Acabadas las vacaciones veraniegas, pasamos ese tiempo festivo importado llamado halloween y nos invaden sin solución de continuidad las fiestas navideñas. La pandemia de la Navidad se extiende con rapidez. Zombies, telarañas y esqueletos han dado paso a papá noeles y abetos artificiales. En los medios de comunicación la llegada del coronavidad 2023 eclipsa los enfrentamientos entre progresistas de pro y ultraconservadores del ayer, para recomendarnos antivirus en forma de colonias maravillosas y coches de alta gama. También chupa pantalla la lucha de diferentes ayuntamientos contra el vigués Abel Caballero por hacerse con el récord del árbol de Navidad más grande del mundo. Ansia de luces y fiesta. La razón inicial que propaga este virus festivo es que el aburrimiento de la vida cotidiana necesita distracciones y trata de aprovechar los aires de fiesta que se viven. Al no poder mantener la distancia de seguridad con nuestro yo más razonable, va a inocularnos fácilmente el veneno comercial que nos obliga a consumir lo que no necesitamos. Al final, hartos de comprar, de comer y de beber, el coronavidad 2023 nos dejará como secuela la sensación de no poder llenar el vacío cotidiano. La mejor manera de no contraer la enfermedad y librarnos definitivamente del virus pasaría por ir añadiendo colores a la paleta de nuestra actividad diaria y que el ocio del que disfrutamos nos acercase a la creatividad, no a la inversión. Eso nos ayudaría a cambiar como personas, a no necesitar tanta fiesta contaminante y a ser más felices.
Un rincón amigo en el que ir soltando pensamientos variados, desvaríos circunstanciales y otras tonterías mil, al objeto de ahorrame la pasta gansa que, de no ser por este refugio, tendría que pagarle al psiquiatra
martes, 21 de noviembre de 2023
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