martes, 31 de diciembre de 2019

Desinfoxicándose

Antes no lo hacía. Quizás por miedo a quedarme fuera, a no estar al tanto de algo importante, a desactualizarme, a perderme alguna cuestión de interés general de la que había que estar enterado. ¡Valiente tontería! Llevo ya algún tiempo entrenando esto de la desinformación selectiva y me gusta. En algún momento me di cuenta de que era incapaz de procesar el exceso de información, que la avalancha de comunicaciones saturaba mi capacidad de atención y decidí desinfoxicarme. Decidí desintoxicarme de tanta información innecesaria. Ahora me escucho un poco más a mí mismo y me entero mejor. Con esta nueva teoría que practico parece que se me atascan menos las tuberías, me siento más ligero, incluso me da la impresión de que he adelgazado. ¡Claro! No tengo que llevar a cuestas todas las estupideces con las que adornan los espacios televisivos los llamados tertulianos, ni se me llena la cabeza con las elucubraciones intencionadas de los columnistas en los diarios, ni tengo que estar atento al sonido del whatsapp para conocer los pormenores cotidianos de cada uno de los integrantes de cada uno de los chats de mi móvil. Me sentía rehén de lo instantáneo, estaba realmente infoxicado. Estoy seguro que esa intranquilidad inmediata que a todos nos asalta al sentirnos desconectados es producto de una adicción artificial que nos crean para manipularnos, una droga dura que nos regalan para apoderarse de nosotros. Ahora me siento mejor y busco justificación a este estado de satisfacción ante la desinformación que me voy creando, busco razones íntimas para entender esta sensación de liberación que tengo por el alejamiento del mundo global. Pienso que, o bien la sabiduría no es saber todo sino saber lo que nos interesa y saberlo mejor (¿eso supondría que ahora soy más sabio?), o bien ya he superado el síndrome de abstinencia de aquel caudal desmesurado de información multipantalla que me metía diariamente y eso significaría que estoy consiguiendo desinfoxicarme

domingo, 29 de diciembre de 2019

El frío de la edad

Con la edad los cuerpos tienen más frío. Parece que el termostato corporal funciona de otra manera según vamos arrancando páginas del calendario vital. Conforme nos hacemos mayores preferimos las camisetas de manga larga y nos va gustando más sentarnos en un banco al sol que caminar bajo la lluvia o a la luz de la luna, como hacíamos antes. Con los años preferimos estar bien abrigados, la sopa calentita, el día a la noche y mejor que esté un poco más alta la calefacción. Por regla general tenemos más ansias de calor y de sol. Se ve que la temperatura tiende a disminuir con la edad. Por eso durante los meses de otoño e invierno, con menos horas de luz, nos sentimos más irritables y se incrementan las sensaciones de tristeza y de ansiedad en las personas mayores. Al hacernos mayores las cantidades de vitamina D que precisa el cuerpo no tenemos ya posibilidad de conseguirlas tan fácilmente. La inadecuada absorción de esta vitamina debido al proceso natural de envejecimiento, hace que vayamos a buscarla directamente al origen, a la fábrica, al sol. Sin saberlo, esa búsqueda intuitiva de sol nos defiende de la osteoporosis, reduce los riesgos de fracturas óseas, mantiene un sistema inmune fuerte contra cualquier organismo invasor y retrasa el envejecimiento ocular, entre otras muchas cosas. Y los cuerpos son listos. Aunque no han estudiado saben que con el tiempo necesitan más el empuje de la energía solar para subsistir. ¡Los viejos, al sol! 

lunes, 23 de diciembre de 2019

Fiestas felices

En estas fechas parece que todo el mundo es bonito, que en el balance anual la alegría es general, que la felicidad es el maná que caído del cielo inunda la tierra y que a la humanidad le encanta repartir alegremente deseos sinceros de paz. Me parece muy bien pero tengo muchas dudas. Yo, en estos momentos de reflexión quiero dedicar mi brindis a unos pocos y los demás que se pierdan, que se aburran, que se cansen, que se ausenten de nuestras vidas. Yo quiero acordarme solamente y con cariño de aquellos que disfrutan con la felicidad de los demás, de los que tienden la mano abierta, de los solidarios, de los que gozan haciendo las cosas bien, de los que regalan abrazos sin coste, de los que se alegran con tu alegría, de los comprensivos y de los que cuando llega el momento soplan con toda su fuerza para alejar las nubes negras que se apoderan de nuestras cabezas. A ellos les deseo que la vida se lo agradezca con una sonrisa. A los demás, a los insolentes, a los que llevan el rencor en las venas, a los crispados, a los intransigentes, a los sombríos de corazón, a los perturbadores, a los aguafiestas, a los enfebrecidos, a los de los colores únicos, a los que alardean de banderas victoriosas y a los palmeros del desastre ajeno no me apetece desearles felicidad, les deseo que cambien.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Atadura exagerada

No han sido ni veinticuatro horas pero lo he pasado fatal. Realmente no llevábamos tanto tiempo juntos, yo creo que ni un par de años, pero ahora, tras el trago, me doy cuenta de lo mucho que me anima su presencia, de lo que significa para mí saber que en todo momento me acompaña. No es romanticismo, es que he comprobado que si no está conmigo todo es diferente, mi vida se llena de sombras, me angustio, me invade una sensación tremenda de soledad y me cuesta trabajo hasta moverme. No consigo relajarme, me siento aislado, torpe, perdido, incomunicado. En ningún momento antes había sido consciente de la enorme dependencia, de lo mucho que le necesito y de lo complicado que se vuelve mi día a día sin su presencia, sin su cercanía incondicional, sin su disposición, sin su ayuda constante. Ni un reproche jamás, ni una queja. Nunca. Siempre a mi lado y para todo. Hasta ayer que se plantó. Todo cambió. Ni un mensaje, ni un WhatsApp, ni una llamada. Nada. Horrible. Han bastado unas horas, hemos tenido que vivir ese desencuentro absurdo para darme cuenta de todo lo que significa para mí. En el fondo —pienso— es probable que lo nuestro no sea una relación saludable. Algunos me dicen que hay algo de adicción, algo patológico, que es una atadura exagerada. ¿Yo enganchado? Jamás lo hubiera pensado. Puede ser que no me acostumbre fácilmente a su silencio pero no creo que mi vida careciese de sentido si le pierdo para siempre. Es verdad que me he olvidado de las claves, es posible que me haya despreocupado en exceso, que quizás no le haya prestado la atención ni los cuidados adecuados, pero pienso que tampoco era para tanto. Ni me siento responsable del percance. No tengo yo la culpa de que con los años me falle ya bastante la memoria y no dejo de pensar que aunque me facilite la vida en muchos sentidos, tampoco es Dios, es un simple móvil.  

lunes, 16 de diciembre de 2019

La gran mentira

Estoy de acuerdo. Todos debemos luchar por no desangrar más el planeta. No tenemos otro y éste está exhausto. Pero no me creo eso del crecimiento sostenible. Es una frase bonita fácil de vender, pero no es la solución. No entiendo que en plena Cumbre del Clima no se hable del problema real que todo el mundo conoce. Los políticos se apropian de la llave maestra de la sostenibilidad para poder seguir justificando sus programas, pero nadie se atreve a decir —cuando es evidente— que ningún crecimiento es sostenible: ni el económico, ni el de los recursos, ni el de la población mundial, ni el energético,... Es todo mentira. 
En la COP25 se habla de ecologismo, de reducción de emisiones, de crisis climática, de residuos, de energías alternativas, de descarbonización de la economía, del plástico, pero no se ha oído ni una sola palabra de la necesidad imperiosa de no crecer más. Los países emergentes luchan por un hueco en su derecho al desarrollo pero no hay posibilidad de conseguirlo. Esto no da para más. Ningún crecimiento es sostenible. El objetivo debería ser intentar como locos un crecimiento cero pero, ¿quién se atreve a decir al mundo que la única solución es que dejemos de consumir, cuando el mundo está enfocado a un mayor consumo constante?
La única energía interesante es la que no se gasta. Esa sí es gratis y es inocua. La pregunta es, ¿estamos de acuerdo en que nuestra vida, tal y como ahora la entendemos, es insostenible? 
La Cumbre del Clima ha sensibilizado al mundo acerca de la grave crisis ambiental en la que nos hemos metido. Pero para combatir el desastre se propone con descaro una receta mentirosa con la que nos quieren hacer creer que seguir viviendo como lo hacemos no terminará acabando pronto con el planeta.
 

jueves, 12 de diciembre de 2019

Palabras y fotos

Durante muchos años estuve liado con una cámara. Era una pasión sincera, una enfermedad incurable, un vicio invencible, un amor platónico. Quería que no se me escapasen los momentos, los lugares, las situaciones, las personas que se acercaban a mi vida, quería que nada pasase de largo por mi lado. Los quería capturar y llevármelos conmigo. Después, con la universalización de la fotografía, cuando todos nos hicimos fotógrafos, me pareció que era necesario un paso más. Además del qué, hacía falta el porqué. Tenía que aparecer por algún sitio la intención, la sensación, la cabeza y el corazón. No siempre era evidente y se me hacía imprescindible que las instantáneas dijesen lo que el fotógrafo había sentido ante aquella situación fotografiada, qué era lo que se le coló en el alma al vivirla, qué le obligó a disparar la cámara en el momento que lo hizo. Mis "Fotos escritas a mano" me ayudaron. Gracias a ellas podía completar lo que quería decir. Ahora, hace algún tiempo —y no tengo ninguna duda de que Ignacio Carrión tiene buena parte de la culpa—, tengo necesidad de ir escribiendo lo que vivo. De alguna forma he pasado del "la foto demuestra que es penalti" al "lo que no está escrito no existe". Cada loco con su tema, cada momento con su locura.

martes, 10 de diciembre de 2019

Corriendo a ninguna parte


Esta sociedad que nos hemos creado nos obliga a andar muy deprisa de un lado a otro y sin reposo. Tenemos que trabajar sin pausa, tenemos que llegar antes que los demás, tenemos que conocer todos los rincones del mundo, tenemos que divertirnos hasta reventar. Tenemos que hacer demasiadas cosas, cada día más. Y como la vida sigue siendo limitada hay que hacerlas más deprisa, cada vez más deprisa. La prisa es el motor de nuestras vidas y es un motor  tozudamente acelerado. Nos empuja a correr desde que nacemos y ya no sabemos vivir si no es a un ritmo trepidante. Vivimos como si no hubiera mañana, todo tiene que ser inmediato por si acaso, lo que nos obliga a caminar siempre al galope. Un transcurrir sosegado no hay que asociarlo a un vivir insuficiente o insatisfactorio, pero resulta imprescindible para sentir nuestra vida equilibrada. Esta vida acelerada es forzosamente una vida superficial, una vida sin profundidad, sin detalles, que nos obliga a pasar por encima de nuestros días de puntillas, sin apenas pisarlos. Y lo trágico es que los días son únicos, habría que paladearlos, habría que vivirlos a cada momento. Desgraciadamente no tienen marcha atrás para poder revivirlos desde el sofá después de cenar con la tranquilidad que no les hemos dado en su momento.

domingo, 8 de diciembre de 2019

La ballena feroz

Principios de diciembre en Madrid. Hace frío. Entro sin miedo en el hospital a hacerme la resonancia magnética multiparamétrica que me han encomendado. No tengo que esperar, casi de inmediato me meten en una habitación de poco más de un metro cuadrado. Antes de abandonarme, la enfermera me dice que cuando salga debo hacerlo en calzoncillos y con una bata de papel verde por encima. Cuando entreabro la puerta veo al fondo al monstruo en actitud de espera. Es una especie de ballena gigante con la boca abierta. No parece agresiva pero sé que espera por mí, dispuesta a tragarme. Me tumbo. La enfermera que habilidosamente me pone la vía para inyectarme el contraste, me habla. Me pregunta los motivos de mi presencia allí. El ánimo es pretendidamente tranquilizador, pero yo no estoy nervioso. Me pone un pulsador en la mano izquierda por si tengo algún problema y unos cascos para que el sonido de la máquina no me taladre los tímpanos. Por último me dice que será cosa de cuarenta minutos. ¡Un mundo! La ballena empieza a tragarme sin atragantarse. Sin prisas el panorama se oscurece. Dentro de sus fauces es casi de noche. La luz desde detrás de mi cabeza proyecta una sombra de mi perfil, aguileño y barbado, sobre el paladar de la bestia mecánica. Los sonidos eléctricos de la máquina me alteran. Menos mal que van cambiando. Al principio parecen chisporroteos eléctricos aislados, después una lavadora estropeada centrifugando a muchas revoluciones y al cabo de un rato el sonido es idéntico a la alarma histérica de un banco recién atracado. Más tarde me parece que oigo el motor renqueante de un barco acercándose. Tengo ganas de que pase el tiempo. Fuerzo un poco la mirada encajonada y trato de ver algo en el horizonte lejano. Y más allá de mi frente y mi flequillo veo algo de la sala. Es un trocito del falso techo. Le falta una pieza y por el hueco circulan manojos de cables. Me entretengo contándolos. 32. Vuelvo a contar. 36. No veo bien. O cuento sin ganas. El sonido que me llega me lleva hacia una motosierra afónica a ritmo de reguetón. Y ahora parece un martillo neumático desesperado. ¡Se ha parado! El suelo empieza a moverse lentamente. la ballena me devuelve a la luz. La enfermera se interesa: ¿Cómo está? Y entonces me doy cuenta de que estoy vivo. 

sábado, 7 de diciembre de 2019

Sin insultar

Sí, señor, muy feo el detalle de Javier Bardem al llamarle públicamente estúpido al alcalde de Madrid, aunque bien es cierto que tuvo la gallardía de reconocerlo y pedir perdón. No todo el mundo lo hace. Como él bien dice "el insulto ilegitima cualquier discurso".
Lo que se puede decir sin insultar, sin rubor, a los cuatro vientos y bien alto, es que el señor alcalde miente. Yo lo digo y aseguro que no voy a pedir disculpas. Porque no le insulto, ni lo humillo, ni lo ofendo, es verdad.
Hay pruebas incontestables y contrastadas de que el señor Almeida es un mentiroso (dice lo contrario de lo que sabe, cree o piensa). La única posibilidad de no que no fuese un mentiroso es que sea un necio (según la RAE, ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber). Pudiera ser.  Pero de ahí a que sea estúpido ....

viernes, 6 de diciembre de 2019

El alcalde hace trampa

Yo no entraba en el centro de Madrid más que en bicicleta desde que la alcaldesa se empeñó en reducir la contaminación. Sabía que la nueva corporación no estaba de acuerdo con la medida y recordaba que el actual alcalde había basado su campaña en la negación del empeño de Carmena. Aún estoy viendo los carteles: "Con Almeida Madrid Central se acaba el 26 de mayo", decía el entonces alcaldable Almeida. Por eso, cuando me surgió la necesidad de entrar el otro día en Madrid Central a recoger a una amiga para llevarla al aeropuerto, se me ocurrió buscar en internet los criterios que se utilizaban ahora para entrar o no al cogollo de la ciudad. "Podrán circular sin restricciones todos los residentes del distrito centro y además, como novedad, los vehículos con etiqueta C que tengan alta ocupación". "El Ayuntamiento de Madrid permitirá circular libremente a los coches con distintivo C por el centro de la ciudad siempre y cuando viajen con al menos dos ocupantes". Era mi caso. Categoría C, más de dos ocupantes. No hay problema. Fui a buscar a mi amiga Sabine y la llevé al aeropuerto. Hace unos días me llegó la multa. Me dio mucha rabia. Volví a leer las informaciones. Es verdad que los textos estaban en futuro. La trampa estaba en el verbo, pero me pareció indecente. No me gusta nada la gente falsa y usted, señor Almeida, lo es. Tenga valor, no sea cínico, atrévase. Sea decente y dígale a los madrileños que aquello era una locura y que ya se ha arrepentido de lo que había prometido en campaña. O bien dígales la verdad, dígales que los tribunales le han impedido llevar a cabo sus planes. Mentir es un recurso fácil pero al final nadie confía en alguien que miente y además —algo mucho peor—, muchos pensamos que la gente que miente no es bonita. No mienta más, señor alcalde. 

martes, 3 de diciembre de 2019

La amenaza del bicho que mata

Con 69 años ya estás metido en follones, quieras o no. Los cuerpos gastados van acumulando dificultades. Las articulaciones se resienten, la vista falla, el apetito sexual se apaga, el corazón se cansa. Las máquinas envejecen y con el paso del tiempo —como no podía ser de otra forma— cada vez a mayor velocidad. Pero eso casi es lo de menos. Lo peor es que, a estas alturas, por encima de nuestros cogotes se oye el zumbido de un enjambre de monstruos que nos acecha, se presienten esos acosadores incansables que merodean agazapados, esperando el momento en busca de una presa fácil. Ahí está ese cáncer abusador, ese bicho de las mil caras que es capaz de aparecer donde menos te lo esperas para violarte salvajemente. Asusta, acobarda y tiene capacidad para hacer mucho daño. No es fácil hacerle frente. Pero lo peor es que es voraz, escurridizo y muchas veces —casi siempre con ensañamiento— mata. A los que somos varones y encima mayores, los médicos nos advierten de su maldad y de su astucia. O mantenemos el PSA por debajo de 4 o uno de esos bichos se despierta y se lanza a por ti. Date por perdido. A mí, sin permiso por mi parte, se me ha disparado a 5,3. Sé que es una osadía, pero no le pienso pedir perdón. 

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...