viernes, 24 de mayo de 2024

Dos viejos locos


 Lo temí desde el primer día que nos la presentaron, sabía que al final ibas a sucumbir. Mira que nos lo curramos los dos, lo hicimos todo para huir de su intenso acoso. Creo que los dos sabíamos desde aquel día de abril que nos comunicaron que la "colangi" te rondaba, que la tarea de mantenerla a una prudente distancia iba a ser costosa. Recuerdo que Iñigo Galmés, el maravilloso urólogo que te trataba de esas cosas que padecéis los viejos, locos o no, cuando llegáis a cierta edad, me escribió un mail diciéndome que la cosa era muy chunga, que la "colangi" era voraz y que él no sabía si eras consciente de lo que se nos venía encima. "Llega un momento que cuando uno le ve las orejas al lobo quiere hacer cosas que a lo mejor no ha hecho todavía porque no ve lo que se le avecina". 

Yo tenía muy claro que tú eras -y espero que allá donde estés lo sigas siendo- un chico inteligente, que a buen seguro te temías las crudas intenciones de esas cabronas células . De igual manera sabía que no ibas a hacer nada especial; si, por supuesto, tenías muchas cosas pendientes, tu cita semanal con las fantasías del viejo loco, tu deseada vuelta a África, pero ya empezaba a haber claros indicios de que el cuerpo no te lo iba a poner nada fácil; en cuanto a esas otras cosas que tanto le preocupan al común de los mortales, como testamentos y últimas voluntades no te robaban ni un minuto de tu preciado tiempo. Así es que se lo dije muy claramente a Iñigo: "No sé lo consciente o inconsciente que es acerca de la situación, lo que sí sé es que no voy averiguarlo". Sinceramente no sé lo que se le pasaba por la cabeza, a pesar del gran amor que sentía, siento y sentiré tenía mil dudas sobre lo que rondaba por su mente. Podía ser que viera la cosa tan cruda como era y no quisiera asustarme, seguramente iban por ahí los tiros.

Mi viejo loco no era un mentiroso, pero cuando decidía "actuar", su interpretación era merecedora como poco de un Goya. Recuerdo que el 2 de abril de 2023 cuando fuimos a urgencias de la Clínica Moncloa lo metieron rápidamente en un box y a mí me dijeron que me quedara fuera. "No se preocupe, ya la llamaremos". Dos horas después y con un empacho de malos pensamientos, entré en el box y me dirigí a la cama donde estaba mi chico. Tenía un aspecto estupendo: "Me tengo que quedar, me han hecho mil pruebas, tengo todo bien, pero hay que ver la causa de esta avalancha de bilirrubina  que anda de expedición por mi cuerpo". ¿"No se comunicó el médico contigo? Te estuvo buscando". Pues no, el doctor no se había comunicado conmigo pero yo sí que me iba a comunicar con él. Efectiva y afortunadamente la mayoría de sus vísceras estaban en buen estado, pero... tenía un tumor en las vías biliares. Faltaba ponerle nombre y apellidos a ese tumor. La cara del galeno no presagiaba nada bueno. Yo estaba asustada y cabreada. ¿Por qué José no me decía las cosas tal cual eran? ¿Pudiera ser que el médico no le dijera a él lo del tumor? Parecía poco probable. De entrada pensé en dejarme llevar por mi parte más impulsiva y ponerle las cosas claras a mi Josito. Esto teníamos que vivirlo y sufrirlo juntos, sin ocultarnos nada. Pero... ¿y si resultaba que el doctor no había querido asustarle hasta saber la categoría del tumor y yo iba a cagarla? Decidí quedarme con la duda.

Un día que estábamos los dos en la habitación, le llamó Raquel, su adorada Raquel, la estupenda internista que le atendía. Hablaron largo y tendido, bueno, él apenas habló, pero yo sospechaba que no era nada bonito, vamos estaba convencido de que le había dado su sentencia de muerte. Raquel es una persona tan sensible como sincera, no te dice que te vas a morir pero te dice que ha llegado el momento de que hagas un balance de tu vida y que pienses que en realidad muchos de los que se han ido y han vuelto dicen que es un tránsito muy agradable y que nosotros somos unos privilegiados porque hemos tenido una vida muy bonita e intensa. ¿Perdooona? 

El día que Raquel nos dijo esto, debíamos llevar ya un mes en el hospital y la cosa estaba bastante delicada. Josito se quedó como si le hubieran puesto un Orfidal en vena, a mí me entró una cagalera de lágrimas imparable. A las doce de la noche Raquel me mandó un guasap e intentó tranquilizarme. "Creo que me he pasado con las palabras, pero estoy segura de que sabréis reconducir la situación".

Son las 6:45 de la madrugada y me está entrando el sueño. La cama sin Josito se me hace demasiado grande y de vez en cuando me voy al sofá a ver si ahí encuentro a mi adorado viejo loco. Me despido de vosotros con un ¡Hasta luego!. Sé que no es lo mismo un viejo loco que una vieja loca. O eso al menos pensaba mi relativo tío Camilo José Cela. "Lo peor de la vejez es que uno pierde la vergüenza", me dijo  hace unos cuantos años. Quizás -apunté yo- uno se vuelve desvergonzado por aquello de la cercanía de la muerte."¡Ay, que bonito, un viejo desvergonzado! Además fíjate, los hombres cuando envejecemos somos venerables ancianos y las mujeres sois unas brujas... Es que eso de ser mujer es terrible, ¿no?"

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