Creo que nunca llegué a ser un alumno brillante pero, tanto mis profesores como mis padres decían que era un buen estudiante. La única asignatura que suspendí en seis años de bachillerato fue la Filosofía. El huesudo Pepito Gayoso quiso estar a la altura de su tío don Froilán (que además de cura, catedrático de latín y director del instituto era el terror de los alumnos) y se empeñó en calificar con un injusto 4 el buen examen final que hice comentando el mito de la caverna de Platón. Nunca me perdonó que le hubiera pasado el examen a un compañero (al que, por cierto, aprobó).
A pesar de que mi vida ha ido circulando por otros derroteros académicos, cada vez que hoy levanto una piedra encuentro más sentido filosófico a la vida y voy ensanchando su contenido, que ya abarca todo lo que nos ayuda a comprender el valor de lo que no tiene precio. La verdadera amistad, el amor incondicional, los placeres, el embrujo del arte o la belleza íntima del ser humano. Quizás es filosofía la que acentúa nuestro interés por entender el mundo. Aprecio cada vez más la importancia de la mirada filosófica y la extiendo por los rincones más insospechados porque pienso que ayuda a valorar el peso de todas esas cosas importantes que no cotizan en la bolsa de los mercados de consumo.
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