Hoy la alarma de la bomba de perfusión (¡vaya nombre para un cacharrito cuya misión es administrar medicamentos!) me despertó con una inoportuna estridencia sonora a las 06:19 para anunciarme que ya había terminado de inyectarme los antibióticos. El día se veía lejano todavía. Desde mi cama, la ventana de la habitación hacía las veces de marco para una pintura emborronada de grises. Me molestó aquella temprana agresión sonora aunque pensé que no me resultaría complicado recuperar el sueño. Pero no fue así.
Por suerte poco a poco comenzó a dibujarse el nuevo día y yo a maravillarme ante el espectáculo único de ver cómo el sol va desperezando los colores uno a uno para que cada cual se disponga a ocupar su lugar en la obra que va a estrenar. (“Tú enciende el sol, tú tiñe el mar, tú descorre el velo que oscurece el cielo, y tú, ve a blanquear la espuma y la nube, la nieve y la lana, y tú, conmigo a cantar la mañana“).
La escena se enriquecía con tonos cada vez más intensos y el panorama, con la inclusión de madrugadores trinos delicados, fue adquiriendo un tono sagrado de música celestial para anunciar el estreno de la nueva mañana. Un lujo, una maravilla.
Me quedé algo aturdido pensando que estamos tan ocupados con nuestras rutinas, con nuestras preocupaciones diarias que nos olvidamos de levantar la mirada y disfrutar de la inmensa belleza gratuita que nos rodea.
Entró la doctora en la habitación para confirmarme que el tumor que obstruía el paso de la bilirrubina había sido el causante de mi envenenamiento. Por suerte yo ya había descubierto que mañana Serrat también tendrá en cuenta mi tumor cuando ponga a todo el mundo en movimiento para que pueda nacer un nuevo día. Me lo dijo él personalmente: "Todo esta listo, el agua, el sol y el barro, pero si falta usted no habrá milagro". Y yo a Serrat le he creído siempre. No faltaré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario