Allá por el mes de diciembre, cuando empezábamos a tener cercano el horizonte con un posible final de la angustia coronavírica gracias a las vacunas, parecía que el gran problema era que se extendiese entre la población la bandera negra del miedo que agitaban algunos iluminados para no ponerse la vacuna. Los expertos pensaron que la principal dificultad a la que se enfrentarían era el rechazo a las vacunas que se esparcía por las redes sociales. Lo que nunca imaginaron era que se produjese una gran ola de comportamientos inmorales. Nunca supusieron que el gran peligro radicaba en el egoísmo, en la poca honradez y la falta de moralidad de mucha gente. Un error quizá propiciado por creer que somos buenos por naturaleza y que la pandemia, además, habría conseguido inculcarnos valores importantes, valores tan fundamentales para la sociedad actual como pueden ser la solidaridad o el sentido común.
Pero no era así y se comprobó de inmediato que mucha gente sigue tentada a saltarse la cola. Ahora, las personas que se vacunan a hurtadillas, de espaldas al protocolo establecido, las que roban la vacuna a los más vulnerables, las que han abusado de su cargo político o jerárquico, en la iglesia, el ejército, la consejería o el ayuntamiento, deben dimitir o ser cesados de inmediato. Y debemos de obligarles a irse ya, no solo por ser unos corruptos o por su falta de ética y de pudor democrático, sino fundamentalmente porque no son el tipo de personas que queremos como responsables de lo público. Han demostrado que para ellos lo público, lo de todos, está muy por detrás de sus propios intereses. Quitarlos de ahí quizás sea la única forma de ayudar a encontrar una vacuna moral que nos inmunice contra esta pandemia impúdica del sálvese quien pueda que ataca a nuestra sociedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario