No sé quién, pero algún famoso pensador dijo que los únicos momentos felices que vivimos son aquellos en los que somos conscientes de nuestra despreocupación por el pasado y por el futuro. Estoy totalmente de acuerdo. La irrupción del cáncer en nuestra vida suele ser motivo de infelicidad porque habitualmente nos incorpora una continua preocupación por el futuro y una angustia nos invade al imaginar que el mañana se nos atraganta. Es necesario tratar de controlar cómo reaccionamos a los infortunios. 
    Cada instante de nuestra vida se encuentra amenazado por una espada de Damocles, por tanto, estar obsesionado por si caerá o no, nos produce una infelicidad suprema. Todos traemos una fecha de caducidad incorporada de fábrica, pero el minutero de la vida seguirá dando vueltas mientras tenga cuerda. Es verdad que todo termina por consumirse, pero mientras no lo haga podemos seguir apreciando todo lo importante, todo lo que tiene valor y que no se puede comprar ni vender. Consigamos que nuestra vida sea lo único que deba importarnos. 

miércoles, 16 de agosto de 2023

Cuando 73 años y un cáncer te acompañan

    Cuando uno tiene 73 años y cáncer se asoma al vacío y observa con atención el regalo de la vida. Sí, siempre lo es, pero atontados bajo el paraguas de la rutina solo nos damos cuenta cuando estamos metidos de lleno en la boca del lobo. 
    Es cierto que cuando tienes cáncer aprendes a caminar con soltura y sin prisas por el borde del abismo. Si además tienes 73 años percibes que cada segundo es un mundo nuevo al que te asomas, una eternidad a disfrutar en plenitud sin perder el equilibrio. 
    Cuando uno tiene 73 años y cáncer teme la visita de la parca. Aunque el horizonte siga siendo el mismo ya nada se ve igual. Cualquier paso desacompasado suena a estridencia, a chirriante música tóxica: una diarrea, un catarro o una jaqueca pueden interpretarse como una llamada traicionera al precipicio.
    Al mismo tiempo el cáncer es un gran educador que nos enseña el inmenso valor de cada amanecer o que el tiempo es un caudal milagroso que se escurre sin remedio. Con este maestro sabio aprendemos pronto a leer los gestos apagados, a disfrutar de los rincones escondidos del calendario y a querer con más sentido a las personas que amamos. 
    No, no es poco lo que descubre tu diario cuando 73 años y un cáncer te acompañan. 

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...