Puede parecer extraño pero desde que sé que tengo cáncer veo mejor. Ahora he comprobado que sin apenas darnos cuenta las rutinas van produciendo un estrés visual en el alma y esta neuralgia anímica nos empaña tanto la visión del día a día que hace imperceptible lo bueno, lo justo y lo bello que siempre encierra lo cotidiano.
Sin embargo, desde que te anuncian que tienes un cáncer todo lo que transcurre a tu alrededor se hace más intenso, más definido, mejora notablemente la agudeza visual de las entrañas. A partir de ahí despejas con facilidad las dudas, esquivas lo que carece de importancia, percibes en toda su intensidad la forma, el volumen y el color del cariño que te rodea, te das perfecta cuenta de las cosas que tienes que sortear porque te entorpecen y no te interesan, enfocas con nitidez las labores que te ocupan y recuperas definitivamente el gusto por lo sencillo. Es como si con la fatídica noticia viniesen de regalo unas gafas graduadas para tus sentimientos más íntimos. Yo al menos, tanto de lejos como de cerca, veo mucho mejor. Es como si me hubiesen operado el corazón de cataratas.
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