La gente se echa las manos a la cabeza por la elevada tasa de letalidad del coronavirus en nuestro país. Ha habido errores en las decisiones adoptadas, pero me indigna que se diga que es porque en España no tenemos ni idea, lo hacemos todo fatal, somos muy torpes y este país no tiene arreglo. No me parece serio. Uno de los factores a tener en cuenta (y no tiene mucho que ver con nuestra inteligencia o con nuestra mediterránea esencia anárquica), es la composición demográfica de la población. Los ancianos son más vulnerables al Covid-19 y esto explica una mayor tasa de mortalidad en nuestro país (o en Italia) que en otros. Pero no es válido para compararnos con Alemania, con una composición demográfica similar a la nuestra y una tasa de mortalidad mucho menor (un 3,3% frente al 10,4% de España). Para explicar lo del milagro alemán tiene que haber otras razones y "haber, haylas". Una, nada despreciable, es la del personal, los servicios sanitarios y las dotaciones de material disponibles. Mascarillas, batas, guantes, respiradores o camas en las unidades de cuidados intensivos juegan un papel fundamental. Y en este aspecto claramente nos ganan. Alemania destina a Sanidad el 9,58% del PIB mientras que en España (con un PIB mucho menor) es del 6,26%, después de haber caído un 1,7% entre 2009 y 2017 (unos 13.000 millones de euros menos, que no es poco dinero). Nuestras mayores tasas de mortalidad y de propagación del contagio tienen mucho que ver con que en España el gasto público sanitario sea mucho menor que el de Alemania y esté entre los más bajos de Europa, un problema que se ha acentuado gravemente a causa de los recortes que los gobiernos anteriores, fieles a su ideología neoliberal, adoptaron para salir del crack provocado por la crisis financiera de 2008. No, no es que seamos más torpes ni más tontos que el resto del mundo, es que hemos tenido dirigentes políticos que entendieron en su momento que el gasto en Sanidad costaba mucho dinero a los españoles y no quisieron escuchar a las mareas blancas de médicos y enfermeras que al grito de "¡Los recortes matan!" trataron en la calle de evitar el desastre que se nos venía encima. Ahora parece que todo el mundo ha comprobado en sus carnes que sí matan.
Un rincón amigo en el que ir soltando pensamientos variados, desvaríos circunstanciales y otras tonterías mil, al objeto de ahorrame la pasta gansa que, de no ser por este refugio, tendría que pagarle al psiquiatra
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