La misión era ciertamente delicada aunque poco peligrosa. Un intruso sospechoso se había atrincherado en una esquina del riñón izquierdo y amenazaba con llevar a cabo una masacre. Lo mejor en estos casos, lo que aconsejan los cánones, es proceder a su embolización aunque ya en el desarrollo de la operación nos dimos cuenta de que no era necesario. Con una arterioriografía bien diseñada comprobamos que en su ubicación no podía recibir apoyo sanguíneo externo y terminaría por rendirse. Caso cerrado, operación concluida. Celebramos con alborozo el éxito de la intervención. Cuando nos replegábamos con el liberador parte médico de alta en la mano, una inesperada avalancha prostática nos ataca por la espalda y sin darnos tiempo a reaccionar se hace por sorpresa con nuestra uretra. Una violenta obstrucción urinaria se desata al instante. Estamos perdidos, no hay salida, la situación es tensa. No tenemos más remedio que pedir refuerzos. Cuatro audaces enfermeras bien armadas y un diestro urólogo acuden en nuestra ayuda. Realizan un estratégico sondaje de emergencia que nos libera de la angustiosa presión enemiga. Por suerte salimos esta vez airosos de la barriobajera emboscada prostática, pero está claro no se puede bajar la guardia. A estas alturas hay que andar con mucho tiento cuando uno tiene que moverse por los bajos fondos.
Un rincón amigo en el que ir soltando pensamientos variados, desvaríos circunstanciales y otras tonterías mil, al objeto de ahorrame la pasta gansa que, de no ser por este refugio, tendría que pagarle al psiquiatra
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