Había llegado Sansón orgulloso con su larga cabellera gallega fortalecida en cuatro mayorías absolutas dispuesto a hacerse dueño de la situación y acceder a lo más alto de la política española, avalado por una aureola consagrada de moderación. Pero al poco tiempo de aterrizar en Madrid la fortaleza conquistadora de la melena de Sansón era cuestionada por sus fieles genoveses. El gigante gallego mostraba debilidades inaceptables y desatendía la imponente voz de Vox. Iba ya camino de aceptar la renovación del CGPJ cuando Jiménez Losantos desató su ira: no consentiría que Sansón se sentase a negociar con los traidores. Así no se pueden ganar las elecciones.
Al caer la noche Dalila Ayuso acunó a Sansón Feijóo entre sus brazos. Le susurró al oído que era un traidor ante sus huestes y que España no necesitaba un liderazgo fofo. Nadie podía rendirse a un acuerdo con amigos de etarras, comunistas y separatistas. Y Sansón se despertó sobresaltado de su sueño moncloísta. Juró que había sido inducido, que Sánchez no era honesto y que no pactaría con él si tocaba una coma del delito de sedición. Pero era tarde, su liderazgo había entrado en barrena. Ya Dalila lo había descabellado. Y así Sansón Feijóo, despojado de su melena democrática por una Dalila Ayuso que gracias a él recupera el estrellato, de vitoreado aspirante a presidente pasa de la noche a la mañana a convertirse en bufón de la derecha radical para regocijo de los filisteos del PP.
Así es. Se puede decir más alto, pero no más claro
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