Desgraciadamente la palabra amistad se usa con poco rigor, tendemos a banalizar su significado más profundo y la utilizamos con una ligereza que confunde su sentido. Hoy, que se da carácter de sólido a todo lo superficial, lo ligero, lo intrascendente o lo instantáneo, salimos a tomar unas cañas con alguien, nos reímos, nos caemos bien y ya consideramos que somos amigos. Pero la amistad, como otras tantas cosas que importan en la vida, hay que cocinarla con mimo y a fuego lento. Un amigo no es un compañero ni un colega, un amigo es aquel del que aprendes a ser mejor, al que acudes cuando necesitas calor, un refugio seguro.
Cuando la vida se retuerce, cuando los días amargan y las desdichas acechan eres más consciente de cómo sientes a la gente que te rodea. Yo siempre he estado convencido de que tengo una gran fortuna por estar rodeado de amigos de oro, amigos apasionados de lo bello, de lo justo y de lo honesto, amigos con los que me gusta compartir, aliarme, amigos a los que admiro por su forma de entender la vida, pero sobre todo amigos que me hacen crecer con sus palabras de aliento y amigos cuyo cariño hace que la adversidad sea menos cruel. ¡Os quiero, amigos!
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