Llevamos tres días de aislamiento, tres días en estado de guerra descarnada contra el virus. Por ahora la gente lo lleva bien o relativamente bien, aunque muchas personas tienen dificultad para adaptarse a esta nueva vida de extraño recogimiento, en la que pocos están entrenados. Se ha trabajado mucho y bien el tema de la concienciación, se han introducido términos bélicos y solidarios para conseguir objetivos, nos han inculcado que se trata de una batalla dura en la que nos jugamos la supervivencia, a la que nos presentamos como voluntarios forzosos para vencer entre todos a un enemigo peligroso. Se ha extendido entre la población el convencimiento de que la gran hazaña que vamos a protagonizar consiste en dejar que pase el tiempo y mientras tanto lavarse frecuentemente las manos, que en esta ocasión el heroísmo consiste en estar tranquilamente en casa y que la estrategia bélica más eficaz que vamos a poner en marcha para lograr la victoria consiste en no acercarse a nadie a menos de un metro. La gente está dispuesta a luchar, hay pocos desertores. Parte del programa incluye que vitoreemos diariamente desde la retaguardia a los que combaten por nosotros en primera línea (personal médico y de enfermería, fuerzas armadas, intendencia). Por ahora todo funciona. Hay que dejar que pase un poco de tiempo y que empiecen a flojear las fuerzas para comprobar con qué animo se afronta el tramo final — presumiblemente complicado— hasta lograr la rendición definitiva del enemigo.
Un rincón amigo en el que ir soltando pensamientos variados, desvaríos circunstanciales y otras tonterías mil, al objeto de ahorrame la pasta gansa que, de no ser por este refugio, tendría que pagarle al psiquiatra
martes, 17 de marzo de 2020
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