La felicidad concebida como meta no es solo un error, sino que, además, es algo totalmente utópico. Esa felicidad permanente es mentira. No existe. La vida es una sucesión de circunstancias varias que se mueven en un caos absoluto, con todo el vértigo que eso conlleva. Y tiene que ser así.
No sé quién, pero algún famoso pensador dijo que los únicos momentos felices que vivimos son aquellos en los que somos conscientes de nuestra despreocupación por el pasado y por el futuro. Estoy totalmente de acuerdo. La irrupción del cáncer en nuestra vida suele ser motivo de infelicidad porque habitualmente nos incorpora una continua preocupación por el futuro y una angustia nos invade al imaginar que el mañana se nos atraganta. Es necesario tratar de controlar cómo reaccionamos a los infortunios.
Cada instante de nuestra vida se encuentra amenazado por una espada de Damocles, por tanto, estar obsesionado por si caerá o no, nos produce una infelicidad suprema. Todos traemos una fecha de caducidad incorporada de fábrica, pero el minutero de la vida seguirá dando vueltas mientras tenga cuerda. Es verdad que todo termina por consumirse, pero mientras no lo haga podemos seguir apreciando todo lo importante, todo lo que tiene valor y que no se puede comprar ni vender. Consigamos que nuestra vida sea lo único que deba importarnos.
Tienes toda la razón. Pasamos la vida preocupándonos de chorradas. Y dejamos atrás lo que realmente importa.
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