miércoles, 28 de septiembre de 2016

Una huella apasionada

Me gustaba aquella chica. Y mucho, la verdad. Tenía que reconocerlo. Lo reconocía. Era una mujer preciosa. Lo tenía todo, elegante, desenvuelta, guapa, con un tono de voz susurrante pero convincente y una mirada sin fisuras que encandilaba. Los ojos llamativos, valientes, entrenados para el reto. Una maravilla de mujer, la compañera con la que todo el mundo sueña. Su cara me embrujaba, me atontaban aquellas facciones tan acertadas que invitaban a soñar. La veía con frecuencia, casi todos los días; la verdad es que conocía de memoria sus horarios y hacía lo imposible para que coincidiéramos.

Me gustaba mucho, pero me imponía mucho más. Bueno, no sé bien si ella me imponía o yo me escabullía. Me escudaba en que no encontraba el momento oportuno para dar el paso decisivo. Lo cierto es que nunca me había atrevido a nada; la veía desmesurada, inalcanzable. Debería de ser más osado, es verdad, pero parece como si hubiese algo poderoso que me frena, un muro invisible que nunca me he atrevido a franquear.

Sin embargo estoy convencido de que conseguiré superar mi timidez, sé que en cualquier momento lo lograré. Incluso podría hacerlo hoy mismo. ¿Por qué no? Tengo que ser fuerte. Tengo que lanzarme, tengo que conseguirlo. ¡Vamos! (Notaba que me crecía) ¡Vale la pena! El cielo puede ser tuyo. Atrévete. ¡Hazlo! Respiro hondo. Mi corazón enloquece. Trago saliva, me levanto del sofá y con paso resuelto me planto delante de ella. Tiemblo como un adolescente. Cierro los ojos y en silencio, con un cariño infinito, acerco mis labios a los labios de la presentadora. Sobre la pantalla del televisor queda para siempre la huella apasionada de mi atrevimiento. 

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