Vivimos en la era de lo útil, lo positivo es lo único que vale. Hay que aprovechar el tiempo, ocuparlo, llenar la agenda con citas, reuniones y visitas de todo tipo, pero no nos preguntamos en ningún momento el sentido de tanta actividad. Simplemente entendemos que estamos obligados a hacer cosas, sean cuales sean.
Vivimos deslumbrados por la ilusión de creer que tenemos muchas cosas que nos mantienen en marcha. No importan los costes, no importa el precio que tenga que pagar tu dignidad o que tengas que alterar tus convicciones, ni el daño a terceros que se produzca, lo único que importa es que tenga un sentido tu vida, que sigas adelante sin preguntarte por qué. La realidad es que no vamos a ningún lado, no hay un destino, no tenemos misiones que cumplir, no hay actividades que estemos obligados a hacer.
Lo curioso es que los momentos que recordamos son los más inútiles. Aquella puesta de sol en invierno, la sonrisa que nos cautivó de quién no conocíamos, el abrazo inesperado, la comida con la que tanto disfrutamos, el amor no correspondido o el beso de aquella niña perdida en el parque. Lo que deja huella imborrable en el alma no es lo útil, es justamente lo menos rentable, lo intrascendente, aquello a lo que no le habíamos prestado atención, lo que surge, lo poco positivo, lo banal. Al final, si buscamos lo que nos hace felices lo vamos a encontrar entre los momentos inútiles de nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario