Me ha parecido fatal. Hoy me he dado cuenta y me resisto a aceptarlo. Cuando esta mañana he abierto los ojos me ha dado por reflexionar. Una locura. Me puse a cavilar acerca de qué es lo primero que hacemos cuando abrimos los ojos. Sé que mucha gente se levanta y hace unas cuantas flexiones para poner el cuerpo en activo. Otros lo primero que hacen es ir al servicio, prepararse el desayuno o abrir las ventanas para que el aire fresco les ayude a aligerar la modorra. Muchos se plantean qué les espera a lo largo de la jornada y cómo lo van a afrontar. También algunos tienen por costumbre hacer acto de conciencia acerca de cómo les ha ido en lo que llevan consumido de vida. Pero todos, antes que cualquiera de esas cosas habituales, lo primero que hacemos es mirar el reloj. Él es el capataz, el que nos dirige, el jefe. Él se convierte en nuestro puto amo desde el primer momento del día, él es el que nos da permiso para acurrucarnos otro ratito o el que nos echa a cajas destempladas de la cama porque ya es tarde para todo lo que tenemos que hacer. ¡Me cabreo! ¡Me resisto! ¡Me rebelo! A partir de hoy voy a replantearme muy seriamente mi relación de dependencia con el reloj. ¡Ya está bien de tanta tiranía!
Un rincón amigo en el que ir soltando pensamientos variados, desvaríos circunstanciales y otras tonterías mil, al objeto de ahorrame la pasta gansa que, de no ser por este refugio, tendría que pagarle al psiquiatra
sábado, 8 de febrero de 2020
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