Cada legislatura una nueva Ley de Educación. En 40 años llevamos 8. No parece determinante saber si los alumnos necesitan una hora más de Matemáticas a la semana, si es conveniente que terminen sabiendo un poco más de Geografía o si es suficiente la competencia lingüística que adquieren en Lengua. Lo que se cocina detrás de todo eso es la perpetuación de un sistema educativo que tiene los días contados porque el mundo ya no es lo que era. Nunca se plantea una reforma para formar ciudadanos más dialogantes o más reflexivos, que es precisamente lo que necesitamos para que mañana el planeta subsista. Insistimos absurdamente en el manejo de una serie de herramientas obsoletas, que no son capaces de favorecer la necesaria alfabetización relacional de la población, ni de mejorar la interacción entre los hombres y las mujeres de este mundo intercomunicado. Ni la inteligencia artificial ni los robots nos llevan hacia mentalidades más universales, menos localistas. No tiene sentido enredarse en si hace falta una hora más de matemáticas, hay que avanzar en un proceso de aprendizaje global enfocado hacia ese nuevo mundo que nos empuja. En todas partes, en la escuela, en casa y en el Congreso urgen más clases diarias de empatía, de cooperatividad, de inteligencia emocional, de educación ciudadana, de responsabilidad social, de emprendedurismo colaborativo, de creatividad y de fomento del pensamiento crítico, porque todavía estamos lejos del aprobado. No debemos entretenernos en estudiar cómo seguimos enseñando lo mismo que hace 40 años, no hay que reformar la fachada, hay que zarandear los cimientos. Es imprescindible revolucionar la Ley de Educación para afrontar la realidad actual incluyendo nuevas asignaturas: Educación cívica, Formación global, Ecología y sociedad, Tolerancia cero, Responsabilidad con el planeta, Maltrato animal, Respeto a la diferencia, Conciliación y desarrollo, Espíritu colectivo, Desigualdad sexual y otras, materias fundamentales cuyo dominio es la clave del éxito para progresar hoy adecuadamente en nuestro día a día.
Un rincón amigo en el que ir soltando pensamientos variados, desvaríos circunstanciales y otras tonterías mil, al objeto de ahorrame la pasta gansa que, de no ser por este refugio, tendría que pagarle al psiquiatra
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