lunes, 13 de enero de 2020

Escuchar la vida

Hoy no hay que entretenerse, no hay que perder el tiempo en hacer las cosas bien. Ni hay que pararse a disfrutar del silencio en medio del silencio, ni tampoco conviene distraerse con el ritmo pausado del corazón. No debemos empeñarnos ahora en escuchar cómo pasa el tiempo porque hemos dejado de ser dueños de nuestras vidas. Lo suyo sería correr cuando las circunstancias lo requieran y poder simultáneamente disfrutar con intensidad y sin agobios del presente cuando queramos hacerlo. Pero no. Nos han robado el ritmo sosegado que un día tenían nuestras actividades. Ahora, fuerzas poderosas nos obligan a mirar continuamente el reloj, a tener más obligaciones apuntadas en la agenda, nos abarrotamos la vida con nuevos objetivos, con sueños lejanos que tenemos la obligación de alcanzar. Ahora no nos podemos parar ni un segundo porque otro interés inmediato nos requiere a cada instante. Siempre aplazamos el disfrute del sosiego, la calma y el análisis para mañana, hoy no podemos aflojar. En el fondo lo que hacemos es pedir un tiempo muerto para nuestra felicidad. Hemos sucumbido a la tiranía de las prisas; o nos apuramos o no llegamos. Y así no vamos a ningún lado, pero lo hacemos corriendo.

sábado, 11 de enero de 2020

Mejor revueltos

Viendo el lamentable espectáculo, las gesticulaciones groseras y los insultos a gritos que se han regalado los señores diputados desde un lado a otro del hemiciclo por el mero hecho de ser "del otro bando", uno llega a la conclusión de que lo sensato sería que no hubiera bandos, que se deberían de prohibir los partidos políticos. Por dañinos, por sectarios, porque empujan hacia un fanatismo excluyente y destructivo, incluso al exterminio. Unifica más ir por libre que asociados a un club. Se favorece la concordia siendo más globales y más mestizos. El enemigo no es Sánchez ni Vox, el enemigo es "el otro". Deberían de sentarse todos revueltos, cada cual con quien le toque al lado, mejor no tener que oír siempre el mismo discurso. Las banderas, los equipos de fútbol y las religiones terminan fomentando la rigidez, el encorsetamiento, la radicalización y el odio al diferente. Es muy posible que Pablo Casado y Pablo Iglesias tengan más cosas en común que el nombre de pila, más de las que puedan imaginar en la distancia, pero tienen que estar cerca para encontrarlas. La lejanía obliga a levantar la voz, a hablar a gritos y el ruido dificulta el entendimiento. Sería mejor que se rozasen más, que se sentasen juntos y las buscasen. Además podrían desde la proximidad entender mejor las diferencias que les separan. Y sería mejor para todos.

jueves, 9 de enero de 2020

¿Y ahora?


No cabe duda de que la investidura pone fin a una época incierta y que el desbloqueo tranquiliza, pero el panorama que se avecina es  desolador. La sensación que nos queda a los que vemos la política desde fuera del hemiciclo es que las dos Españas son ahora mucho más evidentes que en la época del bipartidismo. La distancia PSOE-PP era entonces mucho menos abismal que la que existe entre los bloques actuales. Por eso lo que viene es muy complicado. El llamado tripartito de la derecha va a intentar que los socialcomunistas y sus aliados separatistas, golpistas y proetarras no consigan dar ni un paso, les van a poner zancadillas hasta para subir a sus escaños. Por su parte, el gobierno tiene muy difícil evitar que el clima bronco de crispación que se ha dejado ver en el Congreso irradie sus efectos ejemplares y se traslade a la calle. Así, la legislatura puede convertirse en el choque continuo de un bloque contra otro para conseguir que la mitad de España se imponga a la otra mitad. Y no es de eso de lo que trata la política. Alguien puede pensar que la forma de poder entenderse en el futuro pasa por amordazar a la mitad de los ciudadanos, pero no parece la mejor solución. 

¡¡Habemus presidente!!

No, no ha salido la presidenta a la puerta del Congreso dando saltos de alegría gritando: "¡¡Habemus presidente!!" tras la fumata blanca. Pero podía haberlo hecho y no sería de extrañar. Tal como se ha vivido el panorama político de los últimos meses, escuchando la crispación que emanaba de las palabras de sus señorías durante el debate, viendo la carga de  rencor —incluso de odio— que envolvía los mensajes, siendo testigos de las miradas intimidatorias y el índice acusador amenazando desde la tribuna, con la guadaña de otras elecciones asomando bajo los escaños, observando las expresiones de pánico en los aspirantes cada vez que era nombrado alguno de los votantes, tras escuchar la arenga de la señora Arrimadas invitando a la traición y habiéndose llenado el hemiciclo de amenazas confirmadas e insultos descalificadores hacia los que optaron por el sí, no es de extrañar que algunos viviesen el final como una auténtica liberación, entendiesen que con la lectura del resultado acababa un calvario y rompiesen a llorar. 

miércoles, 1 de enero de 2020

¿Apuramos o disfrutamos?

Aunque no sea nada fácil, para este año que acabamos de estrenar tengo el firme propósito de  luchar contra la tiranía de las prisas, no quiero en 2020 seguir llevando una vida superficial. Desgraciadamente estamos dedicados a apurar milimétricamente los minutos en vez de dedicarnos a vivirlos y no nos damos cuenta de que la velocidad que imprimimos a nuestras vidas en modo alguno las hace mejores. Aceleramos para llegar antes al siguiente semáforo, que está en rojo. En síntesis, nos han engañado, nos han hecho acelerar nuestra vida para acortarla. Parece como si tuviésemos que llegar deprisa a la muerte y nos olvidamos de que no se va a escapar, siempre nos espera, no hay que apurarse. En las sociedades occidentales de hoy el tiempo hay que espesarlo, tenemos que llenarlo de tareas sin darnos cuenta de que con ese abarrote, con esa espesura, nos estamos negando la posibilidad de disfrutarlas porque no disponemos del tiempo que hace falta para paladearlas, para sacarles el jugo, para estar con ellas. Es una paradoja dramática: Generamos muchas más actividades para que nuestros días no transcurran vacíos, para llenar nuestras vidas de intensidad y con ello lo que realmente estamos haciendo es negarnos la posibilidad de dedicarles el tiempo que hace falta para disfrutarlas y por tanto para disfrutar de la vida. Me niego. En 2020 voy a dejar de andar deprisa para llegar a ninguna parte, voy a apurar menos y así poder escuchar mejor cómo pasa el tiempo. ¡Feliz Año!

Ciudades deshumanizadas

Regresamos a Madrid. La vuelta a la gran ciudad después de unos días de disfrute de la naturaleza en Galicia resulta cada vez más triste. La...