Miércoles, 1 de marzo 2016. Caminaba detrás de ella. Apenas un par de pasos nos separaban. No quería distanciarme demasiado. Había mucha
gente a esas horas por la Gran Vía. La verdad es que era una rubia imponente y que el suave movimiento de sus caderas provocaba unos vaivenes en su vestido rosa que resultaban totalmente hipnotizadores. No sé por qué no le hice caso un poco antes. Nos acabábamos de cruzar hacía un rato. No eran ni las diez de la mañana y me ofreció amor eterno a cambio de unos euros. No le presté atención, pero al rato pensé que viajar al infinito por unos billetes no era nada caro y decidí seguir la estela inquietante de su falda. Al principio sin mucho convencimiento pero después de fascinarme con aquel
bamboleo embrujador estaba seguro que la seguiría hasta el fin del mundo. Me atontaba el paso sensual de aquella preciosa mujer de piel dorada; podría perseguirla toda la vida.
Aquel cuerpo celeste dobló la esquina en la calle Valverde y yo sentí algo parecido a una puñalada en el alma dos segundos después. ¡No había nadie en la calle! Ni un rastro de la chica, ni una huella, nada. ¡Se había esfumado mi vida! En un instante absurdo había perdido para siempre mi eternidad. Me quedé embobado mirando la pared. Una pintada en rojo decía: “Si buscas el mar, piérdete”. Pasé el índice por las letras. Todavía estaba fresca la pintura. Me llevé el dedo a los labios. Sabía a carmín.
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