El impacto psicológico que puede producir en el paciente la aparición del cáncer suele ser negativo: sensación de impotencia, de amargura, de tristeza, de aislamiento o de miedo. En mi caso, dicen los médicos y los amigos cercanos, que resulta admirable la forma que tengo de encarar este problema tumoral que ahora me ocupa y, en algunos casos, rematan la conversación sobre esta postura mía diciéndome que soy muy afortunado por saber en estas circunstancias tomarme las cosas con filosofía.
No estoy muy de acuerdo. No comulgo con esa idea de que ante un revés inevitable, cuando las cosas no son como a uno le hubiera interesado que fuesen adopte una postura de resignación para afrontarlas, ni que eso signifique que se lo tome con filosofía. Realmente la frase es comúnmente aceptada en nuestro lenguaje habitual, pero eso no quiere decir que sea una frase acertada.
Estoy convencido que una postura de ese tipo es producto de una forma de entender la vida, de una manera de afrontar los acontecimientos que la vida te va poniendo delante, pero no tiene nada que ver con la filosofía. Si algo no es la filosofía, es resignación. La filosofía puede ayudar a enfrentarse con serenidad a esos avatares de la vida, pero nunca supone renunciar. La filosofía no tiene nada que ver con tirar la toalla ni con la resignación.
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