
No cabe duda de que la investidura pone fin a una época incierta y que el desbloqueo tranquiliza, pero el panorama que se avecina es desolador. La sensación que nos queda a los que vemos la política desde fuera del hemiciclo es que las dos Españas son ahora mucho más evidentes que en la época del bipartidismo. La distancia PSOE-PP era entonces mucho menos abismal que la que existe entre los bloques actuales. Por eso lo que viene es muy complicado. El llamado tripartito de la derecha va a intentar que los socialcomunistas y sus aliados separatistas, golpistas y proetarras no consigan dar ni un paso, les van a poner zancadillas hasta para subir a sus escaños. Por su parte, el gobierno tiene muy difícil evitar que el clima bronco de crispación que se ha dejado ver en el Congreso irradie sus efectos ejemplares y se traslade a la calle. Así, la legislatura puede convertirse en el choque continuo de un bloque contra otro para conseguir que la mitad de España se imponga a la otra mitad. Y no es de eso de lo que trata la política. Alguien puede pensar que la forma de poder entenderse en el futuro pasa por amordazar a la mitad de los ciudadanos, pero no parece la mejor solución.
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