martes, 31 de diciembre de 2019

Desinfoxicándose

Antes no lo hacía. Quizás por miedo a quedarme fuera, a no estar al tanto de algo importante, a desactualizarme, a perderme alguna cuestión de interés general de la que había que estar enterado. ¡Valiente tontería! Llevo ya algún tiempo entrenando esto de la desinformación selectiva y me gusta. En algún momento me di cuenta de que era incapaz de procesar el exceso de información, que la avalancha de comunicaciones saturaba mi capacidad de atención y decidí desinfoxicarme. Decidí desintoxicarme de tanta información innecesaria. Ahora me escucho un poco más a mí mismo y me entero mejor. Con esta nueva teoría que practico parece que se me atascan menos las tuberías, me siento más ligero, incluso me da la impresión de que he adelgazado. ¡Claro! No tengo que llevar a cuestas todas las estupideces con las que adornan los espacios televisivos los llamados tertulianos, ni se me llena la cabeza con las elucubraciones intencionadas de los columnistas en los diarios, ni tengo que estar atento al sonido del whatsapp para conocer los pormenores cotidianos de cada uno de los integrantes de cada uno de los chats de mi móvil. Me sentía rehén de lo instantáneo, estaba realmente infoxicado. Estoy seguro que esa intranquilidad inmediata que a todos nos asalta al sentirnos desconectados es producto de una adicción artificial que nos crean para manipularnos, una droga dura que nos regalan para apoderarse de nosotros. Ahora me siento mejor y busco justificación a este estado de satisfacción ante la desinformación que me voy creando, busco razones íntimas para entender esta sensación de liberación que tengo por el alejamiento del mundo global. Pienso que, o bien la sabiduría no es saber todo sino saber lo que nos interesa y saberlo mejor (¿eso supondría que ahora soy más sabio?), o bien ya he superado el síndrome de abstinencia de aquel caudal desmesurado de información multipantalla que me metía diariamente y eso significaría que estoy consiguiendo desinfoxicarme

domingo, 29 de diciembre de 2019

El frío de la edad

Con la edad los cuerpos tienen más frío. Parece que el termostato corporal funciona de otra manera según vamos arrancando páginas del calendario vital. Conforme nos hacemos mayores preferimos las camisetas de manga larga y nos va gustando más sentarnos en un banco al sol que caminar bajo la lluvia o a la luz de la luna, como hacíamos antes. Con los años preferimos estar bien abrigados, la sopa calentita, el día a la noche y mejor que esté un poco más alta la calefacción. Por regla general tenemos más ansias de calor y de sol. Se ve que la temperatura tiende a disminuir con la edad. Por eso durante los meses de otoño e invierno, con menos horas de luz, nos sentimos más irritables y se incrementan las sensaciones de tristeza y de ansiedad en las personas mayores. Al hacernos mayores las cantidades de vitamina D que precisa el cuerpo no tenemos ya posibilidad de conseguirlas tan fácilmente. La inadecuada absorción de esta vitamina debido al proceso natural de envejecimiento, hace que vayamos a buscarla directamente al origen, a la fábrica, al sol. Sin saberlo, esa búsqueda intuitiva de sol nos defiende de la osteoporosis, reduce los riesgos de fracturas óseas, mantiene un sistema inmune fuerte contra cualquier organismo invasor y retrasa el envejecimiento ocular, entre otras muchas cosas. Y los cuerpos son listos. Aunque no han estudiado saben que con el tiempo necesitan más el empuje de la energía solar para subsistir. ¡Los viejos, al sol! 

lunes, 23 de diciembre de 2019

Fiestas felices

En estas fechas parece que todo el mundo es bonito, que en el balance anual la alegría es general, que la felicidad es el maná que caído del cielo inunda la tierra y que a la humanidad le encanta repartir alegremente deseos sinceros de paz. Me parece muy bien pero tengo muchas dudas. Yo, en estos momentos de reflexión quiero dedicar mi brindis a unos pocos y los demás que se pierdan, que se aburran, que se cansen, que se ausenten de nuestras vidas. Yo quiero acordarme solamente y con cariño de aquellos que disfrutan con la felicidad de los demás, de los que tienden la mano abierta, de los solidarios, de los que gozan haciendo las cosas bien, de los que regalan abrazos sin coste, de los que se alegran con tu alegría, de los comprensivos y de los que cuando llega el momento soplan con toda su fuerza para alejar las nubes negras que se apoderan de nuestras cabezas. A ellos les deseo que la vida se lo agradezca con una sonrisa. A los demás, a los insolentes, a los que llevan el rencor en las venas, a los crispados, a los intransigentes, a los sombríos de corazón, a los perturbadores, a los aguafiestas, a los enfebrecidos, a los de los colores únicos, a los que alardean de banderas victoriosas y a los palmeros del desastre ajeno no me apetece desearles felicidad, les deseo que cambien.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Atadura exagerada

No han sido ni veinticuatro horas pero lo he pasado fatal. Realmente no llevábamos tanto tiempo juntos, yo creo que ni un par de años, pero ahora, tras el trago, me doy cuenta de lo mucho que me anima su presencia, de lo que significa para mí saber que en todo momento me acompaña. No es romanticismo, es que he comprobado que si no está conmigo todo es diferente, mi vida se llena de sombras, me angustio, me invade una sensación tremenda de soledad y me cuesta trabajo hasta moverme. No consigo relajarme, me siento aislado, torpe, perdido, incomunicado. En ningún momento antes había sido consciente de la enorme dependencia, de lo mucho que le necesito y de lo complicado que se vuelve mi día a día sin su presencia, sin su cercanía incondicional, sin su disposición, sin su ayuda constante. Ni un reproche jamás, ni una queja. Nunca. Siempre a mi lado y para todo. Hasta ayer que se plantó. Todo cambió. Ni un mensaje, ni un WhatsApp, ni una llamada. Nada. Horrible. Han bastado unas horas, hemos tenido que vivir ese desencuentro absurdo para darme cuenta de todo lo que significa para mí. En el fondo —pienso— es probable que lo nuestro no sea una relación saludable. Algunos me dicen que hay algo de adicción, algo patológico, que es una atadura exagerada. ¿Yo enganchado? Jamás lo hubiera pensado. Puede ser que no me acostumbre fácilmente a su silencio pero no creo que mi vida careciese de sentido si le pierdo para siempre. Es verdad que me he olvidado de las claves, es posible que me haya despreocupado en exceso, que quizás no le haya prestado la atención ni los cuidados adecuados, pero pienso que tampoco era para tanto. Ni me siento responsable del percance. No tengo yo la culpa de que con los años me falle ya bastante la memoria y no dejo de pensar que aunque me facilite la vida en muchos sentidos, tampoco es Dios, es un simple móvil.  

lunes, 16 de diciembre de 2019

La gran mentira

Estoy de acuerdo. Todos debemos luchar por no desangrar más el planeta. No tenemos otro y éste está exhausto. Pero no me creo eso del crecimiento sostenible. Es una frase bonita fácil de vender, pero no es la solución. No entiendo que en plena Cumbre del Clima no se hable del problema real que todo el mundo conoce. Los políticos se apropian de la llave maestra de la sostenibilidad para poder seguir justificando sus programas, pero nadie se atreve a decir —cuando es evidente— que ningún crecimiento es sostenible: ni el económico, ni el de los recursos, ni el de la población mundial, ni el energético,... Es todo mentira. 
En la COP25 se habla de ecologismo, de reducción de emisiones, de crisis climática, de residuos, de energías alternativas, de descarbonización de la economía, del plástico, pero no se ha oído ni una sola palabra de la necesidad imperiosa de no crecer más. Los países emergentes luchan por un hueco en su derecho al desarrollo pero no hay posibilidad de conseguirlo. Esto no da para más. Ningún crecimiento es sostenible. El objetivo debería ser intentar como locos un crecimiento cero pero, ¿quién se atreve a decir al mundo que la única solución es que dejemos de consumir, cuando el mundo está enfocado a un mayor consumo constante?
La única energía interesante es la que no se gasta. Esa sí es gratis y es inocua. La pregunta es, ¿estamos de acuerdo en que nuestra vida, tal y como ahora la entendemos, es insostenible? 
La Cumbre del Clima ha sensibilizado al mundo acerca de la grave crisis ambiental en la que nos hemos metido. Pero para combatir el desastre se propone con descaro una receta mentirosa con la que nos quieren hacer creer que seguir viviendo como lo hacemos no terminará acabando pronto con el planeta.
 

jueves, 12 de diciembre de 2019

Palabras y fotos

Durante muchos años estuve liado con una cámara. Era una pasión sincera, una enfermedad incurable, un vicio invencible, un amor platónico. Quería que no se me escapasen los momentos, los lugares, las situaciones, las personas que se acercaban a mi vida, quería que nada pasase de largo por mi lado. Los quería capturar y llevármelos conmigo. Después, con la universalización de la fotografía, cuando todos nos hicimos fotógrafos, me pareció que era necesario un paso más. Además del qué, hacía falta el porqué. Tenía que aparecer por algún sitio la intención, la sensación, la cabeza y el corazón. No siempre era evidente y se me hacía imprescindible que las instantáneas dijesen lo que el fotógrafo había sentido ante aquella situación fotografiada, qué era lo que se le coló en el alma al vivirla, qué le obligó a disparar la cámara en el momento que lo hizo. Mis "Fotos escritas a mano" me ayudaron. Gracias a ellas podía completar lo que quería decir. Ahora, hace algún tiempo —y no tengo ninguna duda de que Ignacio Carrión tiene buena parte de la culpa—, tengo necesidad de ir escribiendo lo que vivo. De alguna forma he pasado del "la foto demuestra que es penalti" al "lo que no está escrito no existe". Cada loco con su tema, cada momento con su locura.

martes, 10 de diciembre de 2019

Corriendo a ninguna parte


Esta sociedad que nos hemos creado nos obliga a andar muy deprisa de un lado a otro y sin reposo. Tenemos que trabajar sin pausa, tenemos que llegar antes que los demás, tenemos que conocer todos los rincones del mundo, tenemos que divertirnos hasta reventar. Tenemos que hacer demasiadas cosas, cada día más. Y como la vida sigue siendo limitada hay que hacerlas más deprisa, cada vez más deprisa. La prisa es el motor de nuestras vidas y es un motor  tozudamente acelerado. Nos empuja a correr desde que nacemos y ya no sabemos vivir si no es a un ritmo trepidante. Vivimos como si no hubiera mañana, todo tiene que ser inmediato por si acaso, lo que nos obliga a caminar siempre al galope. Un transcurrir sosegado no hay que asociarlo a un vivir insuficiente o insatisfactorio, pero resulta imprescindible para sentir nuestra vida equilibrada. Esta vida acelerada es forzosamente una vida superficial, una vida sin profundidad, sin detalles, que nos obliga a pasar por encima de nuestros días de puntillas, sin apenas pisarlos. Y lo trágico es que los días son únicos, habría que paladearlos, habría que vivirlos a cada momento. Desgraciadamente no tienen marcha atrás para poder revivirlos desde el sofá después de cenar con la tranquilidad que no les hemos dado en su momento.

domingo, 8 de diciembre de 2019

La ballena feroz

Principios de diciembre en Madrid. Hace frío. Entro sin miedo en el hospital a hacerme la resonancia magnética multiparamétrica que me han encomendado. No tengo que esperar, casi de inmediato me meten en una habitación de poco más de un metro cuadrado. Antes de abandonarme, la enfermera me dice que cuando salga debo hacerlo en calzoncillos y con una bata de papel verde por encima. Cuando entreabro la puerta veo al fondo al monstruo en actitud de espera. Es una especie de ballena gigante con la boca abierta. No parece agresiva pero sé que espera por mí, dispuesta a tragarme. Me tumbo. La enfermera que habilidosamente me pone la vía para inyectarme el contraste, me habla. Me pregunta los motivos de mi presencia allí. El ánimo es pretendidamente tranquilizador, pero yo no estoy nervioso. Me pone un pulsador en la mano izquierda por si tengo algún problema y unos cascos para que el sonido de la máquina no me taladre los tímpanos. Por último me dice que será cosa de cuarenta minutos. ¡Un mundo! La ballena empieza a tragarme sin atragantarse. Sin prisas el panorama se oscurece. Dentro de sus fauces es casi de noche. La luz desde detrás de mi cabeza proyecta una sombra de mi perfil, aguileño y barbado, sobre el paladar de la bestia mecánica. Los sonidos eléctricos de la máquina me alteran. Menos mal que van cambiando. Al principio parecen chisporroteos eléctricos aislados, después una lavadora estropeada centrifugando a muchas revoluciones y al cabo de un rato el sonido es idéntico a la alarma histérica de un banco recién atracado. Más tarde me parece que oigo el motor renqueante de un barco acercándose. Tengo ganas de que pase el tiempo. Fuerzo un poco la mirada encajonada y trato de ver algo en el horizonte lejano. Y más allá de mi frente y mi flequillo veo algo de la sala. Es un trocito del falso techo. Le falta una pieza y por el hueco circulan manojos de cables. Me entretengo contándolos. 32. Vuelvo a contar. 36. No veo bien. O cuento sin ganas. El sonido que me llega me lleva hacia una motosierra afónica a ritmo de reguetón. Y ahora parece un martillo neumático desesperado. ¡Se ha parado! El suelo empieza a moverse lentamente. la ballena me devuelve a la luz. La enfermera se interesa: ¿Cómo está? Y entonces me doy cuenta de que estoy vivo. 

sábado, 7 de diciembre de 2019

Sin insultar

Sí, señor, muy feo el detalle de Javier Bardem al llamarle públicamente estúpido al alcalde de Madrid, aunque bien es cierto que tuvo la gallardía de reconocerlo y pedir perdón. No todo el mundo lo hace. Como él bien dice "el insulto ilegitima cualquier discurso".
Lo que se puede decir sin insultar, sin rubor, a los cuatro vientos y bien alto, es que el señor alcalde miente. Yo lo digo y aseguro que no voy a pedir disculpas. Porque no le insulto, ni lo humillo, ni lo ofendo, es verdad.
Hay pruebas incontestables y contrastadas de que el señor Almeida es un mentiroso (dice lo contrario de lo que sabe, cree o piensa). La única posibilidad de no que no fuese un mentiroso es que sea un necio (según la RAE, ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber). Pudiera ser.  Pero de ahí a que sea estúpido ....

viernes, 6 de diciembre de 2019

El alcalde hace trampa

Yo no entraba en el centro de Madrid más que en bicicleta desde que la alcaldesa se empeñó en reducir la contaminación. Sabía que la nueva corporación no estaba de acuerdo con la medida y recordaba que el actual alcalde había basado su campaña en la negación del empeño de Carmena. Aún estoy viendo los carteles: "Con Almeida Madrid Central se acaba el 26 de mayo", decía el entonces alcaldable Almeida. Por eso, cuando me surgió la necesidad de entrar el otro día en Madrid Central a recoger a una amiga para llevarla al aeropuerto, se me ocurrió buscar en internet los criterios que se utilizaban ahora para entrar o no al cogollo de la ciudad. "Podrán circular sin restricciones todos los residentes del distrito centro y además, como novedad, los vehículos con etiqueta C que tengan alta ocupación". "El Ayuntamiento de Madrid permitirá circular libremente a los coches con distintivo C por el centro de la ciudad siempre y cuando viajen con al menos dos ocupantes". Era mi caso. Categoría C, más de dos ocupantes. No hay problema. Fui a buscar a mi amiga Sabine y la llevé al aeropuerto. Hace unos días me llegó la multa. Me dio mucha rabia. Volví a leer las informaciones. Es verdad que los textos estaban en futuro. La trampa estaba en el verbo, pero me pareció indecente. No me gusta nada la gente falsa y usted, señor Almeida, lo es. Tenga valor, no sea cínico, atrévase. Sea decente y dígale a los madrileños que aquello era una locura y que ya se ha arrepentido de lo que había prometido en campaña. O bien dígales la verdad, dígales que los tribunales le han impedido llevar a cabo sus planes. Mentir es un recurso fácil pero al final nadie confía en alguien que miente y además —algo mucho peor—, muchos pensamos que la gente que miente no es bonita. No mienta más, señor alcalde. 

martes, 3 de diciembre de 2019

La amenaza del bicho que mata

Con 69 años ya estás metido en follones, quieras o no. Los cuerpos gastados van acumulando dificultades. Las articulaciones se resienten, la vista falla, el apetito sexual se apaga, el corazón se cansa. Las máquinas envejecen y con el paso del tiempo —como no podía ser de otra forma— cada vez a mayor velocidad. Pero eso casi es lo de menos. Lo peor es que, a estas alturas, por encima de nuestros cogotes se oye el zumbido de un enjambre de monstruos que nos acecha, se presienten esos acosadores incansables que merodean agazapados, esperando el momento en busca de una presa fácil. Ahí está ese cáncer abusador, ese bicho de las mil caras que es capaz de aparecer donde menos te lo esperas para violarte salvajemente. Asusta, acobarda y tiene capacidad para hacer mucho daño. No es fácil hacerle frente. Pero lo peor es que es voraz, escurridizo y muchas veces —casi siempre con ensañamiento— mata. A los que somos varones y encima mayores, los médicos nos advierten de su maldad y de su astucia. O mantenemos el PSA por debajo de 4 o uno de esos bichos se despierta y se lanza a por ti. Date por perdido. A mí, sin permiso por mi parte, se me ha disparado a 5,3. Sé que es una osadía, pero no le pienso pedir perdón. 

martes, 26 de noviembre de 2019

Diario y cáncer

Estos días leo el diario último de Ignacio Carrión, un hombre sabio al que admiro y respeto con sana veneración. Tuve la suerte de entrar en contacto puntual y casual con él en el año 2015 y me enamoró. Me gusta cómo se ha enfrentado a la vida (y todavía más a la muerte), me gusta lo que piensa, cómo lo piensa y admiro la forma íntegra en la que escribe lo que piensa, su atrevimiento para plasmar caligráficamente durante 55 años (desde 1961), con absoluta lealtad, impúdicamente y sin autocensura alguna, todo lo que le ha ido empapando de goces y amargura el alma, en su contacto cotidiano con el mundo que le ha rodeado a él y a su mundo. Convencido de que la escritura le ha dado la vida, en este caso (Diario último, 2016), con una valentía sorprendente y una entereza realmente envidiable, va escupiendo sin red y descarnadamente sobre el cuaderno de sus días, todos los miedos, los retos y las huellas que van modelando el avance macabro hacia un final inevitable y predecible, destripa sin rencor los pormenores sangrientos de la batalla que con toda dignidad día a día ha ido librando contra el cáncer durante ese 2016, el último año de su vida.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Crecer, ¿hasta dónde?


Tanto que nos hablan de crecer y crecer y con estos porcentajes de crecimiento encima de la mesa lo primero que uno piensa es que, o nos andamos con tiento o a este paso no se sabe cómo habrá que hacer para fabricar coches, construir viviendas y crear nuevos puestos de trabajo al mismo ritmo que crece la población. Es más, dentro de poco no habrá en la Tierra ni agua ni comida suficiente para todos. 

¿Hasta dónde vamos a crecer? ¿Qué volumen máximo de población podría soportar el mundo? Dicen que, en el mejor de los casos, con un menú casi vegetariano de 2500 calorías, no podrían vivir en esta casa más de 100.000 millones de personas. A partir de ahí la Tierra colapsaría, no habría sitio para todos y nos tendríamos que empezar a comer unos a otros.

En los últimos 30 años la población mundial ha crecido un 50%. A este ritmo (que se incrementará sin ninguna duda), sesenta años antes de que la Tierra salte por los aires, habría todavía 45.000 millones de habitantes y quedaría más de la mitad de la Tierra por explotar. Si alguien tratase de alertar del peligro sesenta años antes del desastre le tacharían de loco porque aún habría muchos recursos potenciales. (¿Cuánto queda ahora?) 

Quizás algún visionario, anticipándose al desastre, podría tratar de producir en otro planeta alimentos para toda la población terrícola. pero pronto se daría cuenta de que le harían falta cuatro planetas para aguantar el envite de los primeros sesenta años. Para los siguientes le haría falta otros 16 nuevos planetas. Y por ahora, solo disponemos de este planeta habitable. 

El hombre ha empezado a moverse por la Tierra hace 3,5 millones de años y en cien podemos dejarlo listo para el cerrojazo final. Tenemos más o menos un segundo para decidir algo.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

No cabemos más

Desde que con su voz de alarma me ha alertado David Suzuki, un ecologista canadiense, pienso que el gran problema de la humanidad, lo que pronto va a acabar con el planeta, es el crecimiento desorbitado de la población. Nos reproducimos a una velocidad exponencial, somos una plaga implacable y a este ritmo muy pronto no habrá sitio, ni agua, ni comida para todos en esta aldea.  

En los últimos cien años la población mundial se ha multiplicado por cuatro y nadie se asusta. Parece poco importante, pero entran escalofríos. Es mucho crecimiento un 400%. Si en 1900 éramos 1500 millones de personas, cada 25 años hemos fabricado otros tantos para llegar al 2000 con 6000 millones de personas. Estamos aquí tranquilamente pero en estos 25 años que vienen hay que duplicar los campos de cultivo y trabajar muy fino para producir recursos, porque en breve nos llegan otros tantos habitantes como hay en el poblado. Y cuando acabemos la faena, empezamos otra vez a duplicar.

Llevamos meses hablando de Cataluña. Elecciones, acuerdo, pactos, desgobierno. No entiendo cómo no se habla de esto, cómo los políticos no sacan el tema en las campañas, cómo no se dice abiertamente que hay que ser conscientes porque es el problema más grave que tenemos. Parece como si el asunto no fuese con nosotros, como si el desastre estuviera lejos. Y no está tanto.  El hombre ha empezado a moverse por la Tierra hace 3,5 millones de años y en cien podemos dejarlo  listo para el cerrojazo final. Tenemos algo menos de un segundo para decidir algo.

domingo, 3 de noviembre de 2019

Votar con Saramago


Sé que ser de izquierdas o de derechas es una clasificación manida, pero la esencia no. La razón de ser de la izquierda sigue siendo el cuestionamiento del sistema en el que vivimos y su  transformación en algo más igualitario, más justo y más digno. Así de fácil. Y eso, está claro, no se arregla solamente cambiando los nombres de los titulares del poder, hay que cambiar el poder. Únicamente así se puede pensar en configurar un Estado radicalmente distinto. El problema surge cuando la izquierda se olvida de lo que significa ser de izquierdas. Desde hace muchos años el monopolio de la izquierda española ha estado en manos del PSOE, pero el PSOE de hoy deriva vertiginosamente hacia el centro. De repente, aquel Sánchez progresista de antaño pierde el norte y se apaga. Aquella tan necesaria revisión de la Constitución, la derogación de la reforma laboral, aquellas críticas iniciales a los poderes económicos, la entrevista valiente con Jordi Évole, todo queda escondido bajo las alfombras de la Moncloa. Ahora no toca. Ni Cataluña, ni monarquía, ni poderes fácticos. Estamos en otra guerra. Ahora el objetivo es la mayoría, la búsqueda desaforada de esa tranquilidad absoluta para poder gobernar sin tener que dialogar. A la búsqueda del ansiado relajo, se arañan los lados derechos de las urnas y se mimetiza uno con los aromas del centro. Puede dar resultado. El problema es que cuando la izquierda se mueve de su sitio deja de ser de izquierdas y empieza a hacer política de derechas. Decía un hombre sabio llamado Saramago que cuando un gobierno de izquierdas hace política de derechas llega un momento en que la derecha le dice: "Ya no me haces falta, sácate de ahí". No tengo duda de que los que votamos en busca de una transformación profunda que permita avanzar hacia un progreso más armónico, tenemos que votar con Saramago a la izquierda del PSOE.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Voy a votar mañana

En su día pensé muy seriamente que no votaría cuando llegase este momento, pero oyendo lo que oigo ya se me quedó atrás el berrinche de aquel día y mañana he decido que voy a votar. Por encima de todo voy a votar. Y voy a hacerlo porque me da miedo comprobar lo fácil que avanza el retroceso, porque no quiero oír sin mi oposición discursos racistas incendiarios ni arengas contra la gente que quiera ser como quiera, porque no me gusta la gente que se pone de perfil, porque me apetece que en el Congreso alguien diga ¡Basta! cuando se escuche que no siempre un no es un no, porque quiero que se haga algo para evitar que la gente se siga muriendo en el Mediterráneo, porque aspiro a que nos gobierne gente con sensatez suficiente, porque creo en los que creen que la fuerza no es el mejor argumento para convencer y en los que en vez de buscar tanques buscan encontrar una solución dialogada con los independentistas catalanes. Y también iré a votar mañana porque no quiero que de nuevo los coches arrinconen a las bicicletas en Madrid y porque no quiero que algunos nos sigan llamando a votar siempre que en las votaciones no salga lo que ellos quieren. Por eso voy a votar mañana.

viernes, 1 de noviembre de 2019

10-N. Otra vez: a votar

Empieza la campaña sin mucho fuelle y en un clima descarado de pereza electoral. En unos días vamos a votar por cuarta vez en cuatro años para intentar ahora ponérselo un poco más fácil a los elegidos, que han dicho abiertamente que hay que repetir el examen, que no saben qué hacer con nuestros votos, que ha debido haber alguna equivocación en la consulta anterior porque no son capaces de traducir correctamente lo que queremos decir con lo expresado en las urnas. Todos pensamos que lo habíamos hecho bien y que nos han suspendido injustamente, por eso vamos a repetir con pocas ganas. Hay mucho desencanto con la calidad de los evaluadores de resultados, los políticos, y también somos conscientes de que el futuro de España no depende en sí de nuestro voto sino que está en manos de otros poderes poderosos, de los controladores de los medios, de los sesgos televisivos, de la manipulación de las redes sociales y de las habilidades que sean capaces de desplegar los confirmadores/deformadores de opinión. Pero con todo y con eso tenemos que y vamos a ir a votar. Aunque nos tengan hartos, aunque las calles de Madrid se hayan empapelado con carteles de "No contéis conmigo" o "10-N. Yo no voto", (una campaña engañosa encaminada al desaliento de los votantes de izquierdas promovida desde la derecha), vamos a votar. Mientras vemos que en un lado se pelean por sacar la mejor tajada del malherido C's y en la otra esquina luchan para no cargar con el muerto del desacuerdo progresista, nosotros pensamos en pasar de nuevo por las urnas para decirles otra vez lo que queremos. Y esperemos que en esta ocasión sean ya capaces de leer bien el examen y nos entiendan la letra porque de lo contrario habrá que pensar en otras medidas. Ahora no hay más remedio que hacerlo así, al menos mientras no encontremos otro sistema mejor para seleccionar a quienes queremos dirijan nuestros destinos. 

viernes, 21 de junio de 2019

Mi primera novia de verdad

Mi primera novia de verdad se llamaba Nana. Nos queríamos mucho y muy castamente. Teníamos 15 años y nuestro romance no consiguió aguantar el envite que supuso para la pareja el que yo al poco tiempo abandonase Lugo para irme a estudiar a Madrid. Diariamente y antes de que diesen las diez la acompañaba hasta su casa en la Ronda, pero la dejaba siempre antes de llegar al portal. Teníamos miedo de que nos viese su hermano, Carlos, unos cuantos años mayor que ella, policía y guardián del buen orden familiar. Vivían en una casa estrechita de tres plantas, cerca de la Puerta de San Pedro. Un beso pudoroso nos despedía en la esquina, donde estaba el bar Lugo, un lugar de tertulia frecuentado por artistas e intelectuales locales. En aquel entonces todavía había muchas casas adosadas a la muralla romana. Tendrían que transcurrir unos cuantos años antes de que la operación Muralla Limpia consiguiese liberar definitivamente el magnífico monumento romano lucense de las edificaciones que habían crecido a su costa. Hoy se ha puesto delante de mí esta foto del año 1972, en la que se aprecia el derribo de la casa de Nana, mi primera novia de verdad.

viernes, 24 de mayo de 2019

Creo que hoy me he hecho mayor

Uno puede estar convencido, incluso acercándose a los setenta, de que el reloj del tiempo nos engaña, que no habiendo demasiadas limitaciones uno no es mayor mientras disponga de un espíritu joven y que lo que te mantiene vivo son las ganas de vivir. No eres viejo mientras te sorprendas. No eres viejo mientras te despierte la curiosidad. Eso es realmente lo que importa y no las velas que se tengan que soplar en el próximo aniversario ni los años que registre tu carnet. La edad es una anécdota. En el fondo, y a pesar de la tozudez del calendario, tú sigues siendo adolescente porque sigues disfrutando de las cosas como si las descubrieras por primera vez.
Esa es la clave. Es verdad. No puedes ser mayor cuando te emociona la luna o un atardecer, cuando te sigues enamorando párvulamente de una mirada cómplice, cuando no quieres que se advierta esa sonrisa traviesa que aflora a tu rostro si de repente te sorprende la lluvia en  la calle, o cuando notas el escalofrío que te recorre la espalda tras el contacto cálido con una mano amiga.
Pero todo eso se aparta, se encoge, se pierde si un día tal como hoy se te pasa por la cabeza que el infinito tiene fecha de caducidad, que sin hacer grandes cosas ya no tienes suficiente tiempo libre para hacer todo lo que quieres. Hoy me he dado cuenta de que se me ha pasado el tiempo en el que el tiempo no contaba. Hoy creo que me he hecho mayor.

sábado, 27 de abril de 2019

Las Hurdes de Buñuel

En la 2, Las Hurdes, tierra sin pan, un documental de 1933 tan vergonzante como sincero, que levantó muchos dedos amenazantes contra Buñuel en su día. Considerada una de las mejores películas documentales de la historia del cine, incluso hoy siguen vociferando gentes ofendidas con las formas y los fondos del reportaje. El gran pecado imperdonable del aragonés es haber recreado situaciones dramáticas para transmitir una realidad indigerible por el hecho de ser cruda. Es cierto que la película de Buñuel entraba en conflicto con la imagen de la España rural que entonces se quería dar, pero también es evidente que no se pretendía desvirtuar la realidad. La única intención evidente del film era denunciar el abandono en el que se encontraba entonces la comarca de Las Hurdes y, en contra de lo que piensan todavía muchos hurdanos, la película le ha hecho bien a la región, la ha dado a conocer al mundo, ha conseguido que se la tuviese en consideración y ha hecho que mucha gente acuda a visitarla. No gusta pero no tiene porque ser malo airear nuestras vergüenzas. 

jueves, 25 de abril de 2019

Elecciones a cara perro

Hay algo en esta campaña plagada de locuras que me resulta divertido. Antes, en los mítines callejeros se magnificaban a voces los logros partidarios y se vendían por lotes a bajo coste un surtido de promesas imposibles, con el propósito de arañar votos indecisos. Hoy, en las plataformas multimedia, se defienden con ladridos televisados los intratables territorios electorales de los contendientes. El PP remarca las lindes de su campo con nuevas meadas a derecha e izquierda para que Vox y Ciudadanos ahuyenten tendencias pecaminosas y tengan claros los límites. Rivera enseña amenazante los caninos a Sánchez por haber sobrepasado con los independentistas insumisos la infranqueable línea roja del respeto jurisdiccional, tal como queda recogido en el papiro que desenrolla, a la par que se enzarza cuerpo a cuerpo con Casado para hacerle saber que la posición con futuro es la suya y que no se la deja arrebatar. Sánchez, por si acaso, trata de rehuir la confrontación, se pone de lado y aprovecha para repasar en voz alta los éxitos gubernamentales que todavía no se sabe de memoria. En un respiro de la pelea, el revolucionario chaval de la coleta aprovecha para sacar un librito del bolsillo y leer. No hay que liarse a mordiscos, no hay que perder la compostura, no hay que buscar nuevas metas, ha encontrado la solución. En aquellas páginas está el acuerdo al que llegaron entre todos tiempo atrás aunque no lo recordaban, lo único que hay que hacer es ponerse manos a la obra. Los demás, a regañadientes, agachan la cabeza y se retiran a sus casetas con el rabo entre las piernas.

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...