No conocemos las últimas intenciones del maldito bicharraco este, pero lo cierto es que de momento nos ha zarandeado seriamente, ha conseguido poner en evidencia la vulnerabilidad de los cimientos en los que se sustentan nuestras sociedades. Sin demasiadas complicaciones ha logrado demostrar que esa solidez de la que alardeamos es pura apariencia, que la estabilidad de nuestro sistema es ilusoria y que el andamiaje que sostiene nuestras vidas es totalmente precario. Nos mantenemos en equilibrio mientras estamos en movimiento, en el momento que nos paramos nos caemos. Estamos encantados con lo bien que vivimos, con nuestro estatus, con nuestra seguridad cotidiana, con la consistencia de nuestras familias, pero una alteración insignificante nos destroza el chiringuito. Algo tan cándido como que los niños se tengan que quedar en casa unos días fuera del período vacacional y sin poder tirar de los abuelos nos descoloca y complica seriamente nuestro transcurrir. No sabemos ni qué hacer con ellos. Llevamos una vida inconsistente, armada en base a unos parámetros muy endebles. Sólo cuando las circunstancias nos obligan a aparcar nuestra actividad laboral nos percatamos de que hay vida más allá de las rutinas, más allá de los centros de trabajo, una vida que no sabemos manejar y de la que se nos ha perdido el manual de instrucciones. Nos vamos dando cuenta ahora de la fragilidad de nuestro sistema social y nos asombrarnos de la precariedad existencial en la que vivimos. En estas circunstancias en las que parece no existir un futuro sólido, los conceptos se tambalean y somos conscientes de que nuestras vidas, en otros momentos aparentemente consolidadas, penden siempre de un hilo muy delicado.
Un rincón amigo en el que ir soltando pensamientos variados, desvaríos circunstanciales y otras tonterías mil, al objeto de ahorrame la pasta gansa que, de no ser por este refugio, tendría que pagarle al psiquiatra
domingo, 29 de marzo de 2020
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