jueves, 11 de junio de 2020

Se busca un nuevo caudillo

Es preocupante. La ultraderecha, hasta ahora marginada, se ha ido adueñando de parcelas cada vez más notables de la política española y europea. Concretando, en nuestro país era hasta hace poco impensable que un partido tan radical como Vox tuviese cabida. Posiblemente la situación de la que hoy puede presumir esté muy propiciada por los movimientos llevados a cabo por los partidos democráticos de la derecha política (y más concretamente por el PP). Casado ha visto como Vox le ha ido robando clientela y su reacción ha sido la de radicalizarse tanto o más que su compañero político. Si alguien no hace mucho hubiera vaticinado que la extrema derecha tendría cabida en la política de nuestro país no nos lo hubiéramos creído. Estábamos orgullosos de que nuestra madurez, el respeto y la consideración del adversario político, lograrían que todo extremismo quedase fuera del tablero y arrinconado en nuestro planteamiento democrático. Pero lo cierto es que hoy se ha extendido la maldad en el hemiciclo hispano, ha bastado extender el discurso del odio para infectar el debate público y generalizar la idea de que todos los políticos son iguales para que se afiance entre la ciudadanía el convencimiento de que es imprescindible un caudillo que nos salve del desastre. Ya no resulta fácil distinguir entre los pronunciamientos de Vox y los del PP. Y lo más trágico es que tanto Abascal como Casado litigan   para disputarse ese dudoso título de redentores de la patria y ya se solicita abiertamente un golpe de estado. Para salvar al país hay que acabar con Sánchez y este gobierno socialcomunista, que ya nadie recuerda hemos elegido democráticamente (aunque eso ahora sea ya lo de menos).

martes, 9 de junio de 2020

Se acaba el peligro, empieza el desastre

Ya hemos vuelto a la anormalidad. Desgraciadamente esta locura hacia la que caminamos como locos es la ansiada nueva normalidad, una vuelta terca al desatino, a la barbarie cotidiana. Ilusos pensamos al arrancar la cuarentena que el virus podría recomponernos, que tendríamos la suerte de volver a sacar a relucir las mejores esencias del colectivo social, pero pronto han quedado atrás aquellos impulsos iniciales de sensatez, aquellos arranques de sensibilidad, aquel convencimiento de que vivíamos un rebrote de la solidaridad sepultada, un interés espontáneo en aplaudir a nuestros sanitarios y en llorar en silencio a nuestros cercanos perdidos. Todo se ha diluido.

Se acabó el miedo y ahora empieza lo peor. En cuanto se han vaciado las Ucis las calles se han llenado de gritos desaforados, de banderas agresivas y de cacerolas arrojadizas. El silencio de la reflexión se ha roto estrepitosamente con las furiosas acusaciones cruzadas en busca de asesinos  culpables. Le hemos dado una vuelta radical a la sensatez inicial y así nos hemos alejado de la realidad, de la gente necesitada de ayuda para superar el trance. Del manifiesto deseo de no dejar a nadie atrás que ocupaba hasta hace poco buena parte del interés general y todas las horas de nuestros dirigentes, hemos tenido que pasar a centrar nuestra atención en el ruido de sables que se escucha cada vez con más fuerza por todos los rincones.

Vuelve la política triste. Casado acentúa sus ansias por sacar a toda costa rédito político de los muertos del coronavirus acusando al Gobierno de mentir y responsabilizándolo de la crisis. Con la máxima de acabar con un gobierno ilegítimo alimenta alocadamente la fiebre de sus correligionarios diciendo que es una oportunidad que no se puede dejar pasar para liquidarlo. Vox aprovecha la tensión del momento para calentar más el despropósito reinante arrojando gasolina al fuego de la insensatez y a través de una encuesta abierta en una página web pregunta a sus lectores si creen que "el rey debería disolver las Cortes, convocar al Ejército y tomar el mando". Gracias a ellos ya no nos podemos ocupar de lo que nos preocupa. Nos han liado para que desconectemos de la gente que espera que se le ayude a superar la catástrofe que se le viene encima y pasemos a centrar toda nuestra atención en darle vueltas a lo que interesa a esos afortunados que no van a tener que sufrir las consecuencias del confinamiento y la pandemia. Se acaba el peligro, empieza el desastre.

domingo, 7 de junio de 2020

Manipulación malintencionada

En medio de la pandemia surgen voces alarmadas que, vigilantes, nos alertan de que el Gobierno (?) ha aprovechado las trágicas circunstancias que vivimos para instalarnos en los móviles sin que nos demos cuenta, de manera sibilina y con total alevosía, una aplicación que nos vigile, un Gran Hermano camuflado que dará cuenta de todos nuestros movimientos, que hará públicos nuestros intereses, un espía permanente de nuestras opiniones y nuestras amistades. Es muy cierto que cada día es más visible nuestra intimidad, aunque lo es fundamentalmente porque nosotros damos permiso para que se conozca cuando pulsamos un "acepto" en el móvil. Pero también en este caso son precisos matices. Hay mucho alarmismo malintencionado alejado de la realidad.

Es verdad que los teléfonos se están ahora actualizando de forma automática para que se pueda instalar una aplicación de rastreo de personas contagiadas por Covid-19. Lo que sin nuestro permiso nos han instalado (como el resto de las actualizaciones automáticas) es para que en el futuro nuestro móvil pueda avisarnos si entramos en contacto con alguien con coronavirus. Esto no significa que se esté instalando una app nueva, sino que se está actualizando el sistema operativo para que pueda utilizar posteriormente esta aplicación. En su momento, Google y Apple se comprometieron a trabajar para que en los móviles pudiese funcionar una aplicación de este tipo. Estas apps funcionan por bluetooth y había que hacer algunos cambios para poder llevarlo activado y funcionando constantemente sin que se agotase la batería (entre otras cosas). No han creado una aplicación para hacer el rastreo de contactos, han hecho una actualización del sistema operativo para que los que desarrollen esa aplicación sepan que los móviles la van a poder utilizar. Para que esa actualización que se está instalando en nuestros teléfonos sirva para algo se necesita una aplicación. Una vez actualizado el móvil, el usuario decidirá voluntariamente si quiere instalarla y utilizarla.

Pero dicho todo lo anterior, no es menos verdad que una vez lo hagamos, alguien que maneje los derechos de la aplicación (en principio las autoridades sanitarias del país) tendrá conocimiento de los pasos que todos hemos estado dando y de las relaciones que hemos mantenido. Big brother is watching you.

viernes, 5 de junio de 2020

Libertad o intolerancia

Borrón y cuenta nueva. Atrás quedan los noticiarios llenos de calles vacías, los intentos solidarios por doblegar una curva ingobernable, la falta de EPIs, las PCRs y la angustia de unas UCIs desbordadas. Ya no nos persiguen las carreras decisivas a vida o muerte, los rostros desencajados, la falta de aire sin respiradores o la lucha despiadada por las camas. A lo lejos palidecen ya las gestas épicas del reciclado Ifema, se desdibujan los ancianos residentes abandonados a su suerte y pierde brillo el macabro palacio multiusos de hielo, mientras se apaga poco a poco la heroicidad de los ignorados cotidianos y el entusiasmo de  los descomprometidos aplausos vespertinos. Por fin hemos superado la desescalada y las desfasadas peleas por las fases. Muchas imágenes quedan por suerte atrás aunque por desgracia se queden con nosotros para siempre.
Ahora ya no es entonces. Es otro tiempo, un tiempo que invitaría a la reflexión camino de una nueva (a)normalidad que no sabemos qué encierra, un momento propicio para el análisis silencioso inmersos en la duda de un futuro prometido que apunta incierto. Pero no, no estamos ahí. Caminamos aturdidos y deprisa hacia la nada, desbordados, enloquecidos, dando gritos, zancadilleando a los que van a nuestro lado para que no lleguen a no sabemos dónde, con tirones descarnados de uno y otro lado que vaticinan siempre perdedores. Sin sentido.
No hemos conseguido asumir que la madurez no la proporcionan los años ni los cargos, únicamente la adquirimos con la capacidad para adaptarse a los cambios. La sensatez y la inteligencia pasan por  olvidarse de las rigideces conceptuales y el estatismo. La verdadera libertad consiste en desechar las verdades absolutas porque la adaptabilidad a los cambios constituye la virtud clave para conseguir hacer avanzar la sociedad actual. Y está claro que escasea. Se comprueba a diario en el Congreso. Se entiende que para algunos políticos sea una virtud complicada de incorporar a sus temperamentos después de haber sido educados durante años en la intolerancia, el dogmatismo y la intransigencia. Pero no tienen más remedio que aplicarse.
Este tiempo nuevo se aventura nuevamente complicado.

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...