sábado, 20 de febrero de 2021

Esperando la hora

Sombras perturbadoras se van apoderando de la tarde. De un momento a otro vendrán a por mí. Se acaba el tiempo. Se presentarán uniformados, serios, con los informes bajo el brazo y la mirada escrutadora para apreciar en detalle mi reacción. Desde la puerta me invitarán amablemente a que les acompañe. Es muy difícil evadirse en estas circunstancias, alejarse, volar, escabullirse a dónde sea, burlar a esa parca dueña de nuestros destinos que nos persigue incansable por todos los rincones de la vida. Doy vueltas y más vueltas. Me siento otra vez en la única silla. Trato de hacer ejercicios de respiración profunda, distraerme. He leído cosas acerca de los beneficios de la meditación, esa introspección mágica que te ayuda a desvincularte del entorno. "Lo mejor que se puede hacer cuando tenemos un problema es vivirlo". Me martillea el cerebro. ¿Cómo no vivirlo si no puedes sortearlo? Trato de concentrarme en el torrente de aire entrando y saliendo de mis pulmones. Inútil, aguanto poco. Me revuelvo. Me levanto de nuevo. Recorro pasito a pasito los tres metros de habitación. Me paro ante el crucifijo. Es una imagen en la que ni reparamos. Nunca la ponen a nuestra altura, siempre más alta. Un error —pienso—, nos aleja. Y que tengamos que levantar la vista no proporciona más autoridad. Imagino a muchos suplicantes aquí. Y a muchos a los que habrá servido de consuelo. Desgraciadamente no es mi caso. Dejo al Cristo crucificado. Retomo los paseos rutinarios vuelta y vuelta. Oigo pasos. Cada vez más fuertes. Es terrible. Llega la hora. Se abre la puerta y para mi sorpresa no me altero. ¿Estoy resignado? No lo creo, nadie afronta esto con naturalidad. El operario, uniformado de verde, serio y con mascarilla, se planta en el umbral. Bajo el brazo una carpeta transparente llena de papeles. Echa una rápida ojeada al folio que lleva en la mano. Ha leído el pánico en mi rostro."No se preocupe, José Luis, no se va a enterar, esto es muy rápido". Me quiere tranquilizar. "Acompáñeme. El cirujano ya le está esperando en el quirófano". 

miércoles, 10 de febrero de 2021

Un virus en el campamento

La lección magistral que estamos obligados a llevarnos bien aprendida antes de que se de por terminado este curso intensivo en el que nos han obligado a matricularnos para superar el examen del coronavirus, es que la solidaridad no tiene nada que ver con la caridad ni con el buenismo. Hoy por hoy ser solidario es sencillamente una cuestión de inteligencia. El primer capítulo del nuevo manual de supervivencia que tenemos que aplicar empieza así: "Mientras no tratemos a todo el mundo por igual estamos perdidos". Quedas automáticamente suspendido si pretendes aplicar el viejo método del sálvese quien pueda. Ya no está en vigor. Retirado del mercado, no funciona. 
La pandemia ha puesto en evidencia que cuando se trata de cuestiones importantes no valen ni los muros de Trump ni las caceroladas del barrio de Salamanca. No existen fronteras ni clases sociales. Todos iguales. Una lección magistral a cargo del enmascarado coronavirus, el auténtico demócrata, el referente político para el futuro inmediato. Nadie puede salvarse si no se salvan los demás. Tenemos que vacunarnos todos. Incluidos los dominicanos de mi barrio, los ancianos y los niños, los Menas, los homosexuales, los que han llegado en patera, las prostitutas, los senegaleses de Lavapiés y los gitanos de la Cañada Real. Todos. También los africanos de África y los sudamericanos de Sudamérica. 
El mundo ha dejado de ser hace tiempo un conjunto de aldeas desperdigadas por su superficie. El planeta es hoy un campamento global en el que estamos todos refugiados. Y la amenaza del bicho nos obliga a pensar. Tenemos que decidir ya si seguimos adelante todos unidos, si nos liamos a caceroladas contra esta sociedad global y estúpida en la que nos hemos metido o si preferimos aislarnos eternamente del mundo tras el muro de Trump para subsistir. Es una reflexión definitiva, un examen fundamental. A los pensadores políticos de la aldea se les exige un notable alto. Nadie con dudas en este tema debería guiarnos hacia el futuro. Nuestra supervivencia depende de ello. 

domingo, 7 de febrero de 2021

La pandemia del sálvese quien pueda

Allá por el mes de diciembre, cuando empezábamos a tener cercano el horizonte con un posible final de la angustia coronavírica gracias a las vacunas, parecía que el gran problema era que se extendiese entre la población la bandera negra del miedo que agitaban algunos iluminados para no ponerse la vacuna. Los expertos pensaron que la principal dificultad a la que se enfrentarían era el rechazo a las vacunas que se esparcía por las redes sociales. Lo que nunca imaginaron era que se produjese una gran ola de comportamientos inmorales. Nunca supusieron que el gran peligro radicaba en el egoísmo, en la poca honradez y la falta de moralidad de mucha gente. Un error quizá propiciado por creer que somos buenos por naturaleza y que la pandemia, además, habría conseguido inculcarnos valores importantes, valores tan fundamentales para la sociedad actual como pueden ser la solidaridad o el sentido común. 
Pero no era así y se comprobó de inmediato que mucha gente sigue tentada a saltarse la cola. Ahora, las personas que se vacunan a hurtadillas, de espaldas al protocolo establecido, las que roban la vacuna a los más vulnerables, las que han abusado de su cargo político o jerárquico, en la iglesia, el ejército, la consejería o el ayuntamiento, deben dimitir o ser cesados de inmediato. Y debemos de obligarles a irse ya, no solo por ser unos corruptos o por su falta de ética y de pudor democrático, sino fundamentalmente porque no son el tipo de personas que queremos como responsables de lo público. Han demostrado que para ellos lo público, lo de todos, está muy por detrás de sus propios intereses. Quitarlos de ahí quizás sea la única forma de ayudar a encontrar una vacuna moral que nos inmunice contra esta pandemia impúdica del sálvese quien pueda que ataca a nuestra sociedad.

Un olivo para ti

Esto de plantar un olivo no es tarea sencilla, menos aún si quieres hacerlo con las cenizas de tu marido. Esta anécdota daría para escribir ...