En el prólogo de "Fotos escritas a mano. El lenguaje de la imagen", Jesús Trello, un arqueólogo sabio que dedica su vida a hablar con las piedras decía que yo, con mi cámara, conectaba con el alma de las cosas y la retrataba, un piropo exagerado por el cariño que me tiene, pero sin duda el mayor halago que se le puede hacer a cualquiera. Acercarse a las cosas y despertar su esencia es propio de los dioses. En el mundo de las prisas tendemos a reducir las cosas a simples objetos, utensilios que manejamos a nuestro antojo según su utilidad, bienes materiales cuyo destino no es otro que ser sustituidos por otros con mayor pragmaticidad cuando llegue el momento. Estamos perdiendo la posibilidad de disfrutar de la importante carga inmaterial de las cosas materiales. No hay duda de que esos objetos de los que nos rodeamos están cargados de resonancias personales, familiares y sociales que por desgracia tendemos a ignorar. Por mucho que ese dios adorado llamado dinero nos incite a menospreciar la resonancia afectiva de las cosas, por mucho que quiera reducir su valor a su precio de mercado y por mucho que nos invite a desposeerlas de su singularidad, las cosas tienen alma.
Un rincón amigo en el que ir soltando pensamientos variados, desvaríos circunstanciales y otras tonterías mil, al objeto de ahorrame la pasta gansa que, de no ser por este refugio, tendría que pagarle al psiquiatra
miércoles, 20 de abril de 2022
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