La pancarta lo dice todo. A estas alturas del siglo XXI seguimos igual, la ignorancia y la falta de ética no han dejado de campar a sus anchas y la barbarie de la extrema derecha no ha dejado de amenazar y corromper los valores morales de la convivencia. ¿Cómo es posible que en una época en la que la ciencia y la razón disponen de la máxima capacidad de divulgación sigamos viviendo en un mundo dominado por la falsedad, el aturdimiento, la imposición, el negacionismo o la superstición? ¿Cómo es posible que en la era de la intercomunicación global la sensatez y la cultura se eclipsen mientras las ocurrencias malvadas y los productos comerciales más banales se adueñan de la esfera pública? ¿Cómo es posible que cuando todo el mundo tiene a su alcance la razón científica continuemos asistiendo sin inmutarnos a agresiones, despropósitos y descalificaciones banales? En las políticas educativas impulsadas por la extrema derecha el conocimiento, el raciocinio y la ciencia se ven desbancados por la superstición religiosa, las morales arcaicas y la mal llamada tradición. Hoy no vale enarbolar banderas alternativas para mejorar la ética o lograr la liberación de la ignorancia. Hoy, como ayer, la herramienta útil para eliminar el arma de destrucción masiva de la estupidez y el fanatismo es la educación. Invertir en educación es la única política seria que conseguiría que la ciencia y la razón subordinasen al fanatismo e imperasen en la sociedad.
Un rincón amigo en el que ir soltando pensamientos variados, desvaríos circunstanciales y otras tonterías mil, al objeto de ahorrame la pasta gansa que, de no ser por este refugio, tendría que pagarle al psiquiatra
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