Hace algo más de un mes a un mastodóndico portacontenedores flotante de 300 metros de eslora llamado Toconao se le cayeron al mar frente a las costas de Portugal seis gigantescos contenedores, uno de ellos con mil sacos de microplásticos, que no tardaron en saturar de diminutas y peligrosas bolitas blancas los paradisíacos arenales de las playas gallegas.
Nuestros dirigentes nos alientan a ser un poco más ecologistas, a que utilicemos bolsas de papel cuando vayamos al súper o que reciclemos las botellas de plástico, algo que (por la machacona insistencia televisiva o por miedo a posibles sanciones) terminamos haciendo religiosamente la mayor parte de los ciudadanos.
Desgraciadamente nuestro empeño en ser respetuosos con el medio ambiente es insignificante frente a una desgracia de esta naturaleza. Estamos convirtiendo nuestros mares en estercoleros de plástico y la naturaleza nos muestra su descontento por las agresiones. Llora. Manifiesta abiertamente su disgusto y nos manda sus críticos mensajes a través de esos pellets que nos devuelve, por medio de esas “lágrimas” con las que el sensible escritor gallego Manuel Rivas denominó a los vertidos que han ido llegando a nuestras playas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario