Aunque en nuestro país exista una legislación igualitaria, por desgracia la realidad dista mucho de serlo. Por eso los gobiernos están obligados a luchar contra la desigualdad cotidiana para erradicarla.
La administración pública tiene la obligación de comprometerse con la igualdad de género y luchar por la erradicación de todas las formas de opresión o de violencia contra la mujer. En consecuencia, tiene que sensibilizar a la sociedad, realizar una adecuada prevención, castigar a los incumplidores y dotar a las mujeres de todos los recursos y medios necesarios para acabar con la discriminación. Pero dudo mucho que el camino más interesante sea la paridad forzada que se promueve últimamente. Suena tan aparente como irreal. Por ejemplo, no creo que las propuestas de listas cremallera para favorecer parlamentos con un 50% de mujeres se basen en el convencimiento de que hombres y mujeres somos iguales. Más bien me sigue pareciendo una postura machista. Igualmente pongo en duda que las grandes multinacionales que anuncian a bombo y platillo su deseo de favorecer la presencia de mujeres en sus equipos directivos, lo hagan con el convencimiento de que esas mujeres aportarán el mejor valor a la empresa. Más bien me inclino a pensar que pretenden apuntarse un tanto de feminismo barato de cara a la galería.
Ser igualitario supone perseguir que parlamentos y consejos de administración estén conformados por las personas más adecuadas, más válidas, más preparadas para ocupar esos puestos, independientemente de que sean hombres o mujeres. Y las mujeres lo son y lo están. Tanto como los hombres.
Si la lógica no me falla demasiado, siguiendo la misma política habría que reivindicar que en las cárceles hubiese el mismo número de presos que de presas o, si la tasa de españoles mayores de 60 años es del 25% también habría que exigir que en las listas al Congreso hubiese una cuarta parte de escaños reservados para la gente de esa edad. Y otro porcentaje que fuese en proporción al número de discapacitados que hay en la sociedad, y otro igual para los emigrantes, y otro para los homosexuales, y otro para que estuviesen representadas las pequeñas y medianas empresas, y otro para los menores de edad, y otro para los vegetarianos, y otro para ....... No. Este no es el concepto de igualdad que yo tengo en la cabeza ni el que siento en lo más profundo de mi ser. Me duelen las mujeres pero no comulgo tampoco con la discriminación positiva. Confío mucho más en ellas y en su capacidad que en el porcentaje matemático y en la paridad.
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