Ayer me he dado cuenta. Al fin he encontrado la causa de mi malestar reciente, la razón por la que no estoy de acuerdo conmigo mismo, el porqué de mi cabreo permanente: En el móvil tengo un virus-camello, un desaprensivo virtual que no hace más que acuciarme, empujarme, incomodarme a todas horas para que compre mierda. Que contestes ya al WhatsApp, que hoy no has andado lo suficiente, que te ha llamado tu cuñado, que no has entrado hace tres días en Facebook, que este jueves están de rebajas en el centro comercial, que tu ex ha colgado otra foto en Instagram…. No me deja respirar, no tengo tiempo para nada, me está creando una dependencia total. Estoy permanentemente cabreado porque de un tiempo a esta parte percibo que ya no tengo ocasión de estar solo ni me encuentro a gusto conmigo mismo o con otras personas que merecen mi atención, por culpa de estas dependencias virtuales.
Estoy intoxicado. Ya no tengo ninguna duda de que los móviles vienen con troyanos camuflados que nos roban parte de nuestras esencias. Sin darnos cuenta se apoderan poco a poco de nuestra vida. Al final nos anulan la voluntad y no sabemos negarnos al encanto nocivo de las nuevas aplicaciones que nos ofrecen. Los móviles limitan radicalmente esa maravillosa oportunidad de desperdiciar nuestro tiempo cuándo y cómo lo creamos oportuno, sin angustiarnos ni sentirnos culpables. Debería de enseñarse en los colegios el riesgo que se corre aceptando la droga que nos ofrecen los móviles en pastillas apps. Todas llevan burundanga camuflada que reduce la voluntad de las personas que están bajo sus efectos.
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