lunes, 3 de enero de 2022

Mis cándidos terraplanistas

En el fondo me hacían gracia los terraplanistas. Lo reconozco. Era gente cándida, entrañable, incrédula, despistada, que no quería admitir la evidencia, bien por ignorancia o porque no le convenía. A fin de cuentas, su discurso consistía en contar a los cuatro vientos su descubrimiento –una gran mentira de la que estaban convencidos– y divulgarlo para que los demás pudieran disfrutar de su interesante hallazgo. Los incautos seguidores de estas fábulas son muchos millones, apoyados en discursos paternalistas y vídeos que demuestran científicamente que la Tierra es plana, que Elvis sigue vivo escondido en algún lugar del planeta o que la Luna que abordaron Armstrong, Aldrin y Collins era un decorado de la Metro Goldwyn Mayer. 
Pero ahora surgen quienes utilizan a toda esa gente inocentona para hacer el mal. Los antivacunas están matando a mucha gente usando como correa de transmisión a todas esas personas fantasiosas, a las que les dicen que la vacuna lleva un chip con el que nos van a controlar a todos, que no es segura, que dentro de un par de años los vacunados morirán en masa, que el coronavirus no existe o que las vacunas son cosa del Bill Gates para apoderarse del mundo. Y como se lo creen, porque les hace falta creer en algo, se ponen a advertir a todo su entorno de esos peligros. Quieren ayudarnos, salvarnos la vida. Desgraciadamente los que van por ahí arengando a las masas en contra de la vacunación no son gente cándida ni entrañable son desalmados movidos por intereses políticos que quieren ganar gente para su causa. Casualmente son los mismos convencidos de que los inmigrantes son asesinos en potencia, los que niegan el cambio climático o la existencia de la violencia machista. Saben que tienen un nicho de mercado inmenso y fácil para captar votos entre los cándidos terraplanistas. Aquella buena gente que decía que la Nasa nos mentía, aquella gente inocente y despistada, hoy engrosan en masa las filas de la ultraderecha. 

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