"Mamá, me aburro". No lo queremos oír. Como sea hay que ahorrarle a los niños ese trago amargo. Nuestros hijos tienen que ser felices. Que se diviertan. Y les lanzamos de inmediato un cable para que salgan del pozo: "Coge la tablet o ponte una peli". Craso error, les estamos impidiendo estar consigo mismos, entenderse, discurrir. Deberíamos de enseñarles desde pequeños a aprender a perder el tiempo. Aburrirse es muy sano. Aburrirse significa etimológicamente escapar del estremecimiento, huir de las conmociones. Y eso es precisamente lo que necesitamos para percibirnos, es la situación que tendríamos que propiciar para que nuestro cerebro nos hable, para que nuestro corazón se decida a ser nuestro amigo. La tranquilidad es imprescindible para poderlos escuchar. Es muy importante que dispongamos de ese momento en el que en teoría no hacemos nada. Si no estamos con nosotros, sin tareas, en silencio, atentos, aburridos, difícilmente podremos percibir sus susurros, sus sugerencias, sus insinuaciones. Si nos pilla distraídos perderemos la oportunidad de descubrir un camino, de iniciar una aventura, de recibir un mensaje interesante, algo que nos podría cambiar la vida. Y quizás ese nuevo enfoque fuese para bien y para siempre.
Un rincón amigo en el que ir soltando pensamientos variados, desvaríos circunstanciales y otras tonterías mil, al objeto de ahorrame la pasta gansa que, de no ser por este refugio, tendría que pagarle al psiquiatra
jueves, 23 de junio de 2022
miércoles, 8 de junio de 2022
Cuidado con los bajos fondos
La misión era ciertamente delicada aunque poco peligrosa. Un intruso sospechoso se había atrincherado en una esquina del riñón izquierdo y amenazaba con llevar a cabo una masacre. Lo mejor en estos casos, lo que aconsejan los cánones, es proceder a su embolización aunque ya en el desarrollo de la operación nos dimos cuenta de que no era necesario. Con una arterioriografía bien diseñada comprobamos que en su ubicación no podía recibir apoyo sanguíneo externo y terminaría por rendirse. Caso cerrado, operación concluida. Celebramos con alborozo el éxito de la intervención. Cuando nos replegábamos con el liberador parte médico de alta en la mano, una inesperada avalancha prostática nos ataca por la espalda y sin darnos tiempo a reaccionar se hace por sorpresa con nuestra uretra. Una violenta obstrucción urinaria se desata al instante. Estamos perdidos, no hay salida, la situación es tensa. No tenemos más remedio que pedir refuerzos. Cuatro audaces enfermeras bien armadas y un diestro urólogo acuden en nuestra ayuda. Realizan un estratégico sondaje de emergencia que nos libera de la angustiosa presión enemiga. Por suerte salimos esta vez airosos de la barriobajera emboscada prostática, pero está claro no se puede bajar la guardia. A estas alturas hay que andar con mucho tiento cuando uno tiene que moverse por los bajos fondos.
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